Txente Rekondo
http://www.rebelion.org/noticia.php?id=130772
La victoria del Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), extensible el éxito a su máximo dirigente, Recep Tayyip Erdogan, no ha sorprendido a casi nadie. Por primera vez desde 1946, un partido político logra vencer tres elecciones parlamentarias consecutivas, aumentando además el número de votos en cada una de ellas. Por otra parte, y al hilo de las declaraciones y análisis que se han sucedido estos días, todas las formaciones que han logrado representación parlamentaria también se muestran satisfechas de los resultados obtenidos, aunque con claras diferencias entre unos y otros.
La bonanza económica, la centralidad del propio Erdogan y su proyecto reformador, y la posibilidad de afrontar la aprobación de una nueva constitución han sido los ejes de la campaña electoral, y probablemente sigan centrando la actualidad política e institucional del estado turco en los próximos meses.
Con el apoyo del 50% de los votantes, el AKP ha logrado un nuevo hito en su carrera política, y ello a pesar que el sistema electoral turco le concede menos representantes que hace cuatro años (ha pasado de 341 a 326), y sobre todo le impide, de momento afrontar las reformas constitucionales o presidenciales en solitarios. Para aprobar una nueva constitución necesita el apoyo de otros 41 parlamentarios, y en caso de querer convocar un referéndum constitucional necesitaría el soporte de cuatros escaños. A la vista de todo ello no debe extrañar las reacciones de Erdogan tras el triunfo de su partido, haciendo un llamamiento al consenso al resto de formaciones parlamentarias, pero sin dejar de lado sus aspiraciones reformistas.
El otro gran triunfador ha sido el Partido de la Paz y la Democracia (BDP), representante de la minoría kurda y que ha sabido sortear todos los obstáculos (detenciones, prohibiciones, criminalización, trabas electorales), obteniendo 36 parlamentarios (quince más que hace cuatro años). El sistema electoral turco está dispuesto para que los partidos kurdos queden excluidos del parlamento, pero éstos han sabido presentarse como independientes para sortera esa barrera, al tiempo que habiendo arrasado en las circunscripciones de mayoría kurda, han sabido atraer también el apoyo de fuerzas de izquierda en ciudades como Estambul. Además, un reparto más equitativo de los escaños le hubiera dotado de cerca de cincuenta escaños.
En el otro lado de la moneda se encuentras las dos formaciones opositoras. Tanto el Partido Republicano del Pueblo (CHP), de Kemal Kiliçdaroglu, como el Partido del Movimiento Nacionalista (MHP), han obtenido un resultado agridulce. Para los nuevos dirigentes del CHP este era su primera cita electoral, y a pesar de aumentar el número de parlamentarios (de 112 a 135) no ha logrado llegar al treinta por ciento de apoyo y ha perdido algunos de sus feudos costeros. El nuevo estilo de Kiliçdaroglu, proponiendo consenso de cara a afrontar las reformas que desea el AKP, pero siempre bajo unas condiciones previas, puede dar margen al partido para recuperarse en el futuro. No obstante todavía quedan dentro del mismo viejos clichés como se han visto durante la campaña electoral (mientras que se purgaba a la vieja guardia del partido, se invitaba a participar a imputados en el caso Ergenekon).
Por su parte, el MHP ha pasado de 71 a 53 escaños, y aún y todo se muestra relativamente satisfecho, ya que la mayoría de encuestas preelectorales señalaban las dificultades del mismo para alcanzar la barrera del 10%, lo que le condenaría al ostracismo y a un futuro incierto. El escándalo de las cintas de contenido sexual de algunos de sus dirigentes ha podido ser, irónicamente, la tabla de salvación que les ha dotado de mayor presencia en los medios durante la campaña (que hablen de ti aunque sea mal). Su defensa a ultranza del “nacionalismo turco” y su oposición a cualquier negociación del tema kurdo son los ejes de su agenda política, y difícilmente encajarán en cualquier intento de cambio que se quiera llevar adelante.
Los retos que afrontarán los dirigentes turcos se manifiestan tanto a nivel de la política doméstica como su acción hacia el exterior. De momento, la economía turca sigue siendo la principal baza que manejan el AKP y Erdogan para afrontar esta nueva etapa. Con un crecimiento anual del 10% (superado sólo por China), habiendo doblado el PIB desde 2002 y triplicado el número de sus exportaciones, Turquía se ha situado como la decimoséptima potencia económica mundial. Por ello, los retos se sitúan en torno a la reforma constitucional, el sistema presidencialista y sobre todo, al conflicto con el pueblo kurdo.
La constitución de 1982, hoy todavía vigente, es el producto del golpe militar de aquellos años, y se caracteriza sobretodo por las limitaciones sobre los derechos individuales, al tiempo que concede privilegios al estado a costa de sus ciudadanos. Se forjó un sistema donde la alianza entre militares, judicatura y burocracia tejieron los pilares del status quo de todos estos años, favoreciendo además el bipartidismo y el llamado kemalismo. Como señalan algunos analistas “Turquía era un país de leyes pero donde no imperaba la ley”. Otro aspecto de esa constitución es su firme defensa de la indisolubilidad del estado turco (y de paso una clara amenaza para cualquier demanda del pueblo kurdo).
Los resultados electorales impiden al AKP afrontar esa nueva constitución de forma solitaria, y por ello deberá comenzar a buscar aliados para esa tarea, algo que por otra parte apoya la mayoría de la población del país. Por ello deberá elegir (de momento parece difícil que loe kurdos y el CHP coincidan) a sus socios, aunque los dirigentes del AKP han manifestado que mantienen las puertas abiertas a todos los grupos. La nueva dirección del CHP, con un estilo diferente, sus coincidencias en aspectos relativos al ingreso en la Unión Europea, o reformas puntuales en el pasado, pueden acercar posturas entre ambas formaciones. Aunque los dirigentes del CHP han mostrado su rechazo a un cambio de los tres primeros artículos de la constitución (laicismo, kemalismo y unidad territorial), así como importantes reticencias hacia el sistema presidencial que perseguiría Erdogan. Hay quien señala que tras el verano pueden comenzar las negociaciones en esos ámbitos, cuando a partir del 1 de octubre comience la nueva etapa parlamentaria.
El conflicto con el pueblo kurdo será una vez más otro eje central del rumbo que tome el estado turco en el futuro. El éxito electoral del BDP, que contará con significadas figuras políticas como Leyla Zana, es una muestra más de la voluntad del pueblo kurdo para afrontar una salida negociada al conflicto (como viene demandando el dirigente del PKK, Ocalan, encarcelado en Turquía y que recientemente ha publicado un libro en ese sentido). La centralidad kurda obligará a retratarse a las fuerzas turcas, y el AKP deberá elegir por ser el partido que encauce el histórico conflicto o lo perpetúe (esta misma semana se han producido enfrentamientos armados), el CHP se unirá a un posible proceso de paz o se alineará con las fuerzas más reaccionarias del país, mientras que el MHP parece dispuesto a apostar por la línea más dura para afrontar cualquier salida.
Otro foco de atención estará en la política exterior de Turquía. En los próximos meses seguirá probablemente el debate en torno a la adhesión del estado turco a la UE, mientras, los gobernantes del país seguirán su diseño en torno a ganar peso en la región, como ha venido haciendo desde hace varios años, convirtiéndose en una potencia regional. Las revueltas de la llamada primavera árabe han podido trastocar los planes de Ankara, sobre todo los acontecimientos de Libia (en clave económica) y Siria (en clave política). En este último caso además de los lazos que habían forjado los gobiernos de ambos estados, la afluencia de refugiados sirios y kurdos a Turquía puede poner en un serio aprieto la agenda diseñada anteriormente.
La filosofía exterior turca, “sin problemas con los vecinos” seguirá pendiente de los acontecimientos en los estados citados. Por su parte, en torno a Iraq, Turquía mantiene una cauta postura, evitando apoyar a unos u a otros hasta que las cosas se aclaren, y sobre todo sin perder de vista la evolución en el Kurdistán del sur. En este contexto puede que el modelo de laboratorio político turco (la llamada democracia-islamista) puede verse también alterado en función del devenir de los acontecimientos.
Tras estas elecciones, algunos dirigentes turcos han señalado que se ha acabado el tiempo de los golpes militares y la llamada triple alianza (militares, judicatura y burocracia) que sustentaban el anterior status quo. Paralelamente algunas fuentes muestran sus temores en torno a la existencia o no de una posible agenda oculta que acabe llevando a Turquía a un modelo similar al que a día de hoy se vive en Rusia, la llamada “democracia soberana”. Como señalaba recientemente el editorial de un prestigioso periódico inglés, “admiración y aprensión” caracterizan la nueva situación en Turquía.
La bonanza económica, la centralidad del propio Erdogan y su proyecto reformador, y la posibilidad de afrontar la aprobación de una nueva constitución han sido los ejes de la campaña electoral, y probablemente sigan centrando la actualidad política e institucional del estado turco en los próximos meses.
Con el apoyo del 50% de los votantes, el AKP ha logrado un nuevo hito en su carrera política, y ello a pesar que el sistema electoral turco le concede menos representantes que hace cuatro años (ha pasado de 341 a 326), y sobre todo le impide, de momento afrontar las reformas constitucionales o presidenciales en solitarios. Para aprobar una nueva constitución necesita el apoyo de otros 41 parlamentarios, y en caso de querer convocar un referéndum constitucional necesitaría el soporte de cuatros escaños. A la vista de todo ello no debe extrañar las reacciones de Erdogan tras el triunfo de su partido, haciendo un llamamiento al consenso al resto de formaciones parlamentarias, pero sin dejar de lado sus aspiraciones reformistas.
El otro gran triunfador ha sido el Partido de la Paz y la Democracia (BDP), representante de la minoría kurda y que ha sabido sortear todos los obstáculos (detenciones, prohibiciones, criminalización, trabas electorales), obteniendo 36 parlamentarios (quince más que hace cuatro años). El sistema electoral turco está dispuesto para que los partidos kurdos queden excluidos del parlamento, pero éstos han sabido presentarse como independientes para sortera esa barrera, al tiempo que habiendo arrasado en las circunscripciones de mayoría kurda, han sabido atraer también el apoyo de fuerzas de izquierda en ciudades como Estambul. Además, un reparto más equitativo de los escaños le hubiera dotado de cerca de cincuenta escaños.
En el otro lado de la moneda se encuentras las dos formaciones opositoras. Tanto el Partido Republicano del Pueblo (CHP), de Kemal Kiliçdaroglu, como el Partido del Movimiento Nacionalista (MHP), han obtenido un resultado agridulce. Para los nuevos dirigentes del CHP este era su primera cita electoral, y a pesar de aumentar el número de parlamentarios (de 112 a 135) no ha logrado llegar al treinta por ciento de apoyo y ha perdido algunos de sus feudos costeros. El nuevo estilo de Kiliçdaroglu, proponiendo consenso de cara a afrontar las reformas que desea el AKP, pero siempre bajo unas condiciones previas, puede dar margen al partido para recuperarse en el futuro. No obstante todavía quedan dentro del mismo viejos clichés como se han visto durante la campaña electoral (mientras que se purgaba a la vieja guardia del partido, se invitaba a participar a imputados en el caso Ergenekon).
Por su parte, el MHP ha pasado de 71 a 53 escaños, y aún y todo se muestra relativamente satisfecho, ya que la mayoría de encuestas preelectorales señalaban las dificultades del mismo para alcanzar la barrera del 10%, lo que le condenaría al ostracismo y a un futuro incierto. El escándalo de las cintas de contenido sexual de algunos de sus dirigentes ha podido ser, irónicamente, la tabla de salvación que les ha dotado de mayor presencia en los medios durante la campaña (que hablen de ti aunque sea mal). Su defensa a ultranza del “nacionalismo turco” y su oposición a cualquier negociación del tema kurdo son los ejes de su agenda política, y difícilmente encajarán en cualquier intento de cambio que se quiera llevar adelante.
Los retos que afrontarán los dirigentes turcos se manifiestan tanto a nivel de la política doméstica como su acción hacia el exterior. De momento, la economía turca sigue siendo la principal baza que manejan el AKP y Erdogan para afrontar esta nueva etapa. Con un crecimiento anual del 10% (superado sólo por China), habiendo doblado el PIB desde 2002 y triplicado el número de sus exportaciones, Turquía se ha situado como la decimoséptima potencia económica mundial. Por ello, los retos se sitúan en torno a la reforma constitucional, el sistema presidencialista y sobre todo, al conflicto con el pueblo kurdo.
La constitución de 1982, hoy todavía vigente, es el producto del golpe militar de aquellos años, y se caracteriza sobretodo por las limitaciones sobre los derechos individuales, al tiempo que concede privilegios al estado a costa de sus ciudadanos. Se forjó un sistema donde la alianza entre militares, judicatura y burocracia tejieron los pilares del status quo de todos estos años, favoreciendo además el bipartidismo y el llamado kemalismo. Como señalan algunos analistas “Turquía era un país de leyes pero donde no imperaba la ley”. Otro aspecto de esa constitución es su firme defensa de la indisolubilidad del estado turco (y de paso una clara amenaza para cualquier demanda del pueblo kurdo).
Los resultados electorales impiden al AKP afrontar esa nueva constitución de forma solitaria, y por ello deberá comenzar a buscar aliados para esa tarea, algo que por otra parte apoya la mayoría de la población del país. Por ello deberá elegir (de momento parece difícil que loe kurdos y el CHP coincidan) a sus socios, aunque los dirigentes del AKP han manifestado que mantienen las puertas abiertas a todos los grupos. La nueva dirección del CHP, con un estilo diferente, sus coincidencias en aspectos relativos al ingreso en la Unión Europea, o reformas puntuales en el pasado, pueden acercar posturas entre ambas formaciones. Aunque los dirigentes del CHP han mostrado su rechazo a un cambio de los tres primeros artículos de la constitución (laicismo, kemalismo y unidad territorial), así como importantes reticencias hacia el sistema presidencial que perseguiría Erdogan. Hay quien señala que tras el verano pueden comenzar las negociaciones en esos ámbitos, cuando a partir del 1 de octubre comience la nueva etapa parlamentaria.
El conflicto con el pueblo kurdo será una vez más otro eje central del rumbo que tome el estado turco en el futuro. El éxito electoral del BDP, que contará con significadas figuras políticas como Leyla Zana, es una muestra más de la voluntad del pueblo kurdo para afrontar una salida negociada al conflicto (como viene demandando el dirigente del PKK, Ocalan, encarcelado en Turquía y que recientemente ha publicado un libro en ese sentido). La centralidad kurda obligará a retratarse a las fuerzas turcas, y el AKP deberá elegir por ser el partido que encauce el histórico conflicto o lo perpetúe (esta misma semana se han producido enfrentamientos armados), el CHP se unirá a un posible proceso de paz o se alineará con las fuerzas más reaccionarias del país, mientras que el MHP parece dispuesto a apostar por la línea más dura para afrontar cualquier salida.
Otro foco de atención estará en la política exterior de Turquía. En los próximos meses seguirá probablemente el debate en torno a la adhesión del estado turco a la UE, mientras, los gobernantes del país seguirán su diseño en torno a ganar peso en la región, como ha venido haciendo desde hace varios años, convirtiéndose en una potencia regional. Las revueltas de la llamada primavera árabe han podido trastocar los planes de Ankara, sobre todo los acontecimientos de Libia (en clave económica) y Siria (en clave política). En este último caso además de los lazos que habían forjado los gobiernos de ambos estados, la afluencia de refugiados sirios y kurdos a Turquía puede poner en un serio aprieto la agenda diseñada anteriormente.
La filosofía exterior turca, “sin problemas con los vecinos” seguirá pendiente de los acontecimientos en los estados citados. Por su parte, en torno a Iraq, Turquía mantiene una cauta postura, evitando apoyar a unos u a otros hasta que las cosas se aclaren, y sobre todo sin perder de vista la evolución en el Kurdistán del sur. En este contexto puede que el modelo de laboratorio político turco (la llamada democracia-islamista) puede verse también alterado en función del devenir de los acontecimientos.
Tras estas elecciones, algunos dirigentes turcos han señalado que se ha acabado el tiempo de los golpes militares y la llamada triple alianza (militares, judicatura y burocracia) que sustentaban el anterior status quo. Paralelamente algunas fuentes muestran sus temores en torno a la existencia o no de una posible agenda oculta que acabe llevando a Turquía a un modelo similar al que a día de hoy se vive en Rusia, la llamada “democracia soberana”. Como señalaba recientemente el editorial de un prestigioso periódico inglés, “admiración y aprensión” caracterizan la nueva situación en Turquía.
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