21 de junio 2011
Bill Van Auken
El presidente Barack Obama anunció su decisión sobre cuántos soldados deben retirarse de Afganistán antes del 1° de julio, su auto-impuesta fecha límite para -como él mismo dijo en diciembre de 2009- "iniciar la transferencia de nuestras fuerzas hacia fuera de Afganistán".
En aquella ocasión hizo la promesa en un discurso en el que anunció el "aumento" adicional de 33.000 soldados en aquel país devastado por la guerra. Desde que asumió a principios de 2009, la administración demócrata ha triplicado el tamaño de la fuerza militar norteamericana desplegada en Afganistán que ahora asciende a casi 100.000 soldados.
En el año y medio que pasó desde que Obama pronunció su discurso él y otros funcionarios norteamericanos han tratado de minimizar la importancia de la fecha límite de julio de 2011, subrayando que es sólo el comienzo de un proceso que será determinado por las condiciones imperantes en Afganistán y en base a consultas con los comandantes militares.
Sin embargo, las encuestas indican que las dos terceras partes de los estadounidenses se oponen a la guerra y casi tres cuartas partes quieren ver una retirada "sustancial". Con los costos de la guerra que se incrementaron a $ 2 mil millones por semana, en medio de incesantes recortes en el gasto social doméstico, la atención se ha centrado inevitablemente en la fecha límite.
El Pentágono ha dejado en claro que quiere restringir la retirada a un número simbólico de tropas de apoyo mientras mantiene intacta la fuerza de combate en Afganistán, por lo menos en las “temporadas de combate” de este verano y el del próximo año, cuando los grupos armados talibanes y otros que se oponen a la ocupación encabezada por Estados Unidos lancen su ofensiva militar. El secretario de Defensa Robert Gates, quien dejará su puesto a finales de este mes, ha insistido públicamente en que cualquier retirada será "modesta" y que los Estados Unidos no "corren hacia las salidas" en Afganistán.
Los principales miembros del Congreso, incluyendo a algunos republicanos, han pedido un retiro más acelerado. El senador Carl Levin, demócrata de Michigan que preside el Comité de Servicios Armados del Senado, ha abogado por sacar 15.000 efectivos militares el próximo mes, incluyendo a las tropas de combate.
La propuesta de Levin todavía dejaría un 85% de la fuerza norteamericana en Afganistán, un total de 50.000 de los 65.000 soldados adicionales que Obama envió al país desde principios de 2009.
Mientras que los medios de comunicación han centrado su atención en este debate público más bien limitado, en Washington entre bastidores, funcionarios de Estados Unidos están llevando a cabo dos series de negociaciones que arrojan luz sobre los verdaderos objetivos de esta guerra de casi una década de antigüedad.
El secretario de Defensa Robert Gates confirmó en una entrevista televisada el domingo que los negociadores de Estados Unidos están en conversaciones con los representantes del movimiento islamista talibán, cuyo régimen fue derrocado por la invasión de Estados Unidos hace 10 años en 2001.
Al mismo tiempo, Estados Unidos ha llevado al Consejo de Seguridad la propuesta de separar las sanciones internacionales impuestas a los talibanes de las que se aplican a Al Qaeda. El embajador de Washington ante la ONU, Susan Rice, elogió la medida, calificándola de "una herramienta importante para promover la reconciliación", que enviaría "un mensaje claro a los talibanes de que hay un futuro".
Teniendo en cuenta que en los últimos años varios de los comandantes de Estados Unidos entregaron conteos fuertemente inflados con víctimas civiles inocentes, de presuntos miembros del Talibán muertos o capturados, esta promesa de que hay un "futuro" puede parecer incongruente. Durante casi una década el público estadounidense ha escuchado a los políticos y generales equiparar a los talibanes con Al Qaeda e insistir en que la guerra se está luchando para derrotar al terrorismo y prevenir otro 9/11 en territorio norteamericano.
A pesar de que las negociaciones han comenzado, Gates subrayó que esto no significa que debe haber ninguna tregua en las operaciones militares de Estados Unidos. "Creo que los talibanes han de sentirse bajo presión militar y empiezan a creer que no pueden ganar sino están dispuestos a tener una conversación seria", dijo Gates a la CNN.
Por lo tanto las tropas norteamericanas seguirán a matar o morir en Afganistán pero ¿para qué? La pretensión de que están defendiendo a los Estados Unidos de los ataques ha perdido toda credibilidad.
El segundo conjunto de negociaciones cuasi-secretas se están llevando a cabo con el régimen del presidente Hamid Karzai, apoyado por Estados Unidos, buscando un acuerdo de asociación estratégica que asegure el acceso del Pentágono y la OTAN a bases militares permanentes en suelo afgano. En medio de las conversaciones públicas que habla sobre los retiros, continúan las conversaciones privadas con vistas a mantener las fuerzas estadounidenses en Afganistán durante las próximas décadas.
El sábado, cuando una delegación de Estados Unidos enviada a negociar este acuerdo estratégico llegó a Kabul, el presidente Karzai pronunció un discurso televisado a nivel nacional en el que criticó a los Estados Unidos y sus aliados de la OTAN. "Ellos están aquí para sus propios fines y están usando nuestro territorio para eso", dijo Karzai, quien también denunció a las fuerzas de ocupación por matar a los afganos y degradar el medio ambiente del país, incluso mediante el uso de municiones de uranio empobrecido.
La protesta de Karzai es un pálido reflejo de la abrumadora hostilidad popular entre los afganos a la fuerza de ocupación liderada por Estados Unidos, que el presidente títere y sus compañeros temen justificadamente que podrían destruirlos.
Al mismo tiempo Karzai y su camarilla temen que los acuerdos de Washington están tratando de lograr una presencia militar norteamericana a largo plazo en Afganistán, incluyendo el hecho de que las negociaciones unilaterales con los talibanes podrían terminar en la prescindencia de sus servicios.
Al igual que los regímenes anteriores en Afganistán, Karzai está cada vez más tratando de encontrar el equilibrio entre Washington, cuyas tropas y dinero lo mantinen en el poder, y los rivales regionales de Estados Unidos, que están cada vez más cautelosos respecto a los objetivos estratégicos de Estados Unidos en la región.
Por lo tanto la semana pasada Karzai asistió a la reunión de la Organización de Cooperación de Shanghai, en Kazajstán, donde los principales miembros de la OCS, China y Rusia, consensuaron una resolución llamando a un Afganistán "independiente y neutral", una declaración inequívoca de oposición a una continua presencia militar norteamericana en el país.
Las tropas estadounidenses están combatiendo y muriendo en Afganistán no para derrotar al terrorismo ni para defender la democracia. El objetivo real de esta guerra es asegurar para el imperialismo norteamericano una base de operaciones para proyectar su dominio sobre esta región de Asia Central, rica en energía, y para controlar las rutas de oleoductos que canalizan esta riqueza natural hacia el oeste.
Habiendo fracasado en lograr este objetivo tras 10 años de guerra y la ocupación, Washington se enfrenta a una creciente oposición de sus rivales estratégicos de la región, sobre todo China y Rusia. El inmenso sufrimiento e inestabilidad causada por este sucio estilo colonial, la guerra en Afganistán amenaza cada vez más con extenderse hacia un enfrentamiento regional y mundial mucho más amplio, de peligros incalculables para los trabajadores en todo el planeta.
En aquella ocasión hizo la promesa en un discurso en el que anunció el "aumento" adicional de 33.000 soldados en aquel país devastado por la guerra. Desde que asumió a principios de 2009, la administración demócrata ha triplicado el tamaño de la fuerza militar norteamericana desplegada en Afganistán que ahora asciende a casi 100.000 soldados.
En el año y medio que pasó desde que Obama pronunció su discurso él y otros funcionarios norteamericanos han tratado de minimizar la importancia de la fecha límite de julio de 2011, subrayando que es sólo el comienzo de un proceso que será determinado por las condiciones imperantes en Afganistán y en base a consultas con los comandantes militares.
Sin embargo, las encuestas indican que las dos terceras partes de los estadounidenses se oponen a la guerra y casi tres cuartas partes quieren ver una retirada "sustancial". Con los costos de la guerra que se incrementaron a $ 2 mil millones por semana, en medio de incesantes recortes en el gasto social doméstico, la atención se ha centrado inevitablemente en la fecha límite.
El Pentágono ha dejado en claro que quiere restringir la retirada a un número simbólico de tropas de apoyo mientras mantiene intacta la fuerza de combate en Afganistán, por lo menos en las “temporadas de combate” de este verano y el del próximo año, cuando los grupos armados talibanes y otros que se oponen a la ocupación encabezada por Estados Unidos lancen su ofensiva militar. El secretario de Defensa Robert Gates, quien dejará su puesto a finales de este mes, ha insistido públicamente en que cualquier retirada será "modesta" y que los Estados Unidos no "corren hacia las salidas" en Afganistán.
Los principales miembros del Congreso, incluyendo a algunos republicanos, han pedido un retiro más acelerado. El senador Carl Levin, demócrata de Michigan que preside el Comité de Servicios Armados del Senado, ha abogado por sacar 15.000 efectivos militares el próximo mes, incluyendo a las tropas de combate.
La propuesta de Levin todavía dejaría un 85% de la fuerza norteamericana en Afganistán, un total de 50.000 de los 65.000 soldados adicionales que Obama envió al país desde principios de 2009.
Mientras que los medios de comunicación han centrado su atención en este debate público más bien limitado, en Washington entre bastidores, funcionarios de Estados Unidos están llevando a cabo dos series de negociaciones que arrojan luz sobre los verdaderos objetivos de esta guerra de casi una década de antigüedad.
El secretario de Defensa Robert Gates confirmó en una entrevista televisada el domingo que los negociadores de Estados Unidos están en conversaciones con los representantes del movimiento islamista talibán, cuyo régimen fue derrocado por la invasión de Estados Unidos hace 10 años en 2001.
Al mismo tiempo, Estados Unidos ha llevado al Consejo de Seguridad la propuesta de separar las sanciones internacionales impuestas a los talibanes de las que se aplican a Al Qaeda. El embajador de Washington ante la ONU, Susan Rice, elogió la medida, calificándola de "una herramienta importante para promover la reconciliación", que enviaría "un mensaje claro a los talibanes de que hay un futuro".
Teniendo en cuenta que en los últimos años varios de los comandantes de Estados Unidos entregaron conteos fuertemente inflados con víctimas civiles inocentes, de presuntos miembros del Talibán muertos o capturados, esta promesa de que hay un "futuro" puede parecer incongruente. Durante casi una década el público estadounidense ha escuchado a los políticos y generales equiparar a los talibanes con Al Qaeda e insistir en que la guerra se está luchando para derrotar al terrorismo y prevenir otro 9/11 en territorio norteamericano.
A pesar de que las negociaciones han comenzado, Gates subrayó que esto no significa que debe haber ninguna tregua en las operaciones militares de Estados Unidos. "Creo que los talibanes han de sentirse bajo presión militar y empiezan a creer que no pueden ganar sino están dispuestos a tener una conversación seria", dijo Gates a la CNN.
Por lo tanto las tropas norteamericanas seguirán a matar o morir en Afganistán pero ¿para qué? La pretensión de que están defendiendo a los Estados Unidos de los ataques ha perdido toda credibilidad.
El segundo conjunto de negociaciones cuasi-secretas se están llevando a cabo con el régimen del presidente Hamid Karzai, apoyado por Estados Unidos, buscando un acuerdo de asociación estratégica que asegure el acceso del Pentágono y la OTAN a bases militares permanentes en suelo afgano. En medio de las conversaciones públicas que habla sobre los retiros, continúan las conversaciones privadas con vistas a mantener las fuerzas estadounidenses en Afganistán durante las próximas décadas.
El sábado, cuando una delegación de Estados Unidos enviada a negociar este acuerdo estratégico llegó a Kabul, el presidente Karzai pronunció un discurso televisado a nivel nacional en el que criticó a los Estados Unidos y sus aliados de la OTAN. "Ellos están aquí para sus propios fines y están usando nuestro territorio para eso", dijo Karzai, quien también denunció a las fuerzas de ocupación por matar a los afganos y degradar el medio ambiente del país, incluso mediante el uso de municiones de uranio empobrecido.
La protesta de Karzai es un pálido reflejo de la abrumadora hostilidad popular entre los afganos a la fuerza de ocupación liderada por Estados Unidos, que el presidente títere y sus compañeros temen justificadamente que podrían destruirlos.
Al mismo tiempo Karzai y su camarilla temen que los acuerdos de Washington están tratando de lograr una presencia militar norteamericana a largo plazo en Afganistán, incluyendo el hecho de que las negociaciones unilaterales con los talibanes podrían terminar en la prescindencia de sus servicios.
Al igual que los regímenes anteriores en Afganistán, Karzai está cada vez más tratando de encontrar el equilibrio entre Washington, cuyas tropas y dinero lo mantinen en el poder, y los rivales regionales de Estados Unidos, que están cada vez más cautelosos respecto a los objetivos estratégicos de Estados Unidos en la región.
Por lo tanto la semana pasada Karzai asistió a la reunión de la Organización de Cooperación de Shanghai, en Kazajstán, donde los principales miembros de la OCS, China y Rusia, consensuaron una resolución llamando a un Afganistán "independiente y neutral", una declaración inequívoca de oposición a una continua presencia militar norteamericana en el país.
Las tropas estadounidenses están combatiendo y muriendo en Afganistán no para derrotar al terrorismo ni para defender la democracia. El objetivo real de esta guerra es asegurar para el imperialismo norteamericano una base de operaciones para proyectar su dominio sobre esta región de Asia Central, rica en energía, y para controlar las rutas de oleoductos que canalizan esta riqueza natural hacia el oeste.
Habiendo fracasado en lograr este objetivo tras 10 años de guerra y la ocupación, Washington se enfrenta a una creciente oposición de sus rivales estratégicos de la región, sobre todo China y Rusia. El inmenso sufrimiento e inestabilidad causada por este sucio estilo colonial, la guerra en Afganistán amenaza cada vez más con extenderse hacia un enfrentamiento regional y mundial mucho más amplio, de peligros incalculables para los trabajadores en todo el planeta.
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