Por Peter Schwarz
30 de mayo 2011
La guerra en Libia marca un punto de inflexión en la política mundial.
La decisión de bombardear el país fue tomada hace unas semanas de la noche a la mañana, justo después del estallido de la revolución en Túnez y Egipto y pocos días después del inicio de los llamados a la rebelión contra Muammar Gaddafi. A diferencia de las guerras en Afganistán e Irak, la iniciativa para el ataque fue llevado adelante no por los EE.UU. sino por las antiguas potencias coloniales europeas de Francia y Gran Bretaña (y ahora también Italia), a quien luego se unieron los Estados Unidos. Francia y Gran Bretaña han puesto en marcha una guerra en la región árabe por primera vez desde que se vieron obligados a abortar la guerra de Suez en 1956.
Oficialmente la guerra se caracteriza por ser una intervención "humanitaria", apoyada por la seudo-izquierda, desde los pablistas, pasando por los socialdemócratas hasta llegar a los Verdes. Pero es bastante obvio que se trata de una empresa imperialista. Lo que está en cuestión son reservas estatales de petróleo y reservas de gas en el desierto: el acceso a las materias primas y a los mercados de África, alrededor de los cuales ruge una batalla entre las viejas potencias imperialistas y la potencia en ascenso, China. Y al mismo tiempo se trata de la supresión de la revolución en el norte de África y Oriente Medio, que amenaza los intereses imperialistas en la región.
La vehemencia con la que ha desarrollado la guerra es el resultado tanto de la dureza del desacuerdo entre las principales potencias imperialistas y de los antagonismos de clase exacerbado en estos mismos países. Como la mayoría de las guerras la guerra de Libia es determinada en parte por motivos políticos internos. Sirve para desviar la atención de los conflictos sociales y crear las condiciones necesarias para su represión violenta. Tanto Sarkozy como Berlusconi se encuentran en proceso de imponer medidas de austeridad muy impopulares en la clase obrera. Las encuestas de opinión muestran que ambos han sido muy impopulares durante meses.
Un artículo publicado el 19 de abril, llamado "La guerra de Libia y la intensificación de los conflictos inter-imperialistas" llamó la atención sobre "la disputa cada vez más amarga entre Francia, Gran Bretaña y los Estados Unidos, por un lado y Alemania por el otro", que se hizo evidente con el estallido de la guerra en Libia. Por primera vez, Alemania hizo un frente común en el Consejo de Seguridad con Rusia, China, India y Brasil en contra de sus aliados tradicionales de Francia, Gran Bretaña y los EE.UU. Se abstuvo en la votación de la resolución sobre Libia y no ha tomado parte en la guerra, mientras que Francia, Gran Bretaña y los Estados Unidos votaron a favor de la resolución y pasaron a dominar el conflicto.
Esta controversia no es un accidente sino el resultado de profundas diferencias económicas y políticas entre Alemania y Francia y un avanzado estado de crisis en la Unión Europea. El eje franco-alemán ha sido la columna vertebral de la Comunidad Europea y la Unión Europea desde el Tratado de Roma de 1957. Los dos países han jugado un rol principal en la configuración de la situación política en Europa después de la guerra y son las economías más grandes en la adopción del euro como moneda común europea. Este eje está mostrando claras líneas de falla.
De haber ejercido durante décadas una política de mantener la unidad política y militar de Europa, los Estados Unidos prácticamente han desechado este curso, al participar en una guerra con la oposición oficial de Berlín.
Un acalorado debate en la votación sobre Libia en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (ONU) ha estallado en la propia Alemania. Los políticos de todos los sectores, así como los comentarios de numerosos medios de comunicación, son de la opinión que el canciller Guido Westerwelle ha cometido un "grave error" al abstenerse en la votación. Insisten en que Alemania no debió de ninguna manera haber hecho causa común con los países del BRIC (Brasil, Rusia, India y China) en contra de sus aliados tradicionales, aunque se haya resuelto no participar en la guerra.
Un comentario del Spiegel Online resume esta crítica con las siguientes palabras: "hasta ahora la regla para Alemania era alinearse con Estados Unidos y Francia. Eso no siempre fue fácil de hacer. A veces, como antes de la guerra de Irak, fue imposible. En ese momento la República Federal Alemana tuvo que elegir entre uno de los dos principales socios. Sin embargo, la firme creencia era que bajo ninguna circunstancia podía oponerse a ambos al mismo tiempo. El gobierno se ha apartado de este principio básico de la política alemana".
Un repaso a la historia
La decisión de bombardear el país fue tomada hace unas semanas de la noche a la mañana, justo después del estallido de la revolución en Túnez y Egipto y pocos días después del inicio de los llamados a la rebelión contra Muammar Gaddafi. A diferencia de las guerras en Afganistán e Irak, la iniciativa para el ataque fue llevado adelante no por los EE.UU. sino por las antiguas potencias coloniales europeas de Francia y Gran Bretaña (y ahora también Italia), a quien luego se unieron los Estados Unidos. Francia y Gran Bretaña han puesto en marcha una guerra en la región árabe por primera vez desde que se vieron obligados a abortar la guerra de Suez en 1956.
Oficialmente la guerra se caracteriza por ser una intervención "humanitaria", apoyada por la seudo-izquierda, desde los pablistas, pasando por los socialdemócratas hasta llegar a los Verdes. Pero es bastante obvio que se trata de una empresa imperialista. Lo que está en cuestión son reservas estatales de petróleo y reservas de gas en el desierto: el acceso a las materias primas y a los mercados de África, alrededor de los cuales ruge una batalla entre las viejas potencias imperialistas y la potencia en ascenso, China. Y al mismo tiempo se trata de la supresión de la revolución en el norte de África y Oriente Medio, que amenaza los intereses imperialistas en la región.
La vehemencia con la que ha desarrollado la guerra es el resultado tanto de la dureza del desacuerdo entre las principales potencias imperialistas y de los antagonismos de clase exacerbado en estos mismos países. Como la mayoría de las guerras la guerra de Libia es determinada en parte por motivos políticos internos. Sirve para desviar la atención de los conflictos sociales y crear las condiciones necesarias para su represión violenta. Tanto Sarkozy como Berlusconi se encuentran en proceso de imponer medidas de austeridad muy impopulares en la clase obrera. Las encuestas de opinión muestran que ambos han sido muy impopulares durante meses.
Un artículo publicado el 19 de abril, llamado "La guerra de Libia y la intensificación de los conflictos inter-imperialistas" llamó la atención sobre "la disputa cada vez más amarga entre Francia, Gran Bretaña y los Estados Unidos, por un lado y Alemania por el otro", que se hizo evidente con el estallido de la guerra en Libia. Por primera vez, Alemania hizo un frente común en el Consejo de Seguridad con Rusia, China, India y Brasil en contra de sus aliados tradicionales de Francia, Gran Bretaña y los EE.UU. Se abstuvo en la votación de la resolución sobre Libia y no ha tomado parte en la guerra, mientras que Francia, Gran Bretaña y los Estados Unidos votaron a favor de la resolución y pasaron a dominar el conflicto.
Esta controversia no es un accidente sino el resultado de profundas diferencias económicas y políticas entre Alemania y Francia y un avanzado estado de crisis en la Unión Europea. El eje franco-alemán ha sido la columna vertebral de la Comunidad Europea y la Unión Europea desde el Tratado de Roma de 1957. Los dos países han jugado un rol principal en la configuración de la situación política en Europa después de la guerra y son las economías más grandes en la adopción del euro como moneda común europea. Este eje está mostrando claras líneas de falla.
De haber ejercido durante décadas una política de mantener la unidad política y militar de Europa, los Estados Unidos prácticamente han desechado este curso, al participar en una guerra con la oposición oficial de Berlín.
Un acalorado debate en la votación sobre Libia en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (ONU) ha estallado en la propia Alemania. Los políticos de todos los sectores, así como los comentarios de numerosos medios de comunicación, son de la opinión que el canciller Guido Westerwelle ha cometido un "grave error" al abstenerse en la votación. Insisten en que Alemania no debió de ninguna manera haber hecho causa común con los países del BRIC (Brasil, Rusia, India y China) en contra de sus aliados tradicionales, aunque se haya resuelto no participar en la guerra.
Un comentario del Spiegel Online resume esta crítica con las siguientes palabras: "hasta ahora la regla para Alemania era alinearse con Estados Unidos y Francia. Eso no siempre fue fácil de hacer. A veces, como antes de la guerra de Irak, fue imposible. En ese momento la República Federal Alemana tuvo que elegir entre uno de los dos principales socios. Sin embargo, la firme creencia era que bajo ninguna circunstancia podía oponerse a ambos al mismo tiempo. El gobierno se ha apartado de este principio básico de la política alemana".
Un repaso a la historia
Para entender la alarma causada por el voto alemán en el Consejo de Seguridad es necesario echar una mirada hacia atrás en la historia. El miedo de estar aislado políticamente ya dominó la política exterior del siglo XIX del canciller de Alemania, Otto von Bismarck, quien habló de una "pesadilla de las alianzas".
La fundación del Imperio Alemán en 1871 cambió fundamentalmente el equilibrio de poder en el continente europeo. "El equilibrio de poder está completamente destruido", comentó Benjamin Disraeli, líder de los conservadores en la Cámara Baja del Parlamento británico en el momento de la inauguración del Imperio Alemán. Hasta entonces Gran Bretaña había sido el poderoso líder indiscutido en el mundo, que gobernó los mares mientras que las grandes potencias como Francia, Rusia y Austria mantuvieron el equilibrio de poder en el continente europeo. Con la unificación de Alemania bajo la hegemonía de Prusia en una gran potencia, nuevos poderes surgieron en el centro del continente, amenazando la posición de las antiguos grandes potencias.
La política exterior de Bismarck fue diseñada para evitar un alineamiento de estas grandes potencias contra Alemania. Con este fin desarrolló un complicado sistema de alianzas sin escrúpulos explotando la disputa por el legado del Imperio turco en los Balcanes para enfrentar a las potencias una contra la otra y así mantener un equilibrio de poder.
Sin embargo el sistema de Bismarck sólo era viable siempre y cuando Alemania se ocupara principalmente de la consolidación económica interna y no persiguiera sus propios objetivos imperialistas. Este no era el caso desde 1890 en adelante. Por aquel entonces, Guillermo I murió y fue reemplazado después de un breve período por su nieto Guillermo II, cuyo conflicto con Bismarck llevó a la renuncia del canciller. El colapso del sistema de Bismarck y los cambios en la política exterior alemana, se explican a menudo por los cambios en los segmentos superiores del liderazgo nacional. Sin embargo, esta fue sólo una parte de toda la situación.
El factor decisivo fue el notable auge económico de Alemania, tornando necesario el acceso a las materias primas y los mercados mundiales así como nuevas oportunidades de inversión para su acumulación de capital. Esto dio lugar a la construcción de una flota que desafió el dominio de Gran Bretaña sobre el mar, el proyecto ferroviario en Bagdad que allanaría el camino para la inversión de capital alemán en el Este y la búsqueda de las colonias que expandirían el imperio alemán. Trotsky resumió la situación de Alemania en la fórmula: "a medida que las fuerzas productivas de Alemania estén cada vez más altamente orientadas, se convertirá en la potencia más dinámica y más se estrangulará dentro del sistema estatal europeo, un sistema que es similar al sistema de jaulas dentro de un empobrecido zoológico provincial".
Se desarrolló entonces la situación que Bismarck había tratado de evitar. Las grandes potencias unieron fuerzas contra Alemania y en gran parte la aíslan en 1902. Alemania se quedó sólo con Austria-Hungría como aliado, oponiéndose a un frente coordinado integrado por Gran Bretaña, Francia y Rusia. Por lo tanto las alianzas y bloques de poder que luego irían a chocar en las primera y segunda guerras mundiales se fueron delineando en esta etapa.
Después de la Segunda Guerra Mundial, la "cuestión alemana" fue desactivada a través de la integración de Alemania Occidental en la Organización del Tratado del Atlántico Norte y la Comunidad Europea. Esto se vio facilitado por el hecho de que la República Federal tenía sólo la mitad del tamaño del Imperio Alemán. La activa cooperación política y económica desarrollada entre Alemania y Francia hizo que Francia fuera el más importante socio comercial de Alemania y viceversa.
El regreso de la "cuestión alemana"La fundación del Imperio Alemán en 1871 cambió fundamentalmente el equilibrio de poder en el continente europeo. "El equilibrio de poder está completamente destruido", comentó Benjamin Disraeli, líder de los conservadores en la Cámara Baja del Parlamento británico en el momento de la inauguración del Imperio Alemán. Hasta entonces Gran Bretaña había sido el poderoso líder indiscutido en el mundo, que gobernó los mares mientras que las grandes potencias como Francia, Rusia y Austria mantuvieron el equilibrio de poder en el continente europeo. Con la unificación de Alemania bajo la hegemonía de Prusia en una gran potencia, nuevos poderes surgieron en el centro del continente, amenazando la posición de las antiguos grandes potencias.
La política exterior de Bismarck fue diseñada para evitar un alineamiento de estas grandes potencias contra Alemania. Con este fin desarrolló un complicado sistema de alianzas sin escrúpulos explotando la disputa por el legado del Imperio turco en los Balcanes para enfrentar a las potencias una contra la otra y así mantener un equilibrio de poder.
Sin embargo el sistema de Bismarck sólo era viable siempre y cuando Alemania se ocupara principalmente de la consolidación económica interna y no persiguiera sus propios objetivos imperialistas. Este no era el caso desde 1890 en adelante. Por aquel entonces, Guillermo I murió y fue reemplazado después de un breve período por su nieto Guillermo II, cuyo conflicto con Bismarck llevó a la renuncia del canciller. El colapso del sistema de Bismarck y los cambios en la política exterior alemana, se explican a menudo por los cambios en los segmentos superiores del liderazgo nacional. Sin embargo, esta fue sólo una parte de toda la situación.
El factor decisivo fue el notable auge económico de Alemania, tornando necesario el acceso a las materias primas y los mercados mundiales así como nuevas oportunidades de inversión para su acumulación de capital. Esto dio lugar a la construcción de una flota que desafió el dominio de Gran Bretaña sobre el mar, el proyecto ferroviario en Bagdad que allanaría el camino para la inversión de capital alemán en el Este y la búsqueda de las colonias que expandirían el imperio alemán. Trotsky resumió la situación de Alemania en la fórmula: "a medida que las fuerzas productivas de Alemania estén cada vez más altamente orientadas, se convertirá en la potencia más dinámica y más se estrangulará dentro del sistema estatal europeo, un sistema que es similar al sistema de jaulas dentro de un empobrecido zoológico provincial".
Se desarrolló entonces la situación que Bismarck había tratado de evitar. Las grandes potencias unieron fuerzas contra Alemania y en gran parte la aíslan en 1902. Alemania se quedó sólo con Austria-Hungría como aliado, oponiéndose a un frente coordinado integrado por Gran Bretaña, Francia y Rusia. Por lo tanto las alianzas y bloques de poder que luego irían a chocar en las primera y segunda guerras mundiales se fueron delineando en esta etapa.
Después de la Segunda Guerra Mundial, la "cuestión alemana" fue desactivada a través de la integración de Alemania Occidental en la Organización del Tratado del Atlántico Norte y la Comunidad Europea. Esto se vio facilitado por el hecho de que la República Federal tenía sólo la mitad del tamaño del Imperio Alemán. La activa cooperación política y económica desarrollada entre Alemania y Francia hizo que Francia fuera el más importante socio comercial de Alemania y viceversa.
Con la unificación alemana en 1990, sin embargo, la "cuestión alemana" se convirtió una vez más en aguda. El equilibrio de Europa se vio interrumpido por la unificación de Alemania y el colapso de la Cortina de Hierro. Es bien sabido que los gobiernos británico, francés e italiano se opusieron la reunificación alemana en ese momento pero no pudieron evitarlo.
Finalmente se acordó que Alemania debía ser contenida por la introducción de una moneda europea común y la creación de la Unión Europea. Francia esperaba por lo tanto asegurarse el control sobre su vecino económicamente más avanzado. El canciller Helmut Kohl renunció a la demanda inicial alemana de que la unión política europea precediera a la unión monetaria. En lugar de ello, Europa fue creciendo poco a poco más unida sobre la base de la lógica del mercado común y la moneda única.
En los años siguientes se creía ampliamente que el dinamismo económico de la eurozona llevaría armónicamente a la expansión y consolidación de Europa. En el año 2000 el entonces ministro de Relaciones Exteriores alemán Joschka Fischer (Partido Verde), pronunció un discurso que fue bien recibido en la Universidad Humboldt, en la que proclamó el objetivo de una Europa federal. La propia UE se amplió a 27 miembros para el año 2007, el euro fue adoptado con fines de contabilidad en 1999 y se convirtió en billetes y monedas en 2002. Desde entonces, se ha convertido en la moneda oficial de 17 estados miembros de la UE.
Sin embargo, el proceso de integración política era cada vez más vacilante.
Ya en la década de 1990 las potencias europeas no pudieron ponerse de acuerdo sobre un enfoque común frente a la crisis yugoslava. Mientras que Alemania presionaba para un rápido desmembramiento del país, Francia e Inglaterra se opusieron a tal objetivo. Esto abrió la puerta a la intervención de los Estados Unidos, quienes pasaron a dominar la guerra siguiente.
En 2003 la guerra de Irak dio un nuevo golpe a los planes de una política exterior común europea lo que dejó a Europa profundamente dividida. Mientras que Inglaterra y Polonia apoyaron la guerra, Alemania y Francia se negaron a participar.
En 2005 un proyecto de Constitución europea fue rechazada en los referendums en Francia y los Países Bajos. La alternativa presentada a fines de 2009, en el Tratado de Lisboa, demostró ser un pobre sustituto. El nombramiento de la desconocida Catherine Ashton como representante exterior de la UE fue prueba fehaciente de que ningún gobierno europeo estaba dispuesto a subordinar sus intereses de política exterior a una línea común europea.
Con la acción conjunta adoptada por Francia, Gran Bretaña y los Estados Unidos en Libia, las divisiones dentro de Europa han alcanzado una nueva etapa. Francia y Gran Bretaña están actuando fuera de las estructuras existentes de la UE, tanto política como militarmente. A diferencia del juego de poder en la guerra de Irak, la división ya no es entre la "vieja" y la "nueva" Europa, sino entre Francia, Gran Bretaña y algunos estados de Europa occidental por un lado, y Alemania y los países de Europa del Este por otro lado.
Los intereses alemanes en el norte de África
La abstención de Alemania en la votación del Consejo de Seguridad no puede ser atribuida a la inclinación individual del ministro de Relaciones Exteriores Westerwelle, como si la política del Imperio Alemán se pudiera reducir a las intenciones subjetivas de Guillermo II y de su canciller, Bernhard von Bülow, 120 años atrás. Ambos son el resultado de la evolución de las tendencias a largo plazo. La abstención de Westerwelle es la consecuencia lógica de la política exterior y de las diferencias económicas entre Alemania y Francia que se han desarrollado a lo largo del tiempo.
Alemania busca la consecución de sus propios intereses en el norte de África y Oriente Medio y estos intereses son contradictorios con los de Francia. Dos años antes de la guerra de Libia el Instituto Alemán de Asuntos Internacionales y de Seguridad publicó un estudio sobre "La política alemana de Oriente Medio y África del Norte". Allí dice: "hasta bien entrado el decenio de 1990 los países del Magreb todavía ocupaban una posición marginal en la política exterior alemana y no había indicios de una formulación clara de los intereses alemanes. Sin embargo en la última década la importancia de la región para la política exterior alemana ha crecido de manera constante por tres razones: la cuestión crucial de la seguridad energética, los esfuerzos para frenar la migración y la lucha contra el terrorismo y la delincuencia organizada".
La prioridad es el suministro de energía. Según el estudio, "el petróleo y el gas de estos Estados es de creciente importancia para el abastecimiento energético de Alemania. Libia es hoy día el cuarto más importante proveedor de petróleo de Alemania. Argelia es el octavo”.
El conflicto de intereses de Alemania y Francia en el mundo árabe surgió durante la disputa sobre la llamada Unión por el Mediterráneo hace tres años. Desde que asumió el cargo en 2007 Sarkozy había decidido crear una Unión del Mediterráneo. La intención era unir a todos los países del Mediterráneo bajo el liderazgo de Francia formando un contrapeso a la creciente influencia económica y política de Alemania en Europa del Este. Los planes de Sarkozy se enfrentaron a una feroz resistencia en Berlín. Se temía que un resurgimiento de las ambiciones coloniales francesas podía desafiar el papel líder de Alemania en la UE. Se creyó que los intereses alemanes en el norte de África también podrían estar bajo amenaza.
Las observaciones de seguridad del estudio antes citado, decían que "la propuesta de Unión Mediterránea, que originalmente sólo incluía a los países ribereños del Mediterráneo, fue concebida claramente como un instrumento para garantizar y ampliar la influencia francesa en la región. El papel especial de Francia tiene consecuencias negativas sobre todo para las empresas alemanas. Los productos alemanes pueden ser considerados como confiables y las empresas alemanas como absolutamente competentes y los funcionarios gubernamentales del Magreb están siempre pidiendo una mayor participación alemana. Pero cuando se trata de contratos es más a menudo una empresa francesa la que se cierra el acuerdo".
Tampoco es Alemania el único país interesado en el Norte de África: "la competencia ha estado calentándose durante mucho tiempo, con la participación de un número cada vez mayor de actores internacionales: Estados Unidos, Rusia, España, Italia, Gran Bretaña, y también cada vez más China, India y América Latina. Los Estados están en busca de cooperación energética y de seguridad (incluida la venta de armas), buscan la participación en la expansión de la infraestructura regional de transportes y los contratos en el sector de la construcción en general".
El grado de participación de China se conoció en el estallido de la guerra en Libia, cuando 75 empresas chinas y 36.000 trabajadores chinos tuvieron que abandonar el país. Libia es el único país de África del Norte que se opuso a la Unión por el Mediterráneo.
La Unión por el Mediterráneo se estableció finalmente en el verano de 2008 y comenzó sus operaciones en mayo de 2010. Pero Alemania ha sido muy exitosa en colocar su posición. Todos los estados miembros de la UE, no sólo los países mediterráneos, son socios de la Unión por el Mediterráneo, lo que hace mucho más difícil para Francia imponer su propia línea en la región.
Sarkozy ha explotado los eventos en Libia con el fin de recuperar la ofensiva. Las revoluciones en Túnez y Egipto fueron un duro golpe para Francia que había mantenido relaciones especialmente estrechas con los gobernantes depuestos, Ben Ali y Mubarak. Mubarak, en forma conjunta con Sarkozy, había presidido la Unión por el Mediterráneo. Por su parte Alemania creía que tenía una buena oportunidad de hacer negocios con los sucesores de los gobernantes depuestos.
Libia ofreció a Sarkozy la oportunidad de explotar la rebelión contra Gadafi en su propio interés. Para sorpresa, incluso de su propio ministro de Relaciones Exteriores, Sarkozy fue el primero en reconocer formalmente al Consejo de Transición de Bengasi y presionar para que comenzara la intervención militar. Su empresa fue apoyada por el primer ministro británico Cameron y por el presidente Obama de los Estados Unidos.
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