sábado, 21 de mayo de 2011

GUERRA PREVENTIVA, GUERRA ANTICIPATORIA, GUERRA DE EXTERMINIO. LAS NUEVAS GUERRAS DE OBAMA

La venganza de Al-Qaeda y las nuevas guerras de Obama
Miradas al sur. Año 3. Edición número 156. Domingo 15 de mayo de 2011
Por Walter Goobar
wgoobar@miradasalsur.com

El Congreso de EE.UU. estudia un modelo de declaración de guerra que otorga ilimitados poderes a la Casa Blanca
Los optimistas que imaginaron que tras el asesinato de Osama Bin Laden en Pakistán, Estados Unidos proclamaría el fin de la guerra al terrorismo, declarada después del 11 de septiembre de 2001, se equivocaron de cabo a rabo: el asesinato extraterritorial y extrajudicial de Bin Laden no sólo ha resucitado a Al-Qaeda, que este viernes consumó su primera represalia con un mortífero atentado que dejó 90 muertos en Pakistán, sino que proporcionó la excusa para que el Congreso estadounidense considere una nueva declaración de guerra que autoriza el empleo de las fuerzas armadas de Estados Unidos en un conflicto sin fin, sin límites y sin un claro enemigo. Se trata de un instrumento legal para expandir los límites geográficos, políticos y temporales del conflicto, transformándolo en una guerra global permanente.
Este viernes, Al-Qaeda respondió con sangre al asesinato de Osama Bin Laden. Dos suicidas atacaron un centro de reclutamiento paramilitar en uno de los atentados más sangrientos registrados en los últimos meses. Los suicidas detonaron sus explosivos justo en el momento en que los reclutas se retiraban del establecimiento en el Fuerte Shabqadar, en Charsadda, una ciudad del noroeste.
Este atentado –que seguramente es el primero de una sangrienta escalada– implica que Al-Qaeda y Washington están de acuerdo –por lo menos en una cosa–: el desplazamiento del teatro de guerra de Afganistán a Pakistán.
Lejos de ser “un efecto colateral” del asesinato de Bin Laden, el Pentágono apuesta a una jugada sumamente peligrosa denominada Operación Atardecer que marca el traslado del teatro de la “guerra contra el terror” de Afganistán a la inestable Pakistán, que afronta un enorme vacío de poder.
Hay serias divisiones dentro del ISI –el servicio de inteligencia–, entre el ISI y una parte del ejército y entre el ejército y el gobierno. Esto sólo puede significar caos.
Al calor de la euforia que produjo en Washington la muerte de Bin Laden, la Comisión de Defensa del Congreso de Estados Unidos –con mayoría republicana– está estudiando el texto de una nueva declaración de guerra que “actualiza” la que se aprobó el 18 de septiembre de 2001. A diferencia del texto antiguo que, en nombre del derecho de legítima defensa, autorizó el uso de la fuerza militar “contra naciones, organizaciones y personas responsables de ataques lanzados contra los Estados Unidos (...) con el fin de prevenir nuevos actos de terrorismo”, el nuevo texto, redactado por el republicano Howard McKeon, describe una guerra sin fin, sin fronteras y sin un enemigo claro. “Los Estados Unidos –dice la propuesta en análisis– están empeñados en una guerra contra las naciones, las organizaciones y los individuos que forman parte o apoyan a Al-Qaeda, a los talibanes o a las fuerzas aliadas que participan en hostilidades contra los Estados Unidos, contra los miembros de la Coalición o a favor de las citadas naciones, organizaciones o personas.”
La nueva declaración de guerra también autoriza la detención de los enemigos sin límites de tiempo: “El presidente tiene la autoridad para detener a combatientes hasta el final de las hostilidades”.
El texto que parece escrito a la medida de la nueva doctrina bélica del Nobel de la Paz, ha despertado la alarma de todas las asociaciones estadounidenses que trabajan por los derechos civiles, los derechos humanos y contra la guerra.
La nueva doctrina otorga al presidente amplios e irrevocables poderes para embarcar a los Estados Unidos en una guerra a escala mundial sin un enemigo definido, sin ningún límite geográfico y sin límites de tiempo vinculados al logro de un objetivo. “A diferencia de la declaración de guerra de 2001 que autorizó el ataque contra Afganistán y la cacería de Osama Bin Laden, el texto propuesto no menciona un daño específico, como el ataque del 11 de septiembre, o una amenaza específica para el país. Se sostiene que Estados Unidos está en guerra dondequiera que haya sospechosos de terrorismo, independientemente de si existe un peligro real.
El Congreso delega en el presidente poderes absolutos para hacer la guerra, con una amplitud sin precedentes, que lo autorizan “a ordenar el uso de la fuerza militar, independientemente de ataques concretos o potenciales contra de los Estados Unidos”.
“La nueva declaración de guerra –continúa la propuesta– no especifica los objetivos finales ni los criterios bajo los cuales se restringirían los poderes de guerra presidenciales delegados por el Congreso: los amplios plazos de este conflicto podrían durar decenios. Según este texto, “las Fuerzas Armadas de Estados Unidos podrían desplegarse en Somalia, en Yemen, en Irán, en casi todos los países del Oriente Medio, en África y en Asia, y también en países europeos, en Canadá y obviamente, dentro de los mismos Estados Unidos contra los ciudadanos estadounidenses”.
En una conferencia pronunciada ante la National Defense University, el presidente Obama anticipó varios aspectos de su mueva doctrina estratégica. En ese discurso pronunciado el 28 de marzo de 2011, Obama predijo: “Habrá ocasiones en que nuestra seguridad no será amenazada directamente, pero en las cuales nuestros intereses y nuestros valores lo serán”.
En el mismo discurso, Barack Obama admitió que el cambio de régimen en Irak “tomó ocho años, costó miles de vidas estadounidenses e iraquíes y cerca de un billón de dólares. No podemos permitir que eso vuelva a suceder en Libia”.
Hubo un reconocimiento implícito de que el objetivo de una Pax Americana, que a la vez protegería y dominaría todos los pueblos de la tierra, es económicamente inviable.
Una nueva visión más realista, se ha impuesto poco a poco en el Pentágono. Fue popularizada por Thomas PM Barnett en su libro El Nuevo Mapa del Pentágono. Guerra y Paz en el siglo XXI. El mundo del futuro estaría dividido en dos. Por un lado, el centro estable, en torno a los Estados Unidos para los países desarrollados o al menos democráticos. El otro una periferia, abandonada a sí misma, experimentando el subdesarrollo y la violencia. El rol del Pentágono sería el de garantizar el acceso del mundo civilizado que necesita la riqueza natural de los suburbios que no saben usarla.
Esta visión presupone que los Estados Unidos están compitiendo cada vez más con otros países desarrollados, pero se convierte en su líder de seguridad.
La división del mundo en dos zonas, estable y caótica, donde la segunda es la reserva de las riquezas naturales de la primera, obviamente, plantea la cuestión de límites. En la obra de Barnett, los Balcanes, Asia Central, la mayor parte de África, los Andes y América Central son lanzadas a las tinieblas. Tres estados miembros del G-20 –de los cuales uno es también miembro de la Otan–, están condenados al caos: Turquía, Arabia Saudita e Indonesia.
Ya no se trata de ocupar países, sino sólo de mantener las áreas de explotación y llevar a cabo redadas en caso necesario, el Pentágono debe extenderse a toda la periferia. El fin de la guerra ya no es la explotación directa de un territorio, sino la desintegración de toda posibilidad de resistencia.

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