Cuando subieron al escenario, una por una, a "dar testimonio" de sus casos, lloraban, no podían hablar, gritaban de dolor.
No fue un acto político pero sí fue un hecho político. No había muchas palabras contra el gobierno, no se cantaron consignas.
Pero los cuatro días de marcha hicieron que las víctimas se conocieran entre sí, compartieran horas de dolor, angustias de relatos, ansiedades, temores y deseos.
Cuando mi dolor es solo mío, no deja de doler. Cuando el dolor comienza a ser "nuestro" dolor, se transforma en el único ingrediente originario de la política, el odio. El intenso odio que solo desea que nada siga como hasta ahora. Y, como sabemos, el deseo no contempla la realidad, la cambia.
Por más que la marcha se convoque en nombre de la paz, la no violencia, contra la venganza o exigiendo justicia a los tribunales, en los pasillos de los burócratas del Departamento de Estado es un día de mucha preocupación.
La puerta de atrás de la casa está en problemas. Ya no es el petróleo de Medio Oriente, la primavera árabe, Al Qaeda o la crisis inmobiliaria en Florida.
Ahora son unas simples mujeres de Ciudad Juárez, Tamaulipas, de la guardería ABC, de los mineros en Sabinas, siempre son mujeres.
En los próximos días veremos cómo continúa este primer paso de un doloroso y largo camino.
No hay comentarios:
Publicar un comentario