martes, 5 de julio de 2011

LOS ESTADOS DIVIDIDOS DE EUROPA

Los Estados divididos de Europa
(este informe es anterior a la aprobación del paquete de rescate el 28 de junio en Grecia, pero conserva su total vigencia e importancia)
28 de junio 2011 | 0848 GMT
Por Marko Papic

Europa sigue siendo devorada por la crisis económica. El 28 de junio la atención global vuelve a Atenas cuando el parlamento griego debata las medidas de austeridad impuestas por sus socios de la eurozona. Si los griegos votan en contra de estas medidas, Atenas no recibirá su segundo plan de rescate, lo que podría crear una crisis aún peor en Europa y el mundo.
Es importante entender que la crisis no radica fundamentalmente en Grecia ni siquiera se trata del endeudamiento completo del bloque monetario. Después de todo, Grecia representa sólo el 2.5% del PBI de la eurozona y los números fiscales del bloque no son tan malos si se miran en conjunto. Su déficit global en relación a la deuda está en mejor situación que el de Estados Unidos -el déficit presupuestario norteamericano se situó en un 10.6% del  PIB en 2010, frente al 6.4% de la Unión Europea- sin embargo, el problema sigue estando en Europa.
Esto es así porque la verdadera crisis es la cuestión de cómo el continente europeo manejó sus asuntos en el siglo 21. Europa ha salido del sometimiento de la Guerra Fría, cuando era el tablero de ajedrez geopolítico de la Unión Soviética y de Estados Unidos.
Se ganó su independencia a raíz del retiro de las superpotencias: Rusia se retiró a su esfera de influencia soviética y Estados Unidos se enfocó en el Medio Oriente después del 9/11. Desde la década de 1990, Europa ha intentado implementar una reforma institucional, pero ha dejado de lado la cuestión fundamental de la integración política, aun cuando está integrada económicamente. Esto es en última instancia el origen de la actual crisis de la deuda soberana, la falta de control político sobre la integración económica.
La crisis económica de la eurozona ha traído la atención sobre esta cuestión del destino político de Europa, pero siempre ha sido un tema recurrente. Aproximadamente cada 100 años, Europa se enfrenta a este dilema. El continente sufre de exceso de población, de naciones, no de personas. Europa tiene la mayor concentración de Estados nacionales independientes por metro cuadrado que cualquier otro continente. Si bien África es más grande y tiene más países, ningún continente ha dado origen a muchos países relativamente ricos y poderosos como lo hizo Europa. Esto es así porque, geográficamente, el continente está lleno de estructuras que impiden la formación de una sola entidad política. Cordilleras, penínsulas e islas limitan la capacidad de las grandes potencias para dominar o conquistar a los más pequeños. No hay un solo río que forme un valle fluvial unificador que pueda dominar al resto del continente. Podría ser el Danubio, pero desemboca en el bloqueado Mar Negro y la única salida de éste es otro mar bloqueado, el Mediterráneo. Esto limita la capacidad europea de producir una entidad independiente capaz de proyectar poder global.
Sin embargo, Europa tiene un montón de ríos, rutas convenientes de transporte y puertos bien protegidos. Esto permite la generación de capitales en una gran cantidad de puntos del continente, como Viena, París, Londres, Frankfurt, Rotterdam, Milán, Turín y Hamburgo. Así, mientras los grandes ejércitos tienen problemas físicos para desplazarse a través del continente y dominar a las distintas naciones bajo un solo gobierno, no sucede lo mismo con las ideas, el capital, los bienes y los servicios. Esto hace a la prosperidad de Europa (el continente tiene el equivalente al PIB de Estados Unidos, y podría ser mayor dependiendo de cómo se calcule).
Pero lo que hace próspera a Europa, sin embargo, también la hace fragmentada. Las actuales arquitecturas políticas y de seguridad de Europa -la UE y la OTAN- se sintieron alentadas por Estados Unidos para unificar el continente a fin de poder presentar un frente unido contra la Unión Soviética. Sus países no crecieron orgánicamente fuera del continente. Esto es ahora un problema, porque Moscú no es una amenaza para los países europeos, Alemania y Francia ven a Rusia como un socio de negocios y los estados europeos enfrentan el primer reto verdadero a la gobernanza continental, con las divisiones y los recelos retornando con toda su fuerza. Acercarse a la unificación y a la creación de una especie de Estados Unidos de Europa parece ser la solución obvia a los problemas planteados por la crisis de la deuda soberana de la eurozona -a pesar de que los problemas de la eurozona son muchos y no se resuelven fácilmente sólo mediante la integración mientras la geografía y la historia de Europa favorecen la fragmentación.


Confederación europea
La Unión Europea es una confederación de estados que externaliza la gestión cotidiana de la esfera política de muchos miembros a un brazo burocrático (la Comisión Europea) y la política monetaria al Banco Central Europeo. Las cuestiones políticas importantes, tales como la defensa, la política exterior y los impuestos, siguen siendo prerrogativas exclusivas de los estados. Los estados aún ostentan formatos diversos para hacer frente a estos problemas. Las soluciones a los problemas fiscales de Grecia, Irlanda y Portugal son acordados por todos los estados de la eurozona sobre una base ad hoc, así como la participación en la campaña militar de Libia en el contexto de la Unión Europea. Toda decisión importante requiere que los Estados encuentren y alcancen una solución mutuamente aceptable, que a menudo produce resultados no óptimos que son productos del compromiso.
La mejor analogía para la actual Unión Europea no se encuentra en la historia europea sino en la historia americana. Este es el periodo que va de la exitosa Guerra Revolucionaria de 1783 a la ratificación de la Constitución de Estados Unidos en 1788. Dentro de ese período de cinco años, Estados Unidos se rigió por un conjunto de leyes elaboradas en los Artículos de la Confederación. El país no tenía poder ejecutivo, ningún gobierno, ningún ejército real y ninguna política exterior. Los Estados conservaban sus propios ejércitos y muchos de ellos tenían una pequeña Armada costera. La política exterior y el comercio se llevaban adelante independientemente de los deseos del Congreso Continental, un órgano supranacional que tenía incluso menos poder que el Parlamento Europeo de hoy en día (esto a pesar del artículo VI de los Artículos de Confederación, que estipulaba que los Estados no estaban habilitados a llevar adelante una política exterior independiente sin el consentimiento del Congreso). El Congreso tenía que recaudar fondos de los estados para financiar cosas tales como un ejército continental, el pago de beneficios a los veteranos de la Guerra de la Independencia y pagar los préstamos que las potencias europeas dieron a los norteamericanos durante la guerra contra los británicos. Los Estados, sin embargo, se negaron a dar ese dinero al Congreso y no había nada que nadie pudiera hacer al respecto. El Congreso se vio obligado a imprimir dinero, lo que llevó a que la moneda de la Confederación perdiera todo su valor.
Con esta configuración laxa de Confederación, los costos de la guerra revolucionaria se hicieron insoportables para la joven nación. La realidad del sistema internacional, que enfrentó a la nueva nación contra las potencias europeas que buscaban subvertir la independencia de América, pronto devoró los ideales de independencia de los estados y gobierno limitado. Las cargas sociales, económicas y de seguridad resultaron ser demasiado grandes para que los estados individuales pudieran contenerlas y el Congreso fue incapaz de abordarlas.
Nada mejor que una rebelión en el oeste de Massachusetts, dirigida por Daniel Shays en 1787, para que esa realidad fuera patente. La rebelión de Shays fue en esencia una crisis económica. Agobiado por los prestamistas europeos que pedían el reembolso de la deuda de guerra de Estados Unidos, las economías de los estados se derrumbaron y con ellas el sustento de varios agricultores, muchos de los cuales eran veteranos de la Guerra de la Independencia a los que se le habían prometido beneficios. Las medidas de austeridad -a menudo en forma de confiscación de tierras- se impusieron a los campesinos pobres para pagar a los acreedores europeos. La rebelión de Shays fue sofocada por una milicia local de Massachusetts sin la ayuda del Congreso Continental, actuando sin ningún tipo de supervisión federal real. La rebelión fue derrotada, pero la impotencia de Estados Unidos era evidente para todos, tanto extranjeros como nacionales.
La crisis económica, la inseguridad interna y el temor constante de un contraataque inglés -Gran Bretaña no había desmovilizado los fuertes que tenía en el lado norteamericano de los Grandes Lagos- imprimió en los estados de mentalidad independiente la idea de que era necesaria una "unión más perfecta". Así se formaron los Estados Unidos de América tal como lo conocemos hoy en día. Los Estados renunciaron a sus derechos de llevar a cabo la política exterior, de establecer las políticas comerciales en forma independiente unos de otros y de retener los fondos del gobierno federal. Estados Unidos creó un poder ejecutivo con poder para hacer la guerra y conducir la política exterior, así como una legislatura que ya no podía ser ignorada. En 1794, la respuesta del gobierno a la llamada rebelión del whisky en el oeste de Pennsylvania demostró la fuerza de la disposición federal, en marcado contraste con la manipulación del Congreso Continental en la rebelión de Shays. Washington envió un ejército de más de 10.000 hombres para suprimir a unos pocos cientos de destiladores que se negaban a pagar un nuevo impuesto al whisky para financiar la deuda nacional, enviando así un mensaje claro del abrumador poder fiscal, político y militar del nuevo gobierno.
Al examinar la evolución desde la Confederación Americana a los Estados Unidos de América, uno puede encontrar muchos paralelismos con la Unión Europea, entre otros, la existencia de un centro débil, estados independientes, crisis económica y endeudamiento excesivo. La diferencia más importante entre los Estados Unidos en el siglo 18 y Europa en el siglo 21 es el nivel de amenaza externa. En 1787 la rebelión de Shays imprimió en muchos estadounidenses -en especial en George Washington, quien se mostró irritado por la crisis- la debilidad del país. Si un grupo de agricultores podría poner en peligro uno de los principales estados de la unión, ¿qué podrían hacer las fuerzas británicas que seguían acuarteladas en suelo estadounidense y en Quebec en el norte? Los estados pueden salir del paso de la crisis económica en forma independiente, pero no pueden evitar un contraataque británico o proteger su flota mercante de los piratas berberiscos. Estados Unidos no podía sobrevivir a otra desgracia semejante o a otra desenfrenada exhibición de impotencia militar y política.
Para ventaja de Estados Unidos los estados compartían una geografía similar así como una cultura similar y el mismo lenguaje. A pesar de que tenían diferentes políticas e intereses económicos, todos ellos en última instancia dependían del comercio marítimo del Atlántico. La amenaza de que ese comercio fuera ahogado por una fuerza naval superior -o incluso por piratas del norte de África- fue un peligro claro y presente. La amenaza de contraataque británico del norte no era una amenaza existencial para los estados del sur pero se dieron cuenta de que si Nueva York, Massachusetts y Pensilvania se perdían, el Sur podría conservar una cierta independencia nominal pero pronto volvería de facto a una condición colonial.
En Europa no hay claridad de lo que constituye una amenaza. A pesar de que hay un sentido general -al menos entre las élites gobernantes- de que los europeos comparten intereses económicos, es muy claro que sus intereses de seguridad no son complementarios. No hay una percepción acordada de una amenaza externa. Para los estados de Europa Central que recientemente se incorporaron a la Unión Europea y se hicieron miembros de la OTAN, Rusia sigue siendo una amenaza. Han pedido incorporarse a la OTAN (e incluso a la Unión Europea) para enfocarse en el continente europeo y en la alianza que les asegure un compromiso con su seguridad. A cambio, han visto la venta de porta-helicópteros avanzados de Francia a Rusia y la construcción de un centro avanzado de entrenamiento militar de Alemania en Rusia.

La regionalización de Europa
La crisis de la eurozona -que está golpeando a los estados miembros de la UE que usan el euro, pero que es simbólicamente importante para toda la Unión Europea- es por lo tanto, una crisis de confianza. Los actuales acuerdos políticos y de seguridad en Europa -la Unión Europea y la OTAN- ¿expresan la combinación adecuada de intereses de los estados nacionales? ¿Los estados miembros de las organizaciones verdaderamente sienten que comparten el mismo destino fundamental? ¿Están dispuestos, como las colonias americanas al final del siglo 18, a renunciar a su independencia con el fin de crear un frente común contra los problemas políticos, económicos y de seguridad? Y si la respuesta a estas preguntas es no, entonces ¿cuáles serían los acuerdos alternativos que captan los intereses complementarios de los Estados nacionales?
En el frente de seguridad ya tenemos nuestra respuesta: la regionalización de las organizaciones de seguridad europea. La OTAN ha dejado de responder eficazmente a los intereses de seguridad nacional de los Estados europeos. Alemania y Francia han seguido una actitud acomodaticia con respecto a Rusia, para disgusto de los Estados del Báltico y Europa Central. Como respuesta, los Estados de Europa Central han empezado a organizar alternativas. Los cuatro Estados de Europa Central que conforman el Grupo Regional de Visegrad -Polonia, la República Checa, Eslovaquia y Hungría- han utilizado el foro como el molde dentro del cual crear un grupo de batalla de Europa Central. Los estados bálticos, amenazados por el resurgimiento general de Rusia, han recurrido a la ampliación de la cooperación militar y de seguridad con los países nórdicos: Lituania ya está lista para unirse al grupo de batalla nórdico del cual Estonia ya es miembro. Francia y el Reino Unido han decidido a finales de 2010 intensificar la cooperación mediante un amplio acuerdo militar y Londres también ha expresado su interés en permanecer cerca del desarrollo de los emprendimientos de cooperación militar de los países nórdicos.
En la actualidad la regionalización es más evidente en materia de seguridad, pero es sólo una cuestión de tiempo antes de que comience a manifestarse en los asuntos políticos y económicos. Por ejemplo, la canciller alemana Angela Merkel ha recibido el deseo de Polonia y la República Checa de acelerar sus esfuerzos para entrar en la eurozona. Recientemente ambos indicaron que se había enfriado la idea del ingreso en la eurozona. La decisión, por supuesto, tiene mucho que ver con el euro está en crisis, pero no podemos subestimar la sensación subyacente en Varsovia de que Berlín no está comprometido con la seguridad de Polonia. Los países de Europa Central actualmente no pueden estar en la zona del euro (a excepción de Estonia, Eslovenia y Eslovaquia), pero el futuro de la zona euro está entrelazado, para el resto de Europa, con su atractivo como bloque económico y político. Todos los estados miembros de la UE están obligados contractualmente a entrar en la eurozona (a excepción de Dinamarca y el Reino Unido, que negociaron cláusulas de exclusión). Desde la perspectiva de Alemania, la pertenencia de la República Checa y de Polonia es más importante que la pertenencia de la Europa periférica. El comercio de Alemania con Polonia y la República Checa es mayor que su comercio con España, Grecia, Irlanda y Portugal juntos.


La regionalización de la seguridad europea no es una buena señal para el futuro de la eurozona. Una unión monetaria no puede ser injertada dentro de una desunión de seguridad, sobre todo si la solución a la crisis de la eurozona deviene en una mayor integración. Varsovia no le va a dar poder de veto a Berlín sobre su gasto en el presupuesto si los dos no están de acuerdo sobre qué cosa constituye una amenaza a la seguridad. Este argumento puede parecer simple y es convincente precisamente porque lo es. La fiscalidad es una de las formas básicas de la soberanía estatal y uno no la comparte con los países que no comparten el mismo destino político, económico y de seguridad de uno.
Esto es válido para cualquier país, no sólo Polonia. Si la solución a la crisis de la eurozona es una mayor integración, los intereses de los estados integrados tienen que estar alineados en algo más que los asuntos económicos. El ejemplo de Estados Unidos a finales del siglo 18 es particularmente instructivo ya que se podría argumentar convincentemente que los estados americanos tenían intereses económicos más divergentes que los que hoy tienen los Estados europeos, y sin embargo los unió su preocupación por la seguridad. De hecho, el momento en que la amenaza externa disminuyó en la mitad del siglo 19 debido al agotamiento de Europa en las guerras napoleónicas, la unidad americana se vio sacudida por la guerra civil. La bifurcación económica y cultural de Estados Unidos, que ya existía incluso durante la Guerra de la Independencia, estalló en una conflagración en el momento en que dejó de existir la amenaza externa.
La conclusión es que los europeos tienen que ponerse de acuerdo sobre algo más que un 3% de déficit del presupuesto como umbral de base para una mayor integración. El control de los presupuestos está en el corazón mismo de la soberanía y las naciones europeas no renunciarán al control a menos que sepan que su seguridad e intereses políticos son tomados en serio por sus vecinos.

Las esferas de influencia de Europa
Por lo tanto vemos a Europa evolucionando hacia un conjunto de grupos regionales. Estas organizaciones podrán tener diferentes ideas acerca de la seguridad y las cuestiones económicas, incluso un país podrá pertenecer a más de una agrupación, pero la mayor parte de sus membresías estarán fuertemente basadas en su ubicación geográfica en el continente. Esto no ocurrirá de la noche a la mañana día. En el corto plazo Alemania, Francia y otras economías centrales tienen un gran interés en la preservación del formato actual de la eurozona -quizás hasta por una década más- ya que el contagio económico de Grecia es por el momento una preocupación existencial. A largo plazo, sin embargo, la organización en forma de bloques regionales afines es el camino hacia el que parece estar evolucionando Europa, especialmente Alemania, si decide que su  relación con los principales países de la eurozona y del centro de Europa es más importante que su relación con la periferia.


Podemos separar los bloques en cuatro principales grupos incipientes, que no son mutuamente excluyentes, como una especie de modelo que representa la evolución de las relaciones entre los países de Europa:
1. La esfera de influencia alemana (Alemania, Austria, Holanda, Bélgica, Luxemburgo, República Checa, Hungría, Croacia, Suiza, Eslovenia, Eslovaquia y Finlandia): estas economías de la eurozona central no se ven perjudicadas por la competitividad de Alemania o dependen del comercio alemán para obtener beneficios económicos y no se ven amenazadas por la evolución de las relaciones entre Alemania y Rusia. Debido a su aislamiento del resto de Europa y la proximidad con Rusia, Finlandia no está entusiasmada con el resurgimiento de Rusia, pero a veces prefiere el cuidadoso enfoque acomodaticio de Alemania a la estrategia agresiva de las vecinas Suecia o Polonia. Hungría, la República Checa y Eslovaquia son los países más preocupados por la relación entre Rusia y Alemania, pero no en la misma medida de Polonia y los estados bálticos y es posible que decidan permanecer en la esfera de influencia alemana, por razones económicas.
2. El bloque regional nórdico (Suecia, Noruega, Finlandia, Dinamarca, Islandia, Estonia, Lituania y Letonia): estos son en su mayoría estado que no pertenecen a la eurozona y ven el resurgimiento de Rusia con una luz negativa. Los Estados bálticos son percibidos como parte de la esfera de influencia de los países nórdicos (especialmente Suecia), lo que lleva a problemas con Rusia. Alemania es un importante socio comercial pero también es visto como arrogante y como un competidor. Finlandia se mueve a caballo entre este grupo y la esfera de influencia alemana, dependiendo del tema en cuestión.
3. Visegrad-plus (Polonia, República Checa, Eslovaquia, Hungría, Rumania y Bulgaria): en este momento, los miembros del Grupo de Visegrad pertenecen a diferentes esferas de influencia. La República Checa, Eslovaquia y Hungría no se sienten tan expuestos al resurgimiento de Rusia como lo están Polonia o Rumanía. Pero tampoco están completamente satisfechos con la actitud de Alemania hacia Rusia. Polonia no es lo suficientemente fuerte para liderar económicamente este grupo en la forma que Suecia domina el bloque de los países nórdicos. Aparte de la cooperación en seguridad, los países de Visegrad tienen poco para ofrecerse uno al otro en este momento. Polonia tiene la intención de cambiar esta situación de presión para obtener más financiación para los nuevos miembros de la UE en los próximos seis meses en que presidirá la UE. Pero eso no constituye aún un liderazgo económico.
4. La Europa mediterránea (Italia, España, Portugal, Grecia, Chipre y Malta): estos son los Estados periféricos de Europa. Sus preocupaciones de seguridad son únicas debido a su exposición a la inmigración ilegal a través de las rutas de Turquía y África del Norte. Geográficamente, estos países están aislados de las principales rutas comerciales y carecen de los centros de generación de capital del norte de Europa, a excepción del Valle del río Po en Italia (que en muchos aspectos, no pertenece a este grupo, pero podría ser considerado como una entidad separada, parte de la esfera de influencia alemana). Por lo tanto, estas economías se enfrentan a problemas similares de sobre-endeudamiento y falta de competitividad. La pregunta es ¿quién será el líder?
Y luego están Francia y el Reino Unido. Estos países en realidad no pertenecen a ningún bloque. Esta es la postura tradicional de Londres con respecto a Europa continental, a pesar de que recientemente ha comenzado a establecer una relación con el grupo de países nórdicos y bálticos. Francia, por su parte, podría ser considerada como parte de la esfera de influencia alemana. París está tratando de aferrarse a su papel de liderazgo en la eurozona y está modernizando las reglas del mercado de trabajo y los beneficios sociales para mantener su conexión con el bloque monetario dominado por los alemanes, un proceso doloroso. Sin embargo, Francia es también tradicionalmente un país mediterráneo y ha considerado un factor central las alianzas europeas con el fin de rodear a Alemania. Asimismo, recientemente entró en una nueva relación militar bilateral con el Reino Unido, en parte como una cobertura frente a su estrecha relación con Alemania. Si Francia decide abandonar su alianza con Alemania podría lograr pronto el control de su esfera normal de influencia en el Mediterráneo, probablemente con el apoyo entusiasta de una multitud de otras potencias como Estados Unidos y el Reino Unido. De hecho, el debate de la Unión por el Mediterráneo fue una cobertura política, una póliza de seguro, precisamente para ese futuro.

El precio de la hegemonía regional
La alternativa a la regionalización en Europa es un claro liderazgo alemán que suscribe -económica y políticamente- una mayor integración europea. Si Berlín puede superar el populismo anti-euro que se alimenta de la fatiga que provoca el rescate en el núcleo de la eurozona, podría seguir apoyando a la periferia y demostrar su compromiso con la eurozona y la Unión Europea. Alemania también está tratando de mostrarle a Europa Central que su relación con Rusia tiene un saldo neto positivo usando las negociaciones que lleva adelante con Moscú sobre el caso de Moldavia como un ejemplo de la influencia política alemana.
Europa Central, sin embargo, ya está poniendo a prueba el compromiso del liderazgo de Alemania. Polonia asume la presidencia de la UE el 1° de julio y ha hecho el compromiso de que la Unión aumentará la financiación para los nuevos miembros de la UE así como la cooperación de la UE en defensa, sus principales iniciativas. Ambas políticas son una prueba para Alemania y un ofrecimiento para que Alemania revierta el curso de regionalización de la seguridad. Si Berlín se niega a nuevos fondos para los nuevos Estados miembros de la UE –poniendo en juego la cohesión de la Unión, cuya política de financiación en el período presupuestario 2007-2013 ascendió a € 177 mil millones de euros- y se niega a ampliar los acuerdos de seguridad / defensa de la UE, entonces Varsovia, Praga y otras capitales de Europa Central ya habrán obtenido su respuesta. La pregunta es si Alemania se toma en serio el desafío de ser un líder de Europa y paga el precio de ser la potencia hegemónica de una Europa unida, que no sólo significaría crear rescates financieros sino también enfrentarse a Rusia. Si coloca su relación con Rusia por encima de su alianza con Europa Central, entonces será difícil para los países de Europa Central seguir a Berlín. Esto significa que la regionalización de la arquitectura de seguridad de Europa -a través del Grupo de Visegrad y los grupos de combate de los países nórdicos y bálticos- tiene sentido. También significa que los europeos centrales tendrán que encontrar nuevas maneras de insertar a Estados Unidos en la región para obtener seguridad.
La percepción de seguridad común es la comprensión acerca de que los estados comparten el mismo destino. Los estados americanos lo entendieron a fines del siglo 18, razón por la cual renunciaron a su independencia, colocando a Estados Unidos en el camino al estatus de superpotencia. Los europeos -al menos por ahora- no ven su situación (o la del mundo) bajo la misma luz. No se aprobaron los rescates porque los griegos comparten el mismo destino que los alemanes, sino porque los banqueros alemanes comparten el mismo destino que los contribuyentes alemanes. Esta es una señal de que la integración ha progresado hasta un punto donde se comparte el destino económico, pero esa no es una línea de base adecuada sobre la cual construir una unión política común.
El rescate de Grecia es visto como una afrenta a los contribuyentes alemanes, a pesar de que el contribuyente alemán se ha beneficiado de una manera desproporcionada desde la creación de la eurozona. El gobierno alemán entiende los beneficios de la preservación de la eurozona -por lo que continúa con el rescate de los países periféricos- pero no ha habido ningún debate nacional en Alemania para explicar esa lógica a la población. Alemania sigue esperando tener una conversación abierta consigo misma sobre su papel y su futuro, y sobre todo respecto a qué precio está dispuesto a pagar por la hegemonía regional y por seguir siendo relevante en un mundo que está siendo dominado rápidamente por potencias capaces de aprovechar los recursos de continentes enteros.
Sin una comprensión coherente de que sus estados comparten el mismo destino, la crisis griega tiene pocas posibilidades de ser la rebelión de Shays europea, la que provocó una profunda unificación.
En lugar de los Estados Unidos de Europa su destino será el actual proceso de regionalización.

No hay comentarios: