¿Qué Política Exterior? Redefinir la ruta
Juan-Pablo Calderón Patiño
Frente
al proceso electoral de este año, ciudadanos y miembros de la clase
política no pueden sesgar la elección a simplemente decidir el reparto
democrático del poder por la vía del sufragio. Los debates internos
tienen y tendrán una repercusión desde el exterior de cómo nos ven, pero
también que queremos hacer nosotros en el exterior.
Si
de verdad se quiere demostrar que México acude a la primera elección
del siglo XXI y no a la tensa jornada del 2006 que replicó en nuevos
actores viejos dramas poselectorales, como bien definió Alberto Aguilar
Iñarritu, México no puede seguir postergando el gran debate para
responder la interrogante de política exterior se busca. Reunir
voluntades políticas y crear las condiciones de un espacio vinculante
entre gobierno y sociedad, es la oportunidad que demanda una
gobernabilidad democrática, pero también soberana en una globalización,
que parafraseando a Miterrand en la Historia, tiene un cortejo de
horrores y maravillas. En ese rumbo histórico, y ya no sexenal, se ubica
el debate de que política exterior necesita México.
Como
el mosaico diverso que es México y así como su riqueza es oportunidad,
también puede ser su ocaso, adormilamiento y administración cotidiana,
si percibimos que el “destino nacional” se reconstruye cada sexenio en
un proceso democrático en el que el perdedor de ayer, puede ser el
ganador de mañana.
Que
las inercias revestidas en sólo administrar (además en más de una
ocasión improvisadamente) es abrir la rendija para seguir cayendo
peldaños en diversos indicadores (competitividad, gasto público,
inversión en ciencia y tecnología, política fiscal, seguridad ciudadana,
alfabetismo, control aduanal, por decir algunos). Al final esta caída
nos hacen mas vulnerables y nos coloca en el filo de un vecino incómodo,
con el espejismo de vivir de viejas glorias del pasado siendo una
república insular navegando a la deriva, en el mejor de los casos. En el
peor, nuevos intervencionismos del exterior condicionaran por completo
lo que únicamente debiera ser patrimonio de los mexicanos, que no es
otra cosa, que reagruparnos en saber trazar de nuevo un destino común,
un destino que tiene de antesala dos centenarios de vida independiente.
De ese tamaño es la responsabilidad de la política exterior.
El
diagnóstico es feroz. México se palpa en el mundo con interrogación. El
primer error de cualquiera que llegué a Los Pinos, el 1 de diciembre
del 2012, será el de creer que mandatara con libre albedrío, sustentado
en las facultades constitucionales en el 89 constitucional. La verdad
constitucional nadie la rebate, pero el fraccionado sistema político, la
pluralidad en el congreso, el eco de una sociedad más participativa, la
soberbia de los poderes fácticos, el desgajamiento regional que parece
alejar un federalismo institucional por el cúmulo de virreyes estatales
en que se han convertido los gobernadores, son piezas y alertas para
rearmar una política exterior de Estado y no de régimen.
Iniciar
su construcción es entender que debemos ir más allá de diálogos sordos y
facciosos o de discursos que buscan justificar lo injustificable desde
el inicio del siglo XXI mexicano. No se debe de olvidar que la
edificación de un acercamiento a una política exterior de Estado ha
tenido su construcción en la propia Carta Magna. La reforma al artículo
76 que posibilitó que el Senado analizara la política exterior, facultad
del Ejecutivo, descansaba en la necesidad de acompañar la iniciada
democratización electoral de 1977 con un nuevo escalafón institucional
en ambos poderes. Casi una década después, el legislativo aprobó la
iniciativa presidencial para enmarcar en el articulo 89 constitucional
los siete principios rectores de la política exterior, enriquecidos por
la pluralidad política cuando en el 2011 el Diario Oficial de la
Federación, publicó la adhesión de un nuevo principio; el respeto, la
protección y promoción de los Derechos Humanos.
Un
peligro en la campaña que sería un mal augurio sería el de confundir
obligaciones con compromisos de campaña. Al menos, las responsabilidades
de la cancillería mexicana se encuentran claras en la Ley orgánica de
la Administración Pública federal, en el artículo 28. El debate mas
enriquecido estribaría en una posible reforma o perfeccionamiento a esa
Ley que fue uno de los primeros actos legislativos de José López
Portillo, en diciembre de 1976.
Recobrar
espacios entre los medios operativos (con un Servicio Exterior del
mismo tamaño que México y con plenas garantías de certeza en su
legislación) y una nueva doctrina, es la primera causa del debate.
Seguir en la estela de simular que habrá una nueva política exterior sin
discernir como vemos los mexicanos al mundo y como desde afuera nos
ven, es un primer paso. El diagnostico no podría ser gratificante en
muchas cosas, pero el compromiso de la alta política es saber trazar
rutas de acuerdo a la realidad. Faltar a ello, seria empantanarnos entre
la demagogia de un localismo peligroso y la renuncia a una vocación
internacional como lo han expuesto las glorias de la política exterior
en otros tiempos históricos.
Entre
los campos minados que tendrá que pasar ese diagnóstico esta el de
redefinir una nueva relación con Estados Unidos y la responsabilidad
mexicana con Centroamérica y el Caribe. Campos como la brecha digital y
los ciberataques, el papel de las trasnacionales mexicanas (que
parece que muchas veces “llevan la agenda de México”), las nuevas
amenazas de pandemias, el terrorismo, el agotamiento del tradicional
combate al narcotráfico, la debilidad financiera, el cambio climático,
el fenómeno migratorio, la reforma real al sistema de la ONU, tienen
réplica en la vida interna de México. ¿Cómo hablar de combate a la
delincuencia o de la frágil línea de terrorismo y su definición, si en
México han perdido la vida más ciudadanos que incluso
países que vivieron bajo el fuego terrorista como Irlanda o España, aún
estando en una “normalidad democrática”? ¿cómo aislar realidades como la
de los desplazados internos en México por el conflicto con el
narcotráfico? El quehacer de una gobernabilidad de verdad, será la mejor
divisa para no tener fantasmas del exterior que gota a gota tengan una
injerencia en una realidad en la que otros países de antemano se juzga,
se atropella y se condiciona su soberanía.
La
potencialización de la cultura mexicana en el exterior y el deber, al
ser el mayor país hispanoparlante del orbe en proteger al idioma
español, son instrumentos transversales a un no debatido nacionalismo
mexicano en el nuevo siglo. No es añoranza, es realidad para plasmar en
una nueva política exterior que contribuya al necesario sentido de
pertenencia y causa nacional en la globalización.
América
del Norte y que mirada e interés mexicano hay en un agotado TLCAN, en
una frontera intensa y peculiar y en el flujo migratorio además de la
inseguridad y el flagelo de la inseguridad, es uno de los saldos
pendientes. Continuar la narcotización o la migratización de la agenda
total bilateral, será un velo para posibilitar un nuevo marco de
entendimiento que transita por la creación de una institucionalización
mínima bilateral. Recortar las baterías en los vecinos del Norte, sin
descargar una agenda de diversificación integral con cada área
geográfica o tópico de una no tan nueva agenda global, es un desafío.
Justamente,
la irremediable geografía es un referente para una invariable vocación
de un México más global, nunca en el sentido irresponsable del slogan
sexenal y cervecero, sino en la búsqueda de un acuerdo interno que sume
causas para que la política exterior recobre esa facultad de unidad
nacional, que no se inventa en discursos ni en buenas intenciones, sino
en inclusión y gobernabilidad nacional. El sentido histórico mexicano en
éxitos diplomáticos en circunstancias bien definidas (en la España
republicana, el Golpe en Chile en los setenta, la causa de la
desnuclarización regional, Cuba, Contadora y Centroamérica, el Grupo de
los Seis, etc) fueron causas y motivos de identificación política, pero
también autodefensas en un Estado mexicano acostumbrado a la erosión de
su soberanía y a la pérdida de más de la mitad de su territorio. Saber
encontrar causas en un entorno internacional complicado donde la
gobernabilidad económica y financiera no la construyen las agencias
calificadoras o en donde la violencia se transforma en nuevas amenazas
no tradicionales, será un deber de la nueva política exterior.
México
tiene una naturaleza geográfica privilegiada al ser un país con costas
bañadas por dos océanos, uno de ellos, el que comparte con Asia, que ha
iniciando el nuevo peregrinaje del capitalismo, aun cuando Estados
Unidos y Europa (aún con crisis) sigan manteniendo una tajada en el
selecto G20, en el que México forma parte. Lograr destrabar el
convencionalismo de administrar la diplomacia en China, el sudeste
asiático e incluso Oceanía, se convierten en obligación primera para su
proceso de diversificación, donde la cuenca del Pacífico ya nos rebaso y
no podemos regresar al lema de que este es el futuro, cuando este ya
nos rebaso. Ante ello, abrir una nueva etapa de la política exterior
demanda inteligencia, tiempos de reordenamiento y fortalecer lo interno,
porque como está el país partido y violentado, no habrá esencia y
palanca al exterior.
Juan-Pablo Calderón Patiño
Febrero, 2012, San José Insurgentes, Ciudad de México.
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