sábado, 29 de septiembre de 2018

JUSTICIA CORRUPTA NO ES JUSTICIA


El Poder Judicial en México, un recinto de privilegios y corrupción
Alejandro Campuzano Álvarez, Investigador Jurídico del CEEYPP

La diversidad cultural en México es un distintivo categórico del país. Desde Baja California Sur hasta Quintana Roo es notoria la riqueza cultural, la que se ve reflejada en las diferencias y similitudes que hacen de esta tierra un lugar único en el mundo.
Hoy en día la corrupción es un elemento homogéneo y cotidiano que no reconoce estatus social, edad, sexo, nacionalidad, pensamiento religioso o político; es un cáncer que ataca a todos los mexicanos por igual.
La corrupción fue descrita por el presidente Enrique Peña Nieto como un problema “cultural” intrínseco a los mexicanos, sustentando que ésta es parte de nuestra genética, justificando el total fracaso que han tenido las diversas instituciones del Estado, inclusive aquellas cuya principal función es combatir de fondo el problema de la corrupción como la Auditoria Superior de la Federación, la Secretaría de la Función Pública, el Consejo de la Judicatura Federal o el Sistema Nacional Anticorrupción.
México enfrentará en los próximos meses un cambio en el poder, como resultado del hartazgo social en contra de los diversos partidos políticos (específicamente el Partido Revolucionario Institucional y el Partido Acción Nacional), los que han gobernado al país por 76 y 12 años respectivamente. Si bien es cierto que la corrupción es un problema que ha estado presente desde la consolidación del Estado moderno mexicano, el actual sexenio del presidente Enrique Peña Nieto ostenta los más altos índices de desaprobación en virtud de diversos actos de corrupción en los cuales ha sido señalado directamente como responsable; sin embargo, es válido preguntarse si Peña Nieto ha sido el presidente más corrupto en la historia del país, o bien si las circunstancias propias del desarrollo social reflejadas en una mayor participación ciudadana en conjunto con la aparición de diversas tecnologías (redes sociales y teléfonos inteligentes) han hecho que la información se vuelva expansiva sin posibilidad de controlarla como en años anteriores cuando el monopolio en los medios de comunicación los convertía en aliados de los diversos entes gubernamentales.
Andrés Manuel López Obrador, presidente electo reconocido en México por su discurso de austeridad y anticorrupción, enfrentará un reto enorme a partir del primero de diciembre, ya que la corrupción no es un problema exclusivo del Poder Ejecutivo, es un problema que ataca a todos por igual. No obstante pareciera ser que la sociedad (en virtud del presidencialismo imperante en México) ha decidido centrar su atención en el actuar del Poder Ejecutivo y subsecuentemente en el Poder Legislativo, omitiendo el análisis y vigilancia del Poder Judicial, recinto en el cual los privilegios son una constante a tal grado que ministros y magistrados perciben mayores ingresos que los jueces federales en Estados Unidos.
En ese sentido, López Obrador ha mencionado en varias ocasiones que su gobierno tendrá como distintivo la austeridad, situación que ha generado eco en el poder legislativo (es importante recordar que el partido Movimiento de Regeneración Nacional posee la mayoría en ambas cámaras), por lo cual parece ser cuestión de tiempo para que las y los diputados, así como senadoras y senadores, disminuyan su ingreso salarial. No obstante el Poder Judicial, representado por sus máximos tribunales (Suprema Corte de Justicia de la Nación y el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación), en reiteradas ocasiones ha defendido y tratado de justificar los altos ingresos salariales que perciben. En la óptica de los ministros, magistrados y jueces así se inhiben los actos de corrupción en la impartición de justicia, situación que vislumbra la falta de ética y compromiso social.
El Poder Judicial de la Federación, cuyo rasgo distintivo es el nepotismo, ha generado la perpetuidad de diversas familias al mando de la institución, legitimando su actuar en parámetros “legales” mediante los cuales la propia normatividad jurídica permite que diversas autoridades jurisdiccionales contraten de forma discrecional el personal para laborar en juzgados o tribunales. Es así como ministros, magistrados o jueces promueven y fomentan la corrupción a través de la emisión de nombramientos que distan en demasía de un proceso democrático sustentado en parámetros equitativos. “La meritocracia no existe en México y mucho menos en el poder judicial”.
Sin embargo, el problema es todavía mayor. Si en algo es reconocido el Poder Judicial en México es por su ineficacia e ineficiencia en la resolución de diversos asuntos, los que abordan temas fundamentales para el desarrollo político del país, como es el caso de las problemáticas en materia electoral o los conflictos entre particulares cuyos casos demoran al menos 6 meses para ser resueltos, vulnerado así el precepto constitucional enmarcado en el artículo 17, que alude a un justicia pronta y expedita.
Aunado a lo anterior es menester mencionar que en México las sentencias distan de ser actos de justicia, más bien son actos de legalidad ya que el actuar de los jueces mexicanos se centra en la aplicación de diversas normas jurídicas a un caso concreto y en casos excepcionales la inaplicación de dichas normas por ser parámetros contrarios a la plena vigencia de los derechos humanos. Sin embargo la constante en el actuar judicial omite el estudio de las diversas causas políticas, económicas, sociales e inclusive culturales que orillan a una persona a llevar a cabo actos contrarios a la ley, haciendo de la justicia mexicana una “justicia” clasista y discriminatoria. Basta con revisar cuántas personas de escasos recursos se encuentran compurgando penas en prisión por delitos tales como robo de alimentos o interrupción del embarazo, mientras que los crímenes de los funcionarios políticos gozan de libertad e impunidad por sentencias absolutorias o poco severas en referencia a los delitos perpetuados en contra de la sociedad, emitidas por jueces corruptos al servicio de un sistema sustentado en la negociación económica, como ha sido el reciente caso de Javier Duarte.
Es tal la ineficacia y el hartazgo social en el sistema judicial mexicano que actualmente existen nuevos mecanismos y herramientas como los “medios alternos de solución de conflictos”, que señalan como premisa fundamental una solución pacifica del problema a través del dialogo entre las partes en conflicto, evitando llegar a juzgados o tribunales donde la demora, la corrupción y la negociación son los habituales mecanismos de resolución.
Es urgente una reforma en materia de justicia que impacte de fondo en el actuar del Poder Judicial, no solo por su ineficacia e ineficiencia sino aún más por los altos índices de corrupción que se presentan en dicho recinto. La corrupción es tan notoria que inclusive el ministro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, Arturo Zaldívar Lelo de Larrea, ha hecho público su sentir en cuanto al tema, afirmado que es una constante en el Poder Judicial.
Lelo de Larrea señaló que la población mexicana expresó su descontento a través del voto a favor de López Obrador, cuyo origen se sustenta en los altos índices de corrupción. Exhortó a diversos servidores públicos del poder judicial a actuar con probidad y honradez evitando en todo momento actos de corrupción. Sin embargo habrá que analizar qué entiende el ministro por ético y transparente, ya que un ingreso mensual mayor a los 17,500 dólares en un país con más de 50 millones de pobres no está cercano a la congruencia y la honestidad.


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