martes, 25 de septiembre de 2018

GOBERNAR ES MUCHO MAS QUE ADMINISTRAR

Estadista, redentor o manager
Juan Pablo Calderón Patiño

Una cena oficial en Bruselas salió del protocolo y vino una sobremesa donde “diversas verdades emergieron”. Uno de los anfitriones europeos con plena vocación por el europeísmo en el intento más profundo de integración del orbe, la Unión Europea, dijo preocupado: “si la guerra había sido el argumento para la integración por la paz, la circunstancia histórica para la unidad la hicieron los estadistas europeos que supieron entender esa rendija que da la historia”.  Uno de los comensales sacudió la conversación y el silencio se hizo cuando sentenció: “la crisis de la política es tan grave que ha minado la capacidad de volver a tener estadistas, a lo mucho administradores y en el peor de los casos managers de la tecnocracia que buscan controlar variables de momento ahogando labrar el curso de otra historia”.
Rodrigo Borja, ha señalado que el estadista entiende muy bien que gobernar, administrar y agitar o ganar elecciones son cosas distintas. El día a día, le corresponde al administrador, la ruta histórica al estadista. El planteamiento es similar al que escribió Richard Nixon en su libro “Líderes” en el que criticaba la visión de que Estados Unidos necesita un gran hombre de negocios para conducirlo. Nixon, que por su osadía en el Watergate perdió el lugar de ser uno de los últimos estadistas de la Unión Americana en la postguerra,  establecía que el administrador representa un proceso, el líder, le toca trazar una dirección en la historia. La victoria de Donald Trump, la de un empresario consentido sin sentido mínimo de Estado,  rompió la era de los políticos profesionales y abrió un paradigma en el sistema político creador del presidencialismo con contrapesos. En México, el “gabinete de empresarios” que presumió Vicente Fox, formado en la Coca-Cola,  dio al traste al “bono democrático”. El empresario devenido en político pragmático, fue un fiasco. Intento ser un gerente.
El estadista no está solitario ni es el redentor  cercano más al pontificado que a la acción. Si la acción política por naturaleza es comunitaria  evitando personalismos quijotescos que antes de nacer ya están muertos, los partidos políticos son el cauce y el semillero de la formación de lo que debería ser sentido de Estado;  visión estratégica, prevención en seguridad nacional, garantía de autonomía de la vida institucional y que el gobierno como brazo político del Estado garantice el desahogo puntual de las demandas públicas en políticas públicas.  Los partidos políticos, aún vilipendiados, serán necesarios para que la democracia retome las bandas paralelas de elección, participación e inclusión. Una “aristocracia tecnológica” que capture los riesgos de ingobernabilidad en su control no ayudará a afianzar la democracia.  Confundir movimientos sociales con un partido unipersonal del que se considera el líder el único capaz de ser un estadista por designio histórico, será uno de los espejismos del desánimo de la ciudadanía, pero más de sus simpatizantes. Pretender “democratizar” a la mayoría en la identificación de que el nuevo ágora es la generalidad del pueblo y que a todo se le debe dar su último veredicto, incluso en temas técnicos, será caer en la sentencia de Norberto Bobbio, que advertía que “nada es más peligroso para la democracia que el exceso de democracia”.
Un mundo demasiado chico y con un entramado comercial de reglas y normas, el poder supranacional de un ramillete de organismos, una ciudadanía global activa y que en tiempo real condena y propone soluciones, no han creado la “saturación de la política”. La internacionalización de la vida interior y la interdependencia, que menciona Gino Germani, han hecho naufragar diversos experimentos no de estadistas que podría ser mucho pedir, sino de clases dirigentes que rebasen ser  élites formadas para defender a ultranza determinada ortodoxia o interés supranacional. En esa rendija, la victoria ha sido de la democracia por procedimientos, pero sin esencia, porque en ella se drena la capacidad de que los estadistas regresen sólo con reforzados engranes entre la movilidad social y las instituciones de un Estado en transformación, no de redentores en el desierto del ayer o managers que pretenden conquistar la vida pública con el manual de la empresa privada.


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