sábado, 13 de octubre de 2018

NACIONES UNIDAS Y TRUMP EN GUERRA CONTRA LAS DROGAS


Una sesión fallida en Nueva York. Naciones Unidas y Trump mantienen el prohibicionismo 
Alejandro Campuzano Álvarez, Investigador Jurídico del CEEYPP

El pasado 24 de septiembre en Nueva York, Estados Unidos, se llevó a cabo la celebración de la sesión de la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas, la que fue presidida por el actual mandatario estadounidense, Donald Trump.
Uno de los puntos a tratar fue el referente a la problemática local e internacional que representa el mundo de las drogas; sin embargo más allá de dialogar y debatir el tema, la postura del presidente norteamericano se centró en impulsar la política de combate frontal en contra de los cárteles de la droga, situación que permite apreciar la incongruencia de Trump ante una realidad internacional y  nacional en donde la regulación está ganando espacio frente al prohibicionismo.
Al hacer uso de la palabra, Trump, a través de diversos señalamientos (al igual que Nixon en épocas anteriores) hizo hincapié en que los esfuerzos efectuados por los diferentes países donde se producen drogas han sido un rotundo fracaso, enfatizando en la necesidad de mejorar las estrategias para “desmantelar la producción de drogas en el mundo”.
Señalado lo anterior resulta importante contrastar el dicho de Trump contra los postulados que sustenta en su obra “Drogas. Su legalización” el doctor Eduardo Betancourt, donde se visualiza el problema desde una perspectiva completamente diferente. Para Betancourt el problema de fondo no son las drogas en sí mismas, el problema es el tráfico ilícito, la violencia, los daños que se generan no como consecuencia de las sustancias, sino del contexto ilícito en que una decisión política obtusa los colocó. Es decir el poder legislativo a través de normas jurídicas que penalizan pero no inhiben el consumo de diversas sustancias consideradas nocivas para la salud.
A su vez destaca que el lema “guerra contra las drogas” y su objetivo último de acabar por completo con ellas es una completa aberración. Basta recordar que en México durante el sexenio del expresidente Felipe Calderón Hinojosa la política antidrogas se inició bajo el distintivo “guerra contra las drogas”. Sin embargo se modificó a “guerra contra el narcotráfico” y concluyó en “combate al crimen organizado”. A pesar de la errónea visión de Calderón, éste a diferencia de Trump era consciente de que el lema aislado de “guerra contra las drogas” era un absurdo y con el apoyo de diversos medios de comunicación a través de campañas publicitarias masivas se modificó a “guerra contra el narcotráfico”, situación criticable pero algo más coherente.
Como es apreciable, Betancourt se diferencia de Trump y opta por una regulación de las drogas evitando con ello empoderar al narcotráfico. Señalado esto, parece ser que el presidente Trump desconoce no sólo la historia sino el contexto internacional en donde la regulación es la mejor arma que el gobierno tiene para disminuir de forma efectiva los índices de consumo de dichas sustancias. No obstante es importante recordar que detrás de ese discurso de protección y “preocupación” por la salud de los estadounidenses se encuentran diversos intereses políticos y económicos que han permitido a Estados Unidos inmiscuirse en distintos países de Latinoamérica bajo el pretexto de combatir la producción de drogas a través de la Drug Enforcement Administration (DEA) y diversos planes como el Plan Colombia o la Iniciativa Mérida, los que le permiten mantener un control político a cambio de apoyo económico, que para el caso de México ha sido alrededor de los 1600 millones de dólares en especie y 2300 millones de dólares en capacitación y tecnología durante poco más de 10 años, dejando como resultado mayores índices de violencia y criminalidad sin mencionar el aumento en el consumo de drogas en el país.
Durante su intervención en la Asamblea, Donald Trump señaló que Estados Unidos plantea una nueva estrategia la cual se enfoca en tres ejes fundamentales: a) orientar esfuerzos para disminuir el consumo, b) cortar los expendios clandestinos, y c) enfocarse en el tratamiento a los adictos. Como es visible la estrategia no aporta nada que no hayamos visto anteriormente ya que se mantienen las premisas de clandestinidad e ilegalidad en el mundo de las drogas pero es curioso que la política de la Casa Blanca sí distingue que las drogas son un problema del sector salud, mientras que el narcotráfico es un problema de seguridad pública. Es decir contrastando lo anteriormente señalado con las premisas a y c, Estados Unidos envía el mensaje de que su problema se fundamenta en los daños y excesos en el consumo de drogas ilegales, las que al no ser reguladas por el Estado se desconoce su procedencia y por consecuencia se pierde el control y conocimiento sobre el tipo de sustancias que consumen los estadounidenses. Por su parte, en la premisa b, al hablar de expendios clandestinos parece ser que Trump se refiere a México y a la ineficacia que ha tenido el gobierno para controlar la frontera norte, situación que en tiempos electorales generó un conflicto diplomático entre México y Estados Unidos por la posible construcción de un muro fronterizo que, desde la óptica de Trump, detendría el enorme flujo de drogas que día tras día ingresan a la nación norteamericana.
Si bien es cierto que Estados Unidos distingue drogas de narcotráfico, la política implementada por diversas administraciones norteamericanas se ha centrado en el combate a la producción, transporte, compra y venta (narcotrafico) y no en el consumo de drogas, es decir que busca “erradicar” el consumo a través de una política de combate frontal al narcotráfico en los países productores y de acceso a la frontera estadounidense, como es México.
Por supuesto esto ha generado que la violencia se traslade a diversos estados como Chihuahua, Nuevo León o Tamaulipas, ya que la disputa por el control territorial para mantener las plazas e incrementar el dominio en sus territorios son una constante  de los cárteles de la droga en México.
Por otra parte, Trump señaló textualmente lo siguiente: “las drogas ilícitas están vinculadas al crimen organizado, la corrupción y el terrorismo”, afirmación que convalida la necesidad de legislar y despenalizar las diversas actividades (producción, distribución, compra, venta y consumo) de las hoy llamadas drogas ilegales. Es decir, la propia frase distingue la existencia de drogas legales y drogas ilegales, pero al ser ilegales (más allá del impacto que éstas puedan tener sobre la salud de quien las consuma), la problemática radica en que al ser ilícitas o ilegales se crea un vínculo con el crimen organizado, generando corrupción en diversos países y en casos extremos actos terroristas como lo era en Colombia.
La sesión concluyó con un consenso general en donde 130 países firmaron su compromiso para mantener una continua lucha contra las drogas. Habrá que analizar qué entienden los mandatarios por drogas, si las drogas per se o bien drogas como un sinónimo (erróneo) de narcotrafico. ¿Será acaso que los resultados de esta “nueva” estrategia de los años setenta por fin llegarán? La historia argumenta que no.

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