Deuda con Centroamérica
Juan Pablo Calderón Patiño
Mil 234
kilómetros tiene la frontera de México con Centroamérica. La selva, el caudal
del Suchiate que divide a mexicanos y guatemaltecos, además del Río Hondo como
división con el joven Estado de Belice, son más que una división política. En
estas fronteras cobra debate una de las distintas miradas subjetivas; México:
¿América del Norte o Centroamérica? Sin una verdad suprema, el territorio
mexicano comparte en la línea divisoria mesoamericana su permanencia dual a los
espacios de Norte y Centroamérica.
Una de
las etimologías del náhuatl de la palabra Nicaragua es la conocida: "hasta
aquí llega el Anáhuac". Lo que fue un imperio antes del encuentro con los
conquistadores ibéricos no lo puede volver a ser, como tampoco añorar el
naufragio de la República Federal de Centroamérica que comandó el
"caudillo liberal", Francisco Morazán. Eso no desmarca que a pesar de
la frágil presencia de México en Centroamérica, existen dos responsabilidades
del Estado mexicano: la gobernabilidad y el desarrollo de los centroamericanos
lo son para los mexicanos, en especial del sureste, donde las carencias, quizá
no sea exagerado advertir, son mayores que con los vecinos del Sur.
Cuando el
sentido estratégico de la política exterior rebasaba la administración de la
diplomacia per se, México jugó un papel histórico en buscar la pacificación de
Centroamérica. La acción del Grupo Contadora logró convencer que en la región
el enfrentamiento no era otra sede para la Guerra Fría, sino consecuencia de la
desigualdad social y la exclusión política. Hoy, después de los procesos de
paz, América Central y México son la zona más violenta del mundo con el
agravante de que las amenazas las "exporta" México en cárteles y
delincuencia organizada. Pese a muchos esfuerzos por acompañar el desarrollo de
los procesos de paz, se dejó casi todo a la oratoria de las cumbres
presidenciales. El resultado, más pobres y una crisis humanitaria migratoria
por más que México sea uno de los primeros cinco socios comerciales del mercado
centroamericano, que alguna vez fue uno de los mayores intentos de integración.
La tecnocracia creyó que los tratados de libre comercio eran suficientes.
Aumentó los montos comerciales, pero la presencia empresarial mexicana aún
tiene mucho que explorar en América Central. Los casos de éxito de empresas
globales mexicanas iniciaron por su paso en Centroamérica su escuela para
incursionar con éxito a ultramar. Diversos nichos como la aviación comercial,
la banca o los agronegocios en los que México podría tener más presencia han sido
aprovechados por capitales colombianos y brasileños. Ni sorprende que después
de lo que constituyó la extracción en el Istmo al estilo United Fruit Company,
hoy, Estados Unidos, en orfandad y sin otra "Alianza para el
Progreso", critique la presencia china.
La
violencia en territorio mexicano ha creado desplazados internos, tema que
muchos no quieren tocar. Los piñeros en el Papaloapan como los cafetaleros en
Chiapas, por ejemplo, han cubierto parte de la mano de obra con
centroamericanos. Revisar los programas migratorios en la materia y ordenarlos
con seguridad, para que el gobierno mexicano tenga presencia y no los grupos
delincuenciales, no puede tener prórrogas. Los desastres naturales son una
afrenta directa a la región como ha ocurrido en diversos momentos. La
cooperación en la materia es vital y México deberá cuestionarse si el
presupuesto de menos de 300 millones de dólares en su cooperación internacional
al desarrollo es correlativa a ser un miembro del G20.
México ha
quedado debiéndole a América Central. Sus intereses estratégicos se juegan en
su desarrollo y gobernabilidad gran parte de su destino, no en la penosa tarea
de convertirse en el sur en la frontera policiaca de Trump. Tampoco en fingir
ceguera ante la patética crisis nicaragüense, de la que urge tomar una decisión
contundente como cuando cayó el somocismo. Centroamérica plantea a México
compromiso y congruencia. Sergio Ramírez, nicaragüense universal, escribió que
"la poesía es inevitable en la sustancia de la prosa", que sea
inevitable para México, compromiso y congruencia.
Mil 234
kilómetros tiene la frontera de México con Centroamérica. La selva, el caudal
del Suchiate que divide a mexicanos y guatemaltecos, además del Río Hondo como
división con el joven Estado de Belice, son más que una división política. En
estas fronteras cobra debate una de las distintas miradas subjetivas; México:
¿América del Norte o Centroamérica? Sin una verdad suprema, el territorio
mexicano comparte en la línea divisoria mesoamericana su permanencia dual a los
espacios de Norte y Centroamérica.
Una de
las etimologías del náhuatl de la palabra Nicaragua es la conocida: "hasta
aquí llega el Anáhuac". Lo que fue un imperio antes del encuentro con los
conquistadores ibéricos no lo puede volver a ser, como tampoco añorar el
naufragio de la República Federal de Centroamérica que comandó el
"caudillo liberal", Francisco Morazán. Eso no desmarca que a pesar de
la frágil presencia de México en Centroamérica, existen dos responsabilidades
del Estado mexicano: la gobernabilidad y el desarrollo de los centroamericanos
lo son para los mexicanos, en especial del sureste, donde las carencias, quizá
no sea exagerado advertir, son mayores que con los vecinos del Sur.
Cuando el
sentido estratégico de la política exterior rebasaba la administración de la
diplomacia per se, México jugó un papel histórico en buscar la pacificación de
Centroamérica. La acción del Grupo Contadora logró convencer que en la región
el enfrentamiento no era otra sede para la Guerra Fría, sino consecuencia de la
desigualdad social y la exclusión política. Hoy, después de los procesos de
paz, América Central y México son la zona más violenta del mundo con el
agravante de que las amenazas las "exporta" México en cárteles y
delincuencia organizada. Pese a muchos esfuerzos por acompañar el desarrollo de
los procesos de paz, se dejó casi todo a la oratoria de las cumbres
presidenciales. El resultado, más pobres y una crisis humanitaria migratoria
por más que México sea uno de los primeros cinco socios comerciales del mercado
centroamericano, que alguna vez fue uno de los mayores intentos de integración.
La tecnocracia creyó que los tratados de libre comercio eran suficientes.
Aumentó los montos comerciales, pero la presencia empresarial mexicana aún
tiene mucho que explorar en América Central. Los casos de éxito de empresas
globales mexicanas iniciaron por su paso en Centroamérica su escuela para
incursionar con éxito a ultramar. Diversos nichos como la aviación comercial,
la banca o los agronegocios en los que México podría tener más presencia han sido
aprovechados por capitales colombianos y brasileños. Ni sorprende que después
de lo que constituyó la extracción en el Istmo al estilo United Fruit Company,
hoy, Estados Unidos, en orfandad y sin otra "Alianza para el
Progreso", critique la presencia china.
La
violencia en territorio mexicano ha creado desplazados internos, tema que
muchos no quieren tocar. Los piñeros en el Papaloapan como los cafetaleros en
Chiapas, por ejemplo, han cubierto parte de la mano de obra con
centroamericanos. Revisar los programas migratorios en la materia y ordenarlos
con seguridad, para que el gobierno mexicano tenga presencia y no los grupos
delincuenciales, no puede tener prórrogas. Los desastres naturales son una
afrenta directa a la región como ha ocurrido en diversos momentos. La
cooperación en la materia es vital y México deberá cuestionarse si el
presupuesto de menos de 300 millones de dólares en su cooperación internacional
al desarrollo es correlativa a ser un miembro del G20.
México ha
quedado debiéndole a América Central. Sus intereses estratégicos se juegan en
su desarrollo y gobernabilidad gran parte de su destino, no en la penosa tarea
de convertirse en el sur en la frontera policiaca de Trump. Tampoco en fingir
ceguera ante la patética crisis nicaragüense, de la que urge tomar una decisión
contundente como cuando cayó el somocismo. Centroamérica plantea a México
compromiso y congruencia. Sergio Ramírez, nicaragüense universal, escribió que
"la poesía es inevitable en la sustancia de la prosa", que sea
inevitable para México, compromiso y congruencia.
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