jueves, 14 de febrero de 2019

SIN BRASIL Y MÉXICO INTEGRADOS, NO HAY AMÉRICA LATINA


Brasil y México, una encrucijada
Juan Pablo Calderón Patiño

Por más que haya intervalos de diversas ópticas, nadie puede negar que si Latinoamérica de verdad quiere tener un papel más allá de la retórica del anhelo vitalicio de la integración, debe transitar por el diálogo entre Brasil y México. En los dos Estados se concentran más de la mitad del PIB de la región, de las corrientes de inversión extranjera directa, de la población y del territorio, ni más ni menos. En la última década pareciera que la región se dividió entre la “Latinoamérica del Norte” con México, el espacio centroamericano y el caribeño, y el Cono Sur, que conjuntó una serie de organismos propios. Salvo la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños fundada en 2010 ―una especie de Organización de los Estados Americanos sin Canadá ni Estados Unidos―, la integración de la región tuvo una inminente bifurcación.
Brasil y México comparten una ruta peculiar, en tramos parecida, como fue el proceso de industrialización que a ambos les permitió crecer por arriba del 6% anual entre la década de 1930 y la década de la pesadilla de la deuda externa de 1980. Si el camino por el nacimiento de sus respectivos Estados fue tan singular, como el brasileño que no lanzó ninguna bala, el de México fue el de un río sangriento que continuó su cauce fatal en la Revolución de 1910. El recorrer del siglo XX, con modelos políticos tan dispares, conjuntaron, en especial, desde 1985, en Brasil con el retorno a la democracia y en México con la apertura del pluralismo político, una “democracia mitigada” que en los dos países mantuvo procesos de altibajos.
Hoy, con apenas un mes de diferencia en las tomas de posesión de México y Brasil, han vuelto a redefinir un nuevo punto de partida en sus democracias. Un primer gobierno de un partido de izquierda (aun cuando en el propio Partido Revolucionario Institucional la izquierda cardenista o la peculiar de Adolfo López Mateos, son antesala histórica) ha llegado al poder haciendo sucumbir en las urnas a las opciones clásicas de la política. En Brasil, con un sistema de partidos atomizado y con una crisis sin igual en el Partido de los Trabajadores por el desgaste de gobernar 13 años, arriba un político ultraderechista y de estirpe militarista.
Si bien las relaciones entre Estados democráticos se dice que no tienden a escalar en conflictos, en este caso la personalidad de ambos líderes jefes de Estado tan dispares ideológicos, pondría a prueba dicha máxima. Bolsonaro que pasó más de 2 décadas como legislador federal y transitó por ocho institutos políticos, ha dicho que el pueblo lo eligió porque quiere menos Estado y más mercado. En México, la crítica lopezobradorista al neoliberalismo pareciera que busca lo contrario confirmando, al menos en su narrativa, un regreso a las políticas que antecedieron a 1982 cuando la ola tecnocrática invadió los espacios públicos de México. El otrora capitán del ejército brasileño apunta a las “recetas de siempre” que desde la ortodoxia de la Universidad de Chicago tuvo en el Chile de la dictadura su primer laboratorio en Latinoamérica, el camino neoliberal.

Entre China y Estados Unidos
Los dos países, primero miembros del G-5 junto con China, la India y Sudáfrica, y que después fueron invitados a integrarse al G-20 por el peso de sus economías nacionales, están inmersos en una correlación de fuerzas geopolíticas y de intereses de Estado que buscan una nueva época entre dos actores fundamentales, China y Estados Unidos. La arrogancia de Donald Trump, secundada por algunos mandatarios latinoamericanos, ha renacido en la lacerante Doctrina Monroe, de “América para los americanos”. El aparente olvido de Estados Unidos en el hemisferio ha sido cuestión de diversos gobiernos en la Casa Blanca y esos espacios han sido llenados por China que no es casual que ya es el primer socio comercial de países como Brasil y Chile, país con el que Bolsonaro plantea una alianza estratégica. México, por razones naturales en su dependencia comercial y económica con Estados Unidos, enmarcada por el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) y su destino, aún a la deriva ante la nueva conformación del Congreso en la capital estadounidense, no mantiene una relación estrecha en lo comercial con China, y las acciones de López Obrador en sus primeras semanas de gestión han sido un perfil bajo, por ahora en la relación bilateral más importante para los mexicanos.
López Obrador ha dejado constancia de que la agenda internacional de México no es un tema que guarde prioridad aún. Fue quizá uno de los últimos mandatarios electos que en el largo período de transición de 5 meses no realizó ninguna visita al exterior. En otras ocasiones era la oportunidad para delinear prioridades y dar mensajes contundentes en determinadas causas y zonas geográficas. Brasil era una escala en las antiguas giras de presidentes electos mexicanos al Cono Sur. Sin ser declarado presidente electo por la autoridad electoral, el entonces presidente Enrique Peña Nieto invitó a López Obrador a la XIII Cumbre de la Alianza del Pacífico con el Mercosur, que tuvo lugar en Puerto Vallarta el 24 de julio de 2018. López Obrador aceptó la invitación, pero días después canceló al argumentar que no tenía la investidura cuando la verdad asomaba otros elementos más del índole transicional interno. Una de las reuniones bilaterales, la más importante para muchos analistas, era el encuentro con el Presidente de Brasil, Michel Temer. Su realización como primera aproximación hubiera sido importante por los intereses de ambos Estados, con independencia de sus gobiernos en turno por más que Brasil semanas después tendría su proceso electoral presidencial.

La relación comercial
Abundantes textos han hablado de la relación económica y comercial entre mexicanos y brasileños para sostener que aún están lejanos la proyección de 18 000 millones de dólares conjuntos. 10 000 millones de dólares más en los próximos años no se ven tarea fácil cuando la histórica animadversión de ciertos grupos empresariales y oficialistas de Brasil se ha traducido en el libre comercio.
La renovación del Acuerdo de Complementación Económica número 55, que en marzo de 2019 tiene fecha para llegar al libre comercio en la joya de la corona, el sector automotriz, tendrá su primera prueba de fuego entre los gobiernos de López Obrador y Bolsonaro. México y Brasil son los gigantes de una industria automotriz en transición a una nueva era global en la movilidad. México como sexto productor mundial de vehículos ligeros y el cuarto exportador, hace 4 años rebasó a Brasil como principal productor automotriz latinoamericano. La complementación entre estos dos mercados tiene complementariedad en sus mercados internos. Brasil tiene un gran mercado interno con poca exportación automotriz manteniendo tasas de diversificación y México, tiene un deprimido mercado interno combinado con un auge exportador, pero con un solo comprador que absorbe más del 80% de las exportaciones automotrices mexicanas.
A la relación comercial se debe poner un complemento que muchas veces el discurso presidencial lo toma de manera marginal y es la inversión mexicana en el exterior. La mayor parte de estudios serios ubican que capitales mexicanos en Brasil superan los 30,000 millones de dólares y van desde sectores como el hotelero hasta telecomunicaciones. La inversión brasileña en México es menor a la mexicana por una diferencia de poco más de 10 000 millones de dólares, nada despreciable, en especial en el sector energético. Las medidas que impulse el nuevo gobierno de Brasil con impacto en inversiones mexicanas deben estar en el mirador de la política exterior de México para garantizar que todo proceso sea llevado bajo el Estado de derecho. La experiencia venezolana en expropiaciones a plantas cementeras mexicanas es un antecedente para la diplomacia mexicana en Brasil y en otros países. El empresariado de los dos Estados es un actor de suma importancia además de las trasnacionales que tienen en ambos países plataformas de producción y exportación de gran dimensión. El caso Odebrecht, que en México no ha llevado a nadie a la cárcel, podría tener una nueva fase con los nuevos gobiernos con serias implicaciones, si de verdad México busca el espacio cabal de las leyes y dar una lección a la corrupción. El caso Odebrecht, con independencia de su derrotero, es ejemplo de que la corrupción no es exclusiva del sector gubernamental y esa marca deberá resguardar repetir lamentables casos que minaron la confianza ciudadana y empañaron a diversas personalidades de la política y la empresa.

La política exterior
La nueva edificación de las alianzas de Brasil con Trump e Israel estará transformando la geopolítica de la región con situaciones candentes como las crisis de Nicaragua y Venezuela, pero también en el escenario mundial en los organismos internacionales. A ello se le debe sumar el cuidado de más de 16 000 kilómetros de fronteras nacionales de Brasil, las mismas que afianzó el legendario diplomático, el Barón de Río Branco.
Itamaraty, la casa diplomática brasileña de tanto reconocimiento, ya empezó a tener los primeros choques, en especial con el Ministerio de Comercio que parece le quitaría “parcelas de funciones” a los diplomáticos de carrera. En un régimen presidencial y federal como el de Brasil y México, cuya responsabilidad en la política exterior es del Ejecutivo, Itamaraty tendrá más que ejecutar las decisiones de Bolsonaro a un costo extremadamente alto para Brasil, iniciando por un canciller brasileño que, aunque de carrera, no oculta su admiración por Trump. Los organismos internacionales, tanto regionales como especializados, verán entre los dos grandes de Latinoamérica una lucha que, si bien pasa por la antítesis de sus posiciones, México ―resguardando su histórico papel en el multilateralismo― tiene mucho que aportar en el cambio climático, el fenómeno de la migración, el respeto a las minorías indígenas y los derechos humanos de toda generación, además del baluarte de defensa en el comercio mundial que, con sus luces y sombras, es preferible tenerlo ―que es la Organización Mundial del Comercio por cierto dirigida por un brasileño como funcionario internacional―.
En México existe alarma que la nueva relación entre Trump y Bolsonaro descubra nuevas oportunidades, en especial, en la exportación de alimentos brasileños a Estados Unidos. Brasil es gigante en cítricos, café, piña y en muchos cultivos más, pero la lógica real cifrada en logística, y lo que los economistas llaman “preferencias y gustos del consumidor”, serán fundamentales para que México no pierda escaños como gran abastecedor del mercado estadounidense. Brasil deberá también sopesar que Chile y México, como miembros de la Alianza del Pacífico, y que con los nubarrones del TLCAN, el gobierno mexicano anterior inició compras históricas de maíz brasileño para diversificar la dependencia con los cerealeros de los estados que votaron por Trump. Argentina, que con certeza de Estado buscará un contrapeso frente al Brasil de Bolsonaro, es otro espacio para compras de granos básicos para México además de madurar alianzas de intereses recíprocos.

Optimismo escaso
Brasil y México tendrán una nueva época, pero el optimismo es escaso para alimentar la relación. Los intereses de Estado estarán en un aparador frágil entre dos países que los une su riqueza, pero también su mayor afrenta: la desigualdad y déficit social. Su riqueza energética, Brasil con 45% de la matriz energética renovable del planeta y México también una potencia en ecosistemas, tendrán diferencias en el cambio climático, que el equipo de Bolsonaro lo ha catalogado como “alarmismo climático”. Brasil, ya no es desde hace años el “eterno país del futuro” y México, tampoco es el país “exclusivo” de lo que se imaginó desde la apertura comercial, una “Norteamérica” que creían en el dogma de integración, eterna. Es difícil ser optimista en la nueva época donde el realismo dicta que “administrar la relación” será el cauce entre Brasilia y la Ciudad de México. Si Alfonso Reyes divisó con magistral pluma e inteligencia al país amazónico en su texto El Brasil es una castaña, la nueva designación de embajador mexicano en la moderna Brasilia será toral para identificar oportunidades y retos. Los 30 millones de votos para López Obrador y los 57 millones de sufragios para Bolsonaro son un apoyo legítimo, sin duda, pero no un cheque en blanco para todos los mexicanos y brasileños.

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