martes, 8 de enero de 2019

INTEGRACION LATINOAMERICANA. LA NECESIDAD DE UN ENTENDIMIENTO ENTRE MEXICO Y BRASIL


México y Brasil, una encrucijada
Juan Carlos Calderón Patiño

Por más que haya intervalos de diversas ópticas, nadie puede negar que América Latina si de verdad quiere tener un papel más allá de la retórica del anhelo vitalicio de la integración, debe transitar por el diálogo entre Ciudad de México y Brasilia, las capitales de los dos grandes países. En los dos estados se concentran más de la mitad del PIB de la región, de las corrientes de Inversión Extranjera Directa, de la población y del territorio. Ni más ni menos. En la última década pareciera que la región se dividió entre la “América Latina del Norte” con México y el espacio centroamericano y caribeño y el Cono Sur, que conjunto una serie de organismos propios. Salvó la Comunidad de Estados Latinoamericanos  y Caribeños (CELAC) fundada en el 2010, una especie de OEA sin Canadá ni Estados Unidos, la integración de la región tuvo una inminente bifurcación.
Brasil y México, comparten una ruta peculiar, en tramos parecida, como fue el proceso de industrialización que a ambos les permitió crecer por arriba del 6% anual entre la década de los 30´´s y la década de la pesadilla de la deuda externa en los 80´s. Si el camino por el nacimiento de sus respectivos estados fue tan singular como el brasileño que no lanzó ninguna bala, el de México fue el de un río sangriento que continuó su cauce fatal en la Revolución de 1910. El recorrer del siglo XX con modelos políticos tan dispares conjuntaron, en especial, desde 1985 en Brasil con el retorno a la democracia y en México con la apertura del pluralismo político, una “democracia mitigada” que en los dos países mantuvo procesos de altibajos. Hoy, con apenas un mes de diferencia en las tomas de posesión de México y Brasil, han vuelto a redefinir un nuevo punto de partida en sus democracias. Un primer gobierno de un partido de izquierda (aún cuando en el propio PRI la izquierda cardenista o la peculiar de López Mateos, son antesala histórica) ha llegado al poder haciendo sucumbir en las urnas a las opciones clásicas de la política. En Brasil, con un sistema de partidos atomizado y con una crisis sin igual en el PT por el desgaste de gobernar 13 años, arriba un político ultraderechista y de estirpe militarista. Si bien, las relaciones entre estados democráticos se dice que no tienden a escalar en conflictos, en este caso la personalidad de ambos líderes jefes de Estado, tan dispares ideológicos, pondría a prueba dicha máxima. Bolsonaro que pasó más de dos décadas como legislador federal y transitó por ocho institutos políticos, ha dicho que el pueblo lo eligió porque quiere menos Estado y más mercado. En México, la crítica lopezobradorista al neoliberalismo pareciera que busca lo contrario confirmando, al menos en su narrativa, un regreso a las políticas que antecedieron a 1982 cuando la ola tecnocrática invadió los espacios públicos de México. El otrora capitán del ejército brasileño apunta a las “recetas de siempre” que desde la ortodoxia de la Universidad de Chicago tuvo en el Chile de la dictadura su primer laboratorio en América Latina, el camino neoliberal.
Los dos países, primero miembros del G5 junto con China, India y Sudáfrica y que después fueron invitados a integrarse al G20 por el peso de sus economías nacionales, están inmersos en una correlación de fuerzas geopolíticas y de intereses de Estado que buscan una nueva época entre dos actores fundamentales, Estados Unidos y China. La arrogancia de Trump secundada por algunos mandatarios latinoamericanos ha renacido en la lacerante Doctrina Monroe, de “América para los americanos”. El aparente olvido de Estados Unidos en el hemisferio ha sido cuestión de diversas administraciones en la Casa Blanca y esos espacios han sido llenados por China que no es casual que ya es el primer socio comercial de países como Brasil y Chile, país con el que Bolsonaro plantea una alianza estratégica. México, por razones naturales en su dependencia comercial y económica con Estados Unidos enmarcada por el TLCAN y su destino aún a la deriva ante la nueva conformación del Capitolio en la capital estadounidense, no mantiene una relación estrecha en lo comercial con China y las acciones de López Obrador en sus primeras semanas de gestión, han sido  un perfil bajo, por ahora en la relación bilateral más importante para los mexicanos. López Obrador ha dejado constancia de que la agenda internacional de México no es un tema que guarde prioridad, aún. Fue quizá uno de los últimos mandatarios electos que en el largo período de transición de cinco meses no realizó ninguna visita al exterior. En otras ocasiones era la oportunidad para delinear prioridades y dar mensajes contundentes en determinadas causas y zonas geográficas. Brasil, era una escala en las antiguas giras de presidentes electos mexicanos al Cono Sur. Sin ser declarado presidente electo por la autoridad electoral, el entonces Presidente Peña Nieto invitó a López Obrador a la XIII cumbre de la Alianza del Pacífico con el Mercosur, que tuvo lugar en Puerto Vallarta el 24 de julio del 2018. López Obrador aceptó la invitación, pero días después canceló argumentando que no tenía la investidura cuando la verdad asomaba otros elementos más del índole transicional interno. Una de las reuniones bilaterales, la más importante para muchos analistas, era el encuentro con el Presidente de Brasil, Michel Temer. Su realización como primer aproximación hubiera sido importante por los intereses de ambos Estados, con independencia de sus gobiernos en turno por más que Brasil semanas después tendría su proceso electoral presidencial.
Abundantes textos han hablado de la relación económica y comercial entre mexicanos y brasileños para sostener que aún están lejanos la proyección de 18,000 millones de dólares conjuntos. Diez mil millones más en los próximos años no se ven tarea fácil cuando la histórica animadversión de ciertos grupos empresariales y oficialistas de Brasil se ha traducido en el libre comercio. La renovación del Acuerdo de Complementación Económica (ACE) No. 53 que en marzo próximo tiene fecha para llegar al libre comercio en la joya de la corona, el sector automotriz, tendrá su primera prueba de fuego entre los gobiernos de López Obrador y Bolsonaro. México y Brasil son los gigantes de una industria automotriz en transición a una nueva era global en la movilidad. México como sexto productor mundial de vehículos ligeros  y el cuarto exportador, hace 4 años rebasó a Brasil como principal productor automotriz latinoamericano. La complementación entre estos dos mercados tiene complementariedad en sus mercados domésticos. Brasil tiene un gran mercado interno con poca exportación automotriz manteniendo tasas de diversificación y México, tiene un deprimido mercado interno combinado con un auge exportador, pero con un solo comprador que absorbe más del 80% de las exportaciones automotrices mexicanas. A la relación comercial se debe poner un complemento que muchas veces el discurso presidencial lo toma de manera marginal y es la inversión mexicana en el exterior. La mayor parte de estudios serios ubican que capitales mexicanos en Brasil superan los 30 mil millones de dólares y van desde sectores como el hotelero hasta telecomunicaciones. La inversión brasileña en México es menor a la mexicana por una diferencia de poco más de 10 mil millones de dólares, nada despreciable y en especial en el sector energético. Las medidas que haga el nuevo gobierno de Brasil con impacto en inversiones mexicanas debe estar en el mirador de la política exterior de México para garantizar que todo proceso sea llevado bajo el estado de derecho. La experiencia venezolana en expropiaciones a plantas cementeras mexicanas, es un antecedente para la diplomacia mexicana en Brasil y en otras naciones. El empresariado de los dos países es un actor de suma importancia además de las trasnacionales que tienen en los dos países plataformas de producción y exportación de gran dimensión. El caso Odebrecht, que en México no ha llevado a nadie a la cárcel, podría tener una nueva fase con los nuevos gobiernos con serias implicaciones si de verdad México busca el espacio cabal de las leyes y dar una lección a la corrupción. El caso Odebrecht con independencia de su derrotero es ejemplo de que la corrupción no es exclusiva del sector gubernamental y esa marca deberá resguardar repetir lamentables casos que minaron la confianza ciudadana y empañaron a diversas personalidades de la política y la empresa.
La nueva edificación de las alianzas de Brasil con Trump e Israel estará transformando la geopolítica de la región con situaciones candentes como la crisis de Nicaragua y Venezuela, pero también en el escenario global en los organismos internacionales. A ello se le debe sumar el cuidado de más de 16 mil kilómetros de fronteras nacionales de Brasil, las mismas que afianzó el legendario diplomático, el Barón de Río Branco. Itamaraty, la casa diplomática brasileña de tanto reconocimiento ya empezó a tener los primeros choques, en especial con el Ministerio de Comercio que parece le quitaría “parcelas de funciones” a los diplomáticos de carrera. En un régimen presidencial y federal como el de Brasil y México cuya responsabilidad en la política exterior es del Ejecutivo, tendrá Itamaraty más que ejecutar las decisiones de Bolsonaro a un costo extremadamente alto para Brasil, iniciando por un canciller brasileño que aunque de carrera, no oculta su admiración por Trump. Los organismos internacionales, tanto regionales como especializados, verán entre los dos grandes de Latinoamérica, una lucha que si bien pasa por la antítesis de sus posiciones, México resguardando su histórico papel en el multilateralismo tiene mucho que aportar en el cambio climático, el fenómeno de la migración, el respeto a las minorías indígenas y Derechos Humanos de toda generación además del baluarte de defensa en el comercio global, que con sus luces y sombras, es preferible tenerlo, que es la OMC, por cierto dirigida por un brasileño  como funcionario internacional.
En México existe alarma que la nueva relación entre Trump y Bolsonaro descubra nuevas oportunidades, en especial, en la exportación de alimentos brasileños a la Unión Americana. Brasil es gigante en cítricos, café, piña y en muchos cultivos más, pero la lógica real cifrada en logística y lo que los economistas llaman “preferencias y gustos del consumidor” serán fundamentales para que México no pierda escaños como gran abastecedor del mercado estadounidense. Brasil deberá también sopesar que México y Chile como miembros de la Alianza del Pacífico y que con los nubarrones del TLCAN, el gobierno mexicano anterior inició compras históricas de maíz brasileño para diversificar la dependencia con los cerealeros de los estados que votaron por Trump. Argentina, que con certeza de Estado buscará un contrapeso frente al Brasil de Bolsonaro, es otro espacio para compras de granos básicos para México además de madurar alianzas de intereses recíprocos.
México y Brasil tendrán una nueva época, pero el optimismo es escaso para alimentar la relación. Los intereses de Estado estarán en un aparador frágil, entre dos países que los une su riqueza, pero también su mayor afrenta, la desigualdad y déficit  social. Su riqueza energética, Brasil con 45% de la matriz energética renovable del planeta y México también una potencia en ecosistemas, tendrán diferencias en el cambio climático, que el equipo de Bolsonaro lo ha catalogado como “alarmismo climático”. Brasil, ya no es desde hace años el “eterno país del futuro” y México, tampoco es el país “exclusivo” de lo que se imaginó desde la apertura comercial, una ´´América del Norte” que creían en el dogma de integración, eterna. Es difícil ser optimista en la nueva época donde el realismo dicta que “administrar la relación” será el cauce entre Ciudad de México y Brasilia. Si Alfonso Reyes divisó con magistral pluma e inteligencia al país amazónico en su texto “El Brasil es una castaña”,  la nueva designación de embajador mexicano en la moderna Brasilia, será toral para identificar oportunidades y retos. Los 30 millones de votos para AMLO y los 57 millones de sufragios para Bolsonaro, son un apoyo legítimo, sin duda, pero no un cheque en blanco para todos los mexicanos y brasileños.

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