martes, 29 de enero de 2019

GOBIERNOS DISTINTOS QUE HACEN LO MISMO: AUSTERIDAD Y AJUSTE


Cuando los ángeles hacen política: seguridad y corrupción
Miguel Angel Barrios y Norberto Emmerich
Clarín, domingo 20 de enero de 2019

Los últimos gobiernos latinoamericanos electos basaron su campaña en la lucha contra la inseguridad y la corrupción, con candidatos que instalaron estas temáticas como los ejes centrales de la vida nacional en sus respectivos países, sin cuestionar el orden social.
Así lo hizo Mauricio Macri en Argentina, luego Andrés Manuel López Obrador en México y finalmente Jair Bolsonaro en Brasil. La relativa novedad de gobiernos distintos con iguales programas se sintetiza en la política de ajuste fiscal que todos llevan adelante, desde la izquierda republicana a la derecha autoritaria.
Apenas Jair Bolsonaro solicitó la prohibición de enjuiciamiento a los policías por hechos cometidos en servicio cuando se desató una ola de atentados en Ceará, al nordeste del país. El nuevo presidente justifica lo primero por lo segundo, pero se percibe que la inhibición a los policías no brinda seguridad a los brasileños sino impunidad al Estado.
El martes 1° el gobernador Camilo Santana solicitó el envío de tropas federales, las que recién arribaron al nordeste el viernes 4 reafirmando la idea de que la impunidad se acompaña dela incapacidad de gestionar adecuadamente los asuntos públicos.
El año 2018 cierra en México con la estadística de homicidios más elevada desde que se realizan cómputos oficiales al mismo tiempo que la estrategia de combate a la corrupción desmantela desordenadamente la capacidad de inteligencia criminal de la burocracia estatal.
En Argentina la emergencia de seguridad fue prorrogada año tras año hasta el pasado 31 de diciembre de 2018. El ministerio de Seguridad lanza un Reglamento General para el Uso de las Armas de Fuego (Resolución 956/2018) que otorga a las fuerzas federales mayor libertad para disparar “en situaciones de peligro inminente”, con criterios diferentes a los previstos por Naciones Unidas para circunstancias similares.
Mientras Argentina autoriza la participación militar en tareas de apoyo logístico en las fronteras y busca también crear una fuerza militar de reserva con 10 mil civiles, México discutirá en pocos días la creación de una Guardia Nacional integrada por 50 mil policías y militares para el combate contra el crimen organizado. Brasil autorizará por decreto que todos los ciudadanos puedan portar armas de fuego incluso en público. Con 64 mil homicidios en 2017 (más del doble que México) el debate ha encendido todo el país.
Transparencia Internacional afirma que más del 61% de las personas en México consideran que su policía es corrupta y el 51% afirma haber pagado sobornos para acceder a servicios públicos, sobretodo de seguridad. En Brasil la Operación Lava Jato fue el mayor escándalo de corrupción en la historia y llevó a 118 condenas de prisión. México ocupa el lugar 123, Argentina el lugar 95 y Brasil el lugar 79 en el Indice de Percepción de Corrupción de Transparencia Internacional. Los problemas son reales, pero la combinación de militarización y ajuste no brinda ni seguridad ni transparencia.
Los nuevos gobiernos se muestran con éxito como la “novedad” frente a la herencia corrupta de los anteriores y convocan a un fortalecimiento de los instrumentos punitivos en manos de la fuerza pública para “combatir” el delito (Guardia Nacional, prohibición de enjuiciamiento, Reglamento para el Uso de Armas de Fuego) y la corrupción mientras reducen el presupuesto público (plan de austeridad de López Obrador), lanzan planes de privatización (“en Brasil se privatizará todo lo que se pueda”) o ajustan las alzas salariales.
El angelical entendimiento que predica que gobernar bien es tomar buenas e inconsultas decisiones desde arriba hacia abajo se contradice con la idea política de conflicto, confrontación y debate ciudadano mediante los cuales se adoptan estrategias democráticas socialmente sustentables.

martes, 22 de enero de 2019

LAWFARE: CUANDO APLICAR LA LEY NO ES HACER JUSTICIA


Latinoamérica en tiempos de lawfare: riesgos y consecuencias
Mario Ramón Duarte

Hoy por hoy nuestra región Latinoamericana no sigue ajena a las innumerables embestidas, organizadas e implementadas por potencias extranjeras con plenos intereses en este último rincón del mundo; una zona de vital importancia geoestratégica, quizás la de mayor importancia en los próximos 50 años, debido a los múltiples bondades que ofrece para toda la comunidad mundial, empezando por los recursos naturales, pasando por las riquezas vírgenes por descubrir en zonas aun inexploradas por la raza humana para culminar con la contaminación de nuestras aun frágiles democracias pero que garantizan a nuestros ciudadanos una vida en paz y plena para su normal desarrollo.
Una de esas embestidas en tantas sufridas estos últimos años, sobresale como una especie de moda en Latinoamérica la guerra jurídica o lawfare, una palabra inglesa de reciente acuñación que aún no figura en el Diccionario Inglés de Oxford y es una contracción gramatical de las palabras "ley" (Law) y "guerra" (warfare), esta última para describir una forma de guerra asimétrica, define "Guerra jurídica" como el uso ilegítimo interno, o del derecho internacional con la intención de dañar a un oponente, consiguiendo de dicha manera la victoria en unas relaciones públicas, paralizar financieramente a un oponente, o atando en el tiempo a estos para que no puedan perseguir otras empresas como presentar sus candidaturas a cargos públicos. El término "guerra jurídica" se usa más comúnmente como una etiqueta para criticar a los que utilizan el derecho internacional y los procedimientos legales para hacer reclamaciones contra el Estado, especialmente en áreas relacionadas con la seguridad nacional.
Son varios los juristas y expertos que se han pronunciado sobre esta problemática en cuestión. Hay voces que expresan que desde el final de la guerra fría, Estados Unidos prefiere tener el control sobre Latinoamérica por vías de apariencia democrática, como ser a través del control del Poder Judicial; sin emitir juicio personal sobre el mismo, nuestro país es una muestra acabada de ello, al menos la realidad va marcando y demostrando esta modalidad con varios dirigentes del campo popular, mas allá de los diferentes casos, para no generalizar la cuestión.
Las características más comunes que se perciben y que en la actualidad parecieran ser algo normal en cualquiera de nuestros países hermanos, debido al silencio sepulcral de quienes tienen la responsabilidad, puesto que fueron elegidos legítimamente en elecciones democráticas para representar y defender al pueblo de estas embestidas, están rodeadas de un inentendible silencio sepulcral. Entre esas características a la que se ha hecho mención precedentemente son: Jueces vinculados a una determinada parcialidad política, testigos pocos fiables, ausencia de pruebas, implicación de los grandes medios de comunicación, condena decidida de antemano, entre otras, prácticamente en resumen, un disciplinamiento estricto, que en nada ayuda a consolidar las instituciones democráticas.
Según un sondeo de Américas Barometer, se estima que un 19% de la población latinoamericana paga sobornos. He ahí una posible explicación antropológica y cultural. Sea real o percibida, lo cierto es que el explosivo crecimiento de las redes sociales, la expansión de una clase media políticamente muy activa y la extendida percepción de que las instituciones y las estructuras económicas favorecen a una pequeña élite han disparado la visión de la corrupción como uno de los mayores problemas.
“Te ayudo a ganar elecciones y tú me das esa concesión millonaria”. Este modus operandi, particularmente potenciado por la gigantesca constructora brasileña Odebrecht, se ha normalizado. Y los antiguos gobiernos de izquierda (particularmente el argentino y brasileño), salpicados por las declaraciones incentivadas por leyes que favorecen la delación, aún no han hecho autocrítica, seguramente por miedo a que podría usarse en su contra, obviando que la verdad tiene una fuerza propia. No obstante, las ex presidentes Cristina Fernández de Kirchner y Dilma Rousseff, la primera encausada por corrupción y la segunda destituida tras un golpe de Estado institucional, han lanzado un mensaje en el que destaca el concepto “lawfare”, criticando la utilización del aparato judicial como arma para destruir a la política y a los líderes opositores.
Entre otros ejemplos o casos emblemáticos en la región podemos mencionar los casos de: El 24 de enero de 2018 el Tribunal Supremo de Brasil ratificó la sentencia contra el que fuera presidente del país y candidato para las elecciones presidenciales, Lula da Silva, condenado a 12 años de prisión por corrupción. Acabó en prisión en abril de 2018 y resultó inhabilitado para la elección presidencial.
El 9 de abril 2018 la Fiscalía de Colombia ejecuta una orden de captura con fines de extradición de los EEUU contra el diputado electo del partido FARC y responsable de la implementación del Acuerdo de Paz Jesús Santrich, por un supuesto delito de conspiración para exportar cocaína a los EEUU. Desde entonces permanece en prisión, apartado de la implementación del acuerdo de paz y sin haber podido tomar posesión de su escaño en la Cámara Legislativa a pesar de no existir acusación alguna contra él en Colombia.
El 3 de julio de 2018 se dicta por un tribunal de Ecuador una orden de prisión y captura internacional contra el ex presidente Rafael Correa. Previamente, el 14 de diciembre de 2017, era condenado a seis años de prisión el vicepresidente Jorge Glas, acusado de corrupción. Y el 17 de junio de 2018 era capturado en Madrid, por solicitud de Ecuador, Pablo Romero, quien fuera parte del equipo de Gobierno de Rafael Correa.
Una perspectiva lógica señala a esta modalidad como un tipo de guerra sin armas y de apariencias democráticas con tres modalidades de ataque minucioso en tres dimensiones, ellas serian: Geográfica: los atacantes eligen el campo más ventajoso, en este caso un tribunal que mejor atienda su objetivo de acabar con su opositor. Dos: entramado de una ley específica para esa guerra. Y tres: los medios de comunicación para crear una sensación de presunción de culpa. Las estrategias del “lawfare” pasan por abusar de las leyes vigentes para deslegitimar y perjudicar la imagen del adversario. Usar el proceso legal para cercenar su libertad, intimidarlo, silenciarlo, influenciar negativamente a la opinión pública para anticipar la sentencia condenatoria y cercenar el derecho a una defensa imparcial.
Los objetivos que se persiguen son similares a los que otrora buscaban directamente las Fuerzas Armadas: deslegitimar y perseguir figuras políticas populares opuestas a sus intereses. Y lo hacen a través de expertos, que manejan el lenguaje jurídico, en contraposición al lenguaje contaminado por la política. El proceso de recorte del Estado y de lo público incluyó la reforma jurídica como parte de la batalla contra la ineficiencia del Estado. La corrupción venía de la mano de una mala gestión de los políticos que creían e impulsaban lo público, y debía ser extirpada para devolver la supremacía de lo privado.
En ese sentido, no resulta sorprendente constatar que la persecución judicial se ha exacerbado contra funcionarios de gobiernos donde el Estado recuperó su protagonismo en materia económico-social, agrandando al Estado y revalorizando lo público. Y se ha cebado con los líderes latinoamericanos que impulsaron ese cambio.Tampoco pueden pasarse por alto el «timing político», ya que el caso judicial (como arma) se hace público en momentos de alto coste político para la persona o grupos que son desprestigiados; la reorganización de los aparatos judiciales, las élites, con el control del aparato del Estado, colocan en espacios clave a «técnicos» (abogados, jueces, fiscales) vinculados al poder de turno para atacar al adversario y prevenir situaciones hostiles que puedan provenir de este; o el doble rasero de la ley: pueden salir a la luz varios casos, pero se elige hacer seguimiento a unos para producir consentimiento sobre la corrupción como enfermedad del Estado y de lo público, y se invisibilizan o desestiman otros, como es el caso de las empresas offshore que Macri tenía en Panamá.
Por último, y más allá de gobiernos de izquierda o derecha, sumado ahora a nuevos actores, pero nunca para bien sino a tono con la decadencia moral de estos tiempos el poder judicial que permitió que América Latina fuera uno de los continentes con más corrupción institucional en muchos casos se benefició de ella, que nunca fue capaz de combatirla, ahora se ha convertido en un arma de intervención directa en los asuntos políticos internos, al servicio de los intereses de las oligarquías y fuerzas conservadoras foráneas y locales. La guerra jurídica implica un gran retroceso en los procesos de fortalecimiento institucional de los países de América Latina. El Poder Judicial debería mantenerse al margen de la confrontación política para evitar repetir fracasos institucionales de otras épocas que le causaron graves crisis de legitimidad y el desafecto popular. Esta injerencia en los asuntos políticos supone la anulación de la independencia judicial por su consciente politización, y provoca irremediablemente la desaparición de la división de poderes que sustenta el Estado de Derecho. El lawfare se ha convertido en uno de los mayores peligros para la democracia en todo el mundo y en especial en América Latina.

viernes, 18 de enero de 2019

"HAY QUE HACER ALGO". NACE LA GUARDIA NACIONAL


La Guardia Nacional ¿Estrategia de seguridad o militarización del país?
Alejandro Campuzano Álvarez

México, país caracterizado por los altos índices de violencia e inseguridad, enfrenta hoy en día un debate en torno a la creación de nuevas instituciones e instrumentos jurídicos y operativos para resarcir y revertir los resultados de una estrategia fallida en materia de seguridad pública.
Como resultado de una decisión político-electoral en aras de legitimar el mandato presidencial, la declaración de combate frontal impulsada por el ex presidente Felipe Calderón Hinojosa en el año 2006 tuvo como consecuencia la muerte de más de 120 mil personas, de acuerdo con datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía.
Aunado a los decesos anteriormente mencionados, Guillermo Valdés Castellanos, ex director del Centro de Investigación y Seguridad Nacional (CISEN), explica en su obra “Historia del narcotráfico en México” que los índices de violencia y criminalidad también aumentaron de forma exponencial una vez que se emitió la declaratoria de combate frontal, situación que vislumbra una necesidad de replantear la estrategia legal y operativa en el combate al crimen organizado.
Por otra parte especialistas como Luis Astorga defienden y argumentan la estrategia del ex presidente Calderón. En su obra “¿Qué quería que hiciera?” expone diversos motivos por los cuales era necesaria la intervención del Estado ante la problemática creciente de inseguridad en el país. Astorga señala que las fuerzas armadas fungieron como brazo armado del gobierno federal en la “guerra contra las drogas” en virtud de que policías municipales y estatales se encontraban —y se encuentran— al servicio del crimen organizado, vulnerando con ello el estado de derecho. Por lo anterior, era imperativo que el ex presidente Calderón, ordenara el despliegue de efectivos militares en diversas entidades federativas del país para combatir los delitos de alto impacto efectuados por el crimen organizado. Sin embargo, más allá de obtener algunos resultados positivos, las cifras denotaron un fracaso en la estrategia, además de un debilitamiento institucional de militares, marinos y policías federales.
Como consecuencia de lo anterior, en el año 2012, regresó al poder el Partido Revolucionario Institucional (PRI) a través de su candidato Enrique Peña Nieto, quien mantuvo la estrategia de combate frontal en contra del crimen organizado a pesar de los resultados negativos que ésta había tenido en el sexenio anterior. Como era de esperarse, los resultados confirmaron de nueva cuenta el fracaso de la estrategia.
Acto seguido, el 1° de julio del año 2018, el voto de las y los mexicanos se inclinó por el tres veces candidato y hoy presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, mediante un voto de castigo y hartazgo social contra el PRI y el Partido Acción Nacional (PAN), particularmente por el fracaso institucional en el combate al crimen organizado.
Como parte de las propuestas en materia de seguridad, Andrés Manuel López Obrador planteó una estrategia integral que visualiza la solución al problema de violencia y criminalidaden la educación y el desarrollo social. Sin embargo, es importante mencionar que la educación y el desarrollo social, son solo posibles soluciones a mediano y largo plazo. El problema de la violencia e impunidad son una constante en el país que requiere de tácticas inmediatas que debiliten y eliminen al crimen organizado.
Con base en lo anterior, el presidente López Obrador envió una iniciativa al Congreso para crear la “Guardia Nacional”, la cual se define como una institución policial de carácter civil, responsable de las tareas de seguridad pública, para la salvaguarda de la vida, la libertad, la integridad y el patrimonio de las personas, así como de la preservación de la paz pública, el orden, los bienes y recursos de la Nación.
En el mismo orden de ideas, se señala que la formación y el desempeño de las y los integrantes de la Guardia Nacional se regirán por una doctrina policial fundada en la disciplina, el acatamiento a las órdenes superiores y el respeto a los derechos humanos. No obstante el proyecto ha sido criticado severamente por diversos especialistas en temas de seguridad pública y de derechos humanos, ya que en un principio la Guardia Nacional tendría un mando militar, situación que dio origen a diversas ideas sobre una posible militarización del país.
Como consecuencia de dichas críticas, el presidente López Obrador, a través del Secretario de la Defensa Nacional, el General Luis Cresencio Sandoval González, anunció en la Cámara de Diputados que el mando de la Guardia Nacional sería de carácter civil y no militar, como se había planteado en un principio.
A pesar de ello, la idea sobre la militarización del país era una constante en la opinión pública, esto derivado de diversos ejercicios comparativos en los cuales otorgar facultades y atribuciones de seguridad pública a cuerpos militares es —en casos excepcionales— el inicio de regímenes dictatoriales y gobiernos autoritarios.
Por otra parte, es importante destacar que la problemática en México no radica en el qué, sino en el cómo. La mayoría de los mexicanos son conscientes de la problemática de inseguridad en la que están inmersos; sin embargo, no se han logrado conciliar respuestas y soluciones que encaminen hacia un bien común.
Si bien es cierto que la Guardia Nacional tendrá un mando civil, el adiestramiento y operatividad será de corte militar. No obstante ¿qué opciones restan cuando los cuerpos policíacos han sido rebasados y en algunos casos cooptados por el crimen organizado? Por supuesto que la educación y el desarrollo social son una alternativa, pero a largo plazo. A corto plazo se requieren medidas que garanticen la labor fundamental del Estado, misma que se traduce en otorgar protección a las y los ciudadanos.
Militarizar el país es una frase que alude a un desconocimiento total del contexto de México. Si por militarizar el país se refiere a que militares y marinos efectúen labores de seguridad pública, estas ya han sido llevadas a cabo por casi 12 años continuos. Por ello, el objetivo de la Ley de la Guardia Nacional será precisamente regular y formalizar lo que por dos sexenios se ha implementado, pero no regulado.
Es así que 362 de 500 diputados se manifestaron a favor del proyecto de reforma constitucional que da origen a la Guardia Nacional, a efecto de combatir el crimen organizado y disminuir la problemática de inseguridad en el país.
En conclusión, resulta fundamental blindar a través de preceptos jurídicos y en este caso constitucionales el actuar de la Guardia Nacional. Sin embargo, es menester señalar que aunado al actuar de la Guardia Nacional se requiere de políticas integrales como el análisis sobre la posible regulación y despenalización del consumo de drogas, así como un combate financiero que ataque a través de la Secretaria de Hacienda y Crédito Público, las finanzas de los grupos criminales y delictivos en México en aras de recuperar la paz social.

martes, 8 de enero de 2019

INTEGRACION LATINOAMERICANA. LA NECESIDAD DE UN ENTENDIMIENTO ENTRE MEXICO Y BRASIL


México y Brasil, una encrucijada
Juan Carlos Calderón Patiño

Por más que haya intervalos de diversas ópticas, nadie puede negar que América Latina si de verdad quiere tener un papel más allá de la retórica del anhelo vitalicio de la integración, debe transitar por el diálogo entre Ciudad de México y Brasilia, las capitales de los dos grandes países. En los dos estados se concentran más de la mitad del PIB de la región, de las corrientes de Inversión Extranjera Directa, de la población y del territorio. Ni más ni menos. En la última década pareciera que la región se dividió entre la “América Latina del Norte” con México y el espacio centroamericano y caribeño y el Cono Sur, que conjunto una serie de organismos propios. Salvó la Comunidad de Estados Latinoamericanos  y Caribeños (CELAC) fundada en el 2010, una especie de OEA sin Canadá ni Estados Unidos, la integración de la región tuvo una inminente bifurcación.
Brasil y México, comparten una ruta peculiar, en tramos parecida, como fue el proceso de industrialización que a ambos les permitió crecer por arriba del 6% anual entre la década de los 30´´s y la década de la pesadilla de la deuda externa en los 80´s. Si el camino por el nacimiento de sus respectivos estados fue tan singular como el brasileño que no lanzó ninguna bala, el de México fue el de un río sangriento que continuó su cauce fatal en la Revolución de 1910. El recorrer del siglo XX con modelos políticos tan dispares conjuntaron, en especial, desde 1985 en Brasil con el retorno a la democracia y en México con la apertura del pluralismo político, una “democracia mitigada” que en los dos países mantuvo procesos de altibajos. Hoy, con apenas un mes de diferencia en las tomas de posesión de México y Brasil, han vuelto a redefinir un nuevo punto de partida en sus democracias. Un primer gobierno de un partido de izquierda (aún cuando en el propio PRI la izquierda cardenista o la peculiar de López Mateos, son antesala histórica) ha llegado al poder haciendo sucumbir en las urnas a las opciones clásicas de la política. En Brasil, con un sistema de partidos atomizado y con una crisis sin igual en el PT por el desgaste de gobernar 13 años, arriba un político ultraderechista y de estirpe militarista. Si bien, las relaciones entre estados democráticos se dice que no tienden a escalar en conflictos, en este caso la personalidad de ambos líderes jefes de Estado, tan dispares ideológicos, pondría a prueba dicha máxima. Bolsonaro que pasó más de dos décadas como legislador federal y transitó por ocho institutos políticos, ha dicho que el pueblo lo eligió porque quiere menos Estado y más mercado. En México, la crítica lopezobradorista al neoliberalismo pareciera que busca lo contrario confirmando, al menos en su narrativa, un regreso a las políticas que antecedieron a 1982 cuando la ola tecnocrática invadió los espacios públicos de México. El otrora capitán del ejército brasileño apunta a las “recetas de siempre” que desde la ortodoxia de la Universidad de Chicago tuvo en el Chile de la dictadura su primer laboratorio en América Latina, el camino neoliberal.
Los dos países, primero miembros del G5 junto con China, India y Sudáfrica y que después fueron invitados a integrarse al G20 por el peso de sus economías nacionales, están inmersos en una correlación de fuerzas geopolíticas y de intereses de Estado que buscan una nueva época entre dos actores fundamentales, Estados Unidos y China. La arrogancia de Trump secundada por algunos mandatarios latinoamericanos ha renacido en la lacerante Doctrina Monroe, de “América para los americanos”. El aparente olvido de Estados Unidos en el hemisferio ha sido cuestión de diversas administraciones en la Casa Blanca y esos espacios han sido llenados por China que no es casual que ya es el primer socio comercial de países como Brasil y Chile, país con el que Bolsonaro plantea una alianza estratégica. México, por razones naturales en su dependencia comercial y económica con Estados Unidos enmarcada por el TLCAN y su destino aún a la deriva ante la nueva conformación del Capitolio en la capital estadounidense, no mantiene una relación estrecha en lo comercial con China y las acciones de López Obrador en sus primeras semanas de gestión, han sido  un perfil bajo, por ahora en la relación bilateral más importante para los mexicanos. López Obrador ha dejado constancia de que la agenda internacional de México no es un tema que guarde prioridad, aún. Fue quizá uno de los últimos mandatarios electos que en el largo período de transición de cinco meses no realizó ninguna visita al exterior. En otras ocasiones era la oportunidad para delinear prioridades y dar mensajes contundentes en determinadas causas y zonas geográficas. Brasil, era una escala en las antiguas giras de presidentes electos mexicanos al Cono Sur. Sin ser declarado presidente electo por la autoridad electoral, el entonces Presidente Peña Nieto invitó a López Obrador a la XIII cumbre de la Alianza del Pacífico con el Mercosur, que tuvo lugar en Puerto Vallarta el 24 de julio del 2018. López Obrador aceptó la invitación, pero días después canceló argumentando que no tenía la investidura cuando la verdad asomaba otros elementos más del índole transicional interno. Una de las reuniones bilaterales, la más importante para muchos analistas, era el encuentro con el Presidente de Brasil, Michel Temer. Su realización como primer aproximación hubiera sido importante por los intereses de ambos Estados, con independencia de sus gobiernos en turno por más que Brasil semanas después tendría su proceso electoral presidencial.
Abundantes textos han hablado de la relación económica y comercial entre mexicanos y brasileños para sostener que aún están lejanos la proyección de 18,000 millones de dólares conjuntos. Diez mil millones más en los próximos años no se ven tarea fácil cuando la histórica animadversión de ciertos grupos empresariales y oficialistas de Brasil se ha traducido en el libre comercio. La renovación del Acuerdo de Complementación Económica (ACE) No. 53 que en marzo próximo tiene fecha para llegar al libre comercio en la joya de la corona, el sector automotriz, tendrá su primera prueba de fuego entre los gobiernos de López Obrador y Bolsonaro. México y Brasil son los gigantes de una industria automotriz en transición a una nueva era global en la movilidad. México como sexto productor mundial de vehículos ligeros  y el cuarto exportador, hace 4 años rebasó a Brasil como principal productor automotriz latinoamericano. La complementación entre estos dos mercados tiene complementariedad en sus mercados domésticos. Brasil tiene un gran mercado interno con poca exportación automotriz manteniendo tasas de diversificación y México, tiene un deprimido mercado interno combinado con un auge exportador, pero con un solo comprador que absorbe más del 80% de las exportaciones automotrices mexicanas. A la relación comercial se debe poner un complemento que muchas veces el discurso presidencial lo toma de manera marginal y es la inversión mexicana en el exterior. La mayor parte de estudios serios ubican que capitales mexicanos en Brasil superan los 30 mil millones de dólares y van desde sectores como el hotelero hasta telecomunicaciones. La inversión brasileña en México es menor a la mexicana por una diferencia de poco más de 10 mil millones de dólares, nada despreciable y en especial en el sector energético. Las medidas que haga el nuevo gobierno de Brasil con impacto en inversiones mexicanas debe estar en el mirador de la política exterior de México para garantizar que todo proceso sea llevado bajo el estado de derecho. La experiencia venezolana en expropiaciones a plantas cementeras mexicanas, es un antecedente para la diplomacia mexicana en Brasil y en otras naciones. El empresariado de los dos países es un actor de suma importancia además de las trasnacionales que tienen en los dos países plataformas de producción y exportación de gran dimensión. El caso Odebrecht, que en México no ha llevado a nadie a la cárcel, podría tener una nueva fase con los nuevos gobiernos con serias implicaciones si de verdad México busca el espacio cabal de las leyes y dar una lección a la corrupción. El caso Odebrecht con independencia de su derrotero es ejemplo de que la corrupción no es exclusiva del sector gubernamental y esa marca deberá resguardar repetir lamentables casos que minaron la confianza ciudadana y empañaron a diversas personalidades de la política y la empresa.
La nueva edificación de las alianzas de Brasil con Trump e Israel estará transformando la geopolítica de la región con situaciones candentes como la crisis de Nicaragua y Venezuela, pero también en el escenario global en los organismos internacionales. A ello se le debe sumar el cuidado de más de 16 mil kilómetros de fronteras nacionales de Brasil, las mismas que afianzó el legendario diplomático, el Barón de Río Branco. Itamaraty, la casa diplomática brasileña de tanto reconocimiento ya empezó a tener los primeros choques, en especial con el Ministerio de Comercio que parece le quitaría “parcelas de funciones” a los diplomáticos de carrera. En un régimen presidencial y federal como el de Brasil y México cuya responsabilidad en la política exterior es del Ejecutivo, tendrá Itamaraty más que ejecutar las decisiones de Bolsonaro a un costo extremadamente alto para Brasil, iniciando por un canciller brasileño que aunque de carrera, no oculta su admiración por Trump. Los organismos internacionales, tanto regionales como especializados, verán entre los dos grandes de Latinoamérica, una lucha que si bien pasa por la antítesis de sus posiciones, México resguardando su histórico papel en el multilateralismo tiene mucho que aportar en el cambio climático, el fenómeno de la migración, el respeto a las minorías indígenas y Derechos Humanos de toda generación además del baluarte de defensa en el comercio global, que con sus luces y sombras, es preferible tenerlo, que es la OMC, por cierto dirigida por un brasileño  como funcionario internacional.
En México existe alarma que la nueva relación entre Trump y Bolsonaro descubra nuevas oportunidades, en especial, en la exportación de alimentos brasileños a la Unión Americana. Brasil es gigante en cítricos, café, piña y en muchos cultivos más, pero la lógica real cifrada en logística y lo que los economistas llaman “preferencias y gustos del consumidor” serán fundamentales para que México no pierda escaños como gran abastecedor del mercado estadounidense. Brasil deberá también sopesar que México y Chile como miembros de la Alianza del Pacífico y que con los nubarrones del TLCAN, el gobierno mexicano anterior inició compras históricas de maíz brasileño para diversificar la dependencia con los cerealeros de los estados que votaron por Trump. Argentina, que con certeza de Estado buscará un contrapeso frente al Brasil de Bolsonaro, es otro espacio para compras de granos básicos para México además de madurar alianzas de intereses recíprocos.
México y Brasil tendrán una nueva época, pero el optimismo es escaso para alimentar la relación. Los intereses de Estado estarán en un aparador frágil, entre dos países que los une su riqueza, pero también su mayor afrenta, la desigualdad y déficit  social. Su riqueza energética, Brasil con 45% de la matriz energética renovable del planeta y México también una potencia en ecosistemas, tendrán diferencias en el cambio climático, que el equipo de Bolsonaro lo ha catalogado como “alarmismo climático”. Brasil, ya no es desde hace años el “eterno país del futuro” y México, tampoco es el país “exclusivo” de lo que se imaginó desde la apertura comercial, una ´´América del Norte” que creían en el dogma de integración, eterna. Es difícil ser optimista en la nueva época donde el realismo dicta que “administrar la relación” será el cauce entre Ciudad de México y Brasilia. Si Alfonso Reyes divisó con magistral pluma e inteligencia al país amazónico en su texto “El Brasil es una castaña”,  la nueva designación de embajador mexicano en la moderna Brasilia, será toral para identificar oportunidades y retos. Los 30 millones de votos para AMLO y los 57 millones de sufragios para Bolsonaro, son un apoyo legítimo, sin duda, pero no un cheque en blanco para todos los mexicanos y brasileños.

viernes, 4 de enero de 2019

GEOPOLÍTICA DE LA FRAGMENTACIÓN


Geopolítica de la fragmentación, una sociedad nueva en un mundo viejo
Miguel Angel Barrios y Norberto Emmerich

El año que se inicia preanuncia una economía mundial en desaceleramiento, principalmente por la tensión comercial global más la suba de tasas y la caída del impulso fiscal generado por el recorte de impuestos en Estados Unidos. El desgaste comercial también afecta a China cuya tasa de crecimiento caerá al 6.2%, la más baja de los últimos 28 años, obligándola a sostenerse en el consumo interno y el aumento del déficit fiscal. Con un magro crecimiento del 1.7%, América Latina sentirá el impacto de la crisis.
Sin embargo estos bajos indicadores de crecimiento económico reflejan más las posturas anquilosadas de los decisores políticos que las dinámicas productivas de las sociedades nacionales. La renuncia del secretario de Defensa americano Jim Mattis carga de incertidumbre la postura estadounidense ante sus desafíos globales con Irán, Corea del Norte y su repliegue en Siria. El “shutdown” del gobierno por el desacuerdo sobre la construcción del muro con México es una muestra del bajo grado de responsabilidad alcanzado en la cima de los problemas mundiales. El manejo de la crisis de los “chalecos amarillos” en Francia no merece mejor opinión, ya que reducir el impuesto a las rentas de capital, desaparecer el impuesto a las grandes fortunas y aumentar el impuesto a los combustibles es una forma muy desacertada de implementar la defensa del medio ambiente.
En el otro lado del tablero mundial los avances tecnológicos en manos de una generación de grandes emprendedores, han hecho del conocimiento el nuevo “dinero” global y han cambiado la dinámica evolutiva del tiempo. Mediante el uso de la creatividad más que del dinero, la centralidad en la innovación coloca a ciertos segmentos sociales en una autopista diferente, sin compromisos con el pasado y sin debate público. Las startups que proliferan en los diferentes Sillicon Valley del mundo no esperan regulaciones favorables ni subsidios estatales para implementar programas y lanzar productos al mercado.
Entre el furibundo proteccionismo comercial y político por un lado y la rauda penetración en el futuro por el otro, el Estado nacional se defiende con amenazas de guerra clásica soberana y las sociedades huyen de la incertidumbre y la pobreza generalizada apelando al orden dictatorial en la política y la creatividad innovadora en la economía.
Un progreso que más avanza cuanto más retrocede es la convocatoria a una geopolítica de la fragmentación, donde conviven el alto desarrollo tecnológico con los rasgos más atrasados del orden social.
La caravana migratoria, muy lejos de los anuncios publicistas de “guerra híbrida”, decantó en un tema de seguridad interior mexicana, convirtiendo al país en la oficina trasera de la burocracia migratoria americana. Lo mismo sucede con las amenazas sobre los recursos naturales de la Triple Frontera, más a cargo de los sicarios del PCC y sus franquicias locales que del Comando Sur. En la guerra del litio entre Argentina, Bolivia y Chile no hay agresión externa y la resolución queda al arbitrio de la capacidad comercial de cada país. En la política internacional actual la dilución de la politicidad ya no es una sorpresa y la tercerización de la política exterior estadounidense en manos de sus agentes latinoamericanos se torna más habitual. La política migratoria pro americana ejecutada por México, la entrega "soberana" del Amazonas a las inversiones mundiales, la gestión criminal de la Triple Frontera por parte del PCC, la gendarmerización de la Patagonia argentina y el lamentable rol del Grupo de Lima son los ejemplos más notorios. En estos tiempos fragmentados Estados Unidos necesita un menor uso de las intervenciones directas, lo que implica un costo menor en el ejercicio de una soberanía mundial desgastada.
Crecen los déficits fiscales y los gastos en armamentos, mientras América Latina debilita sus políticas de integración y demora eternamente la formación de una masa crítica sustentadora de proyectos que fortalezcan la creación de riqueza.
En los cuatro puntos cardinales del mundo todas las miradas se vuelcan hacia el interior, donde crecen la falta de confianza de los consumidores y los ciudadanos hacia sus respectivos gobiernos, incapaces de conducir y conducirse. En un mundo sin rumbo fijo, la fragmentación de las unidades políticas y la pérdida del sentido de pertenencia a una misma comunidad son inevitables.

DESBALANCES, ASIMETRIAS Y ESCALADAS EN EL NUEVO GOBIERNO


2019 desafiante
Juan Pablo Calderón Patiño

Procesos electorales, la crisis de seguridad y conflictos entre actores políticos dibujan un año complejo.

Millones sufragaron por un nuevo partido que aún no se materializa como tal, sino como lo que es, un movimiento variopinto con intereses contrapuestos identificados en sus bancadas legislativas. Morena recibió el voto antisistema ante las ofertas desgastadas y tradicionales del PRI, PAN y PRD. La democracia exige una oposición política real, dura en su crítica, pero con capacidad de construcción en el tejido social e institucional y reconstrucción en su músculo militante. Hoy ni el PAN ni el PRI asoman ambos talantes. El discurso de toma de posesión fue atrevido para que en la propia soberanía del Legislativo se les dijera que seguirán las consultas directas al pueblo, con independencia en su organización, metodología y resultado. Ahondar esa asimetría no contribuye a la normalidad democrática.
En el 2019 se elegirá al gobernador de Baja California y Puebla, las alcaldías en Aguascalientes y Durango, además de congresos locales en Quintana Roo y Tamaulipas. El primer estado en la alternancia política en 1989 avizora tejer una nueva alternancia. El senador con licencia y hoy flamante delegado especial del gobierno federal en la entidad fronteriza, Jaime Bonilla, puede ser candidato oficialista. Para el PAN, que podría sumar un descalabro histórico al ya rudo espiral de su crisis, es un reto la votación. 
La elección podría ser prueba de que los “superdelegados” o delegados de programas integrales de desarrollo son también hacedores de una nueva estructura clientelar. No es extraño que inicie en la Frontera Norte, espacio donde históricamente la izquierda ha sido marginal y que hoy los cambios fiscales buscan apuntalar a su electorado.
Pese al receso de elecciones federales en el 2019 y aun con recorte, el INE tendrá un presupuesto de casi el doble de los montos que el Presupuesto 2019 le otorga a la SER (más de 8.5 mil millones de pesos).
El desbalance entre una institución para arribar al poder y la Secretaría que se encarga del quehacer internacional del Estado mexicano, es otra asimetría inercial a una dependencia por años rezagada en recursos. No sorprende si en la toma de posesión la palabra “soberanía” sólo fue mencionada una vez. “Corrupción”, “neoliberalismo” y “energía” avasallaron en el primer discurso y en la bitácora de la supuesta derrota del modelo que llegó en 1982 al poder y pese a la crítica presidencial, no asoma una alternativa real.
Dos vertientes pueden redefinir el sexenio en el 2019, una escalada de conflicto entre el sector privado y el gobierno y, dos, la crisis de seguridad que en la militarización de la seguridad pública es una derrota para el mando civil. El empresariado no lo tiene todo y el oficialismo no lo puede todo, ni siquiera en la etapa del desarrollo estabilizador lo pudo. A nadie conviene un conflicto y menos en un contexto global de incertidumbre y de capitales que compiten con otros países emergentes y desarrollados. El drama de la inseguridad será aún mayor si se continúa la batalla con el Poder Judicial. Bajo la forma del decreto presidencial, pretender incentivar “indulgencias” para los que vulneran la legalidad será un pésimo antecedente.
Recuperar la vocación de servicio de la política transita por experiencia e ideas, no sólo en menores salarios. El propio López Obrador ha dicho que es imposible donar su salario porque es de lo que él vive. Sostener “premios de legitimidad” a los que donan sus recursos es pavimentar el camino a una plutocracia donde sólo los que tienen dinero pueden hacer política. Eso sería desvenar el principio de inclusión de la democracia. Los desafíos para el gobierno y la oposición avizoran retos que la propia historia se encargará de decir si fueron transformación o la maroma de girar para volver a caer en el mismo lugar.