La gira
de Obama por Asia a comienzos de diciembre marcó un momento decisivo en geopolítica. En
cada frente (diplomático, económico y estratégico) el presidente estadounidense
dio curso a la confrontación con China ya que trató de reafirmar el dominio
estadounidense en la región del planeta que crece más rápidamente.
En la
Cumbre de Cooperación Económica Asía Pacífico, Obama lanzó la Asociación Trans Pacífico,
un pacto que tiene la función de garantizar que el comercio regional se lleva a
cabo en los términos de Washington. En Canberra anunció el asentamiento de
marines estadounidenses en el norte de Australia, junto con un mayor uso de las
bases navales y aéreas australianas (la primera expansión militar
estadounidense en Asia desde el final de la Guerra de Vietnam). A pesar de la
oposición de China, en la Cumbre del Sudeste de Asia en Bali Obama consiguió el
apoyo de los países del sudeste de Asia para forzar una discusión sobre el Mar
del Sur de China, unas aguas territoriales discutidas que son de vital interés
estratégico y económico para China.
En su
discurso ante el parlamento australiano Obama hizo explícito el giro de su
política exterior en relación a Asia. Explicó que tras una década de luchar
guerras en Iraq y Afganistán “Estados Unidos estamos volviendo nuestra atención
al vasto potencial de la región Asia-Pácifico”. Obama anunció que había tomado
una decisión deliberada y estratégica: “como nación del Pacífico, Estados
Unidos desempeñará un papel más amplio y más a largo plazo en dar forma a esta
región y a su futuro”.
El giro
hacia Asia no es una decisión reciente de Obama sino que proviene de los
profundos cambios en la economía global que se reflejaron en la profunda
insatisfacción de las clases dirigentes estadounidenses con la orientación
estratégica del gobierno de George W. Bush. Bajo la capa de una “guerra contra
el terrorismo”, Bush había sumido a Estados Unidos en dos guerras desastrosas
que minaron al ejército estadounidense, debilitaron a la diplomacia
estadounidense y generado una inmensa oposición interna.
El apoyo
de ambos partidos a las guerras reflejaba un amplio apoyo en Washington a la
estrategia subyacente (garantizar la hegemonía estadounidense en Oriente
Próximo y Asia Central sobre las mayores reservas de energía del mundo para
poder chantajear a los rivales asiáticos y europeos de Washington). Sin
embargo, lo que se había vendido como victorias fáciles se convirtieron en pesadillas.
Aumentaron las críticas, especialmente por la incapacidad de Bush para contener
la cada vez mayor influencia de China en Asia.
La
expansión económica de China en la última década estuvo vinculada a una
reestructuración fundamental del proceso de manufacturación tras la crisis
financiera asiática de 1997-98. Las economías del este y sudeste de Asia se
integraron cada vez más en cadenas de producción y distribución centradas en la
producción en China. Entre 2000 y 2010 el comercio anual chino con la
Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN, por sus siglas en inglés)
saltó de 39.400 millones de dólares a 292.800 millones. Estos procesos
económicos encontraron su reflejo en acuerdos de libre comercio regionales y en
la influencia cada vez mayor de China en foros como ASEAN, ASEAN+3 y la Cumbre
del Este de Asia, reuniones a las que Estados Unidos o bien no pertenece o bien
no asistió.
La
llegada de Obama a la presidencia fue respaldada por poderosas secciones de la
clase dirigente estadounidense que tenían relación con la política exterior
como un medio de sacar a Estados Unidos de Iraq y Afganistán y de preparar una
campaña agresiva en la económicamente dinámica región Asia-Pacífico. En medio
de la crisis financiera global de 2008-09, incialmente Obama tuvo que aplacar a
China—con altos cargos estadounidenses viajando a Beijing para urgir al
“banquero de Estados Unidos” a comprar más bonos estadounidenses.
Sin
embargo esta fase pasó rápidamente. El gobierno Obama firmó el Tratado de
Amistad y Cooperación ASEAN—algo que Bush se negó a aceptar—y logró ser
admitido en los foros basados en la ASEAN. En julio de 2009 la secretaria de
Estado estadounidense Hillary Clinton declaró en la cumbre de la ASEAN que
Estados Unidos había “vuelto al Sudeste de Asia”. En una reunión de la ASEAN
celebrada el año pasado Clinton afirmó que Estados Unidos tenía “intereses
nacionales” en las disputas regionales en el Mar del Sur de China, lo que llevó
al ministro de Exteriores chino Yang Jiechi a declarar que las afirmaciones de
Clinton eran “prácticamente un ataque a China”. Los esfuerzos diplomáticos
estadounidenses se han dirigido no solo a establecer aliados sino a sacar a
países como Birmania de la esfera de influencia de China.
Al igual
que en Oriente Próximo, el abrumador foco de atención del gobierno Obama en
Asia se ha centrado en fortalecer la postura militar estadounidense. En los dos
últimos años ha ido aumentando las relaciones estratégicas y militares en la
región, particularmente con Japón, India y Australia. Estados Unidos ha
suministrado barcos de guerra a Filipinas, celebrado unos ejercicios conjuntos
sin precedentes con Vietnam, anunciado una vasta nueva venta de armas a Taiwan
y eliminado la prohibición de colaboración estadounidense con las mal reputadas
fuerzas especiales Kopassus. El año pasado el gobierno Obama apoyó a Japón en
su tenso pulso con China en relación a la detención de un capitán de barco de
pesca chino en aguas en disputa y declaró provocativamente que Estados Unidos
estaba obligado bajo tratado a apoyar a japón en cualquier conflicto.
La
estrategia del Pentágono sigue centrada en controlar los suministros de
energía. Sin embargo, en vez de tratar de situar a Oriente Próximo bajo su
completo dominio político, Estados Unidos está confiando en su fuerza militar
para dominar las vitales rutas de transporte marítimo de energía y materias
primas de China desde Oriente Próximo y África a través de cuellos de botella
clave (sobre todo el Estrecho de Malaca) hacia el Mar del Sur de China. Estos
planes recuerdan la manera como Estados Unidos explotó su potencia naval para
imponer un bloqueo a Japón en 1941, lo que desencadenó una cadena de
acontecimientos que llevaron a la Guerra del Pacífico.
Dos
significativas bajas políticas ponen de relieve la intensidad de la campaña
estadounidense en Asia. A pesar de todo lo que Obama habla de “democracia”, su
gobierno no ha admitido oposición alguna, ni siquiera de sus aliados mas
estrechos. La Casa Blanca tuvo que ver con la dimisión del primer ministro japonés
Yukio Hatoyama en junio de 2010 y un mes después con el golpe del Partido
Laborista que echó al primer ministro australiano Kevin Rudd. El “crimen” de
Hatoyama fue oponerse a que se mantuviera la base estadounidense clave de
Okinawa. El de Rudd fue ofrecer facilitar una mejora de relaciones entre China
y Estados Unidos. Ambos fueron reemplazados por figuras incondicionalmente pro
estadounidenses.
La fuerza
impulsora de esta peligrosa confrontación es la relativa decadencia económica
del imperialismo estadounidense y el auge de China. Estados Unidos esgrime
temerariamente su potencia militar para compensar su debilidad económica
mientras trata de mantener su dominio global. A pesar de sus asombrosos índices
de su crecimiento económico China se encuentra sacudida por contradicciones
económicas y sociales, por encima de todo, el explosivo desarrollo de la clase
trabajadora china. Beijing ya no puede permitirse hacer concesiones a
Washington, no más de lo que Estados Unidos puede permitirse ceder una esfera
de influencia asiática a China. El empeoramiento de la crisis económica global
ha magnificado estas tensiones ya que cada potencia trata de reforzar su
postura a expensas del otro.
Algunos
astutos comentaristas burgueses ya han tratado de trazar paralelismos
históricos. En un artículo publicado el pasado viernes [18 de noviembre] el
editor del Financial Times Lionel Barber explicaba: “A lo largo de los tiempos
la fuente del conflicto ha sido la incapacidad de acomodar a los poderes
emergentes o, más bien, la incapacidad de los poderes emergentes para
acomodarse al sistema estatal existente”. Tras señalar las guerras mundiales
desencadenadas por el auge de Alemania y Japón, advertía de los “peligros de un
error de cálculo mutuo” por parte de Estados Unidos y de China. Barber pedía un
Klemens von Metternich modero para ajustar las relaciones entre las potencias
del Pacífico, como hizo el príncipe austriaco en Europa tras las guerras
napoleónicas.
Sin
embargo, el siglo XIX fue un periodo histórico diferente. La época del
imperialismo que irrumpió en agosto de 1914 ha estado marcada por dos guerras
mundiales y ahora por la amenaza de una catástrofe aún más devastadora. La
única manera de evitar la guerra es abolir sus causas originarias: el sistema
de beneficio y la división del mundo entre Estados nación capitalistas rivales.
El Comité Internacional de la Cuarta Internacional es la única fuerza política
que busca unir, educar y movilizar a la clase trabajadora internacional para
esta tarea histórica.
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