Juan Pablo Calderón Patiño
Hace más de una centuria cuando los franceses decidieron que Panamá representaba la mejor opción para el paso entre el Atlántico y el Pacífico, la faena más dura fue empezar a trazar la línea de navegación. Sin las grandes máquinas de ahora, la mano del hombre empezó la primera edificación. Los pantanos, el criminal calor húmedo, el enjambre de bichos tropicales, eran la muerte.
Preocupados los franceses supieron de una escuadrilla de trabajadores salvadoreños que no le tenían miedo al trabajo. Ellos fueron los primeros héroes de ese canal transoceánico. Su muestra de valentía, resistencia y lucha corre en el mismo paralelo de su historia como Estado en el Istmo centroamericano, una república del ramillete de repúblicas de la escisión de mal llamado Imperio mexicano que después tomó decisión libertaria como país independiente. Hoy los salvadoreños salen a votar esperando no recurrir a la segunda vuelta programada el 10 de marzo.
El “Pulgarcito de América” como le llamaba Gabriela Mistral, el país más densamente poblado por kilómetro cuadrado en el Hemisferio, acude a una elección que no ha podido dejar de arrastrar la herencia del siglo XX que le costó una de las mayores y sangrientas guerras civiles de América Latina, además del recurrente intervencionismo de Washington.
Con todo, la paz firmada en enero de 1992 en el Alcázar de Chapultepec en Ciudad de México, fue un hito y una victoria combinada de la diplomacia regional y del Sistema de Naciones Unidas. En el prólogo de la paz y transformados en partidos políticos, la Alianza Republicana Nacionalista (creada por el fundador de los tristes escuadrones de la muerte y con dos ex presidentes en proceso penal, uno en prisión y otro fallecido) y el antiguo combatiente, Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN, con su primer presidente asilado en Nicaragua y con orden de detención por la Fiscalía de El Salvador), la alternancia en la Presidencia ha sido una constante y en su último tramo uno de los combatientes insurgentes, es Presidente de la República.
Ahora, la violencia se ha transformado en un cocktail de sumo peligroso; pobreza, migración, corrupción y hartazgo de una población que de sus seis millones de habitantes, tienen casi una tercera parte viviendo en Estados Unidos, lo que permite a El Salvador que aterricen más de cinco mil millones de dólares en remesas año por año, superior a sus divisas por café (su variedad arábiga llamada “Pacamara” es de una altísima calidad y dicen es el grano que consumen en el Palacio de Buckingham) o algodón.
La resistencia del cambio de los partidos tradicionales más la ceguera ideológica del FMLN, tiene en la antesala del poder a uno de los que fue “suyo” y que con sus siglas fue Alcalde de San Salvador. Nayib Bukele, de 37 años y que retoma la corriente “anti sistema político” que recorre desde Brasilia a Londres y desde Washington a Ankara.
No será tarea fácil porque en juego está más que la relación con la Venezuela en crisis, lo que está en el debate son los mecanismos de integración regional centroamericana cuando ninguno de sus países por sí solos puede tejer el desarrollo que merecen sus habitantes.
Que tome en cuenta eso México que debe comprender el papel histórico que no transita sólo con la “administración de la diplomacia” sino con un quehacer diplomático a la altura de los retos. De nueva cuenta, los salvadoreños evocan a esa cuadrilla de trabajadores que iniciaron la primer apertura del Canal panameño con más que agallas.
Ante el presumible fin de otro sistema de partidos agotado, estoy seguro que el poeta guerrillero Roque Dalton (ultimado en el error más grande y salvaje de sus compañeros guerrilleros), regalaría otras líneas en su obra “Las historias prohibidas de Pulgarcito” que enseña que por más que la paz se haya firmado, la liberación nacional es tarea colectiva y épica cotidiana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario