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En 2013, la provincia de Córdoba cosechó un récord lamentable. Los 152 homicidios registrados durante los 12 meses constituyeron
Al analizar cómo se mata en Córdoba, se advierte que los ajustes de cuentas y las peleas, aquellos episodios englobados en lo que se conoce como violencia urbana, fueron la principal causa de asesinatos. En un gran porcentaje de estos casos, el narcotráfico aparece, oculto, como un motor condicionante de una agresividad cada vez más notoria en los barrios cordobeses.
Morena, la niña de 4 años que fue asesinada en marzo del año pasado en su casa de barrio Müller, en el sudeste de la ciudad de Córdoba, o el crimen de Facundo Novillo, el pequeño de 7 años que seis años antes había sido alcanzado por un proyectil disparado desde un FAL cuando pasaba en auto, de casualidad, justo en medio de un narcorrobo, en barrio Colonia Lola, del mismo sector de la Capital, permiten a través de la cara más extrema, rastrear cómo el fenómeno del narcotráfico llegó a Córdoba para quedarse.
Las “parasociedades” que se han ido conformando alrededor de la economía del narcotráfico, más que un síntoma, son una muestra de una realidad cada vez más estructural.
Chicos utilizados para delivery , adolescentes reclutados en ejércitos precarios que les dan un lugar simbólico de pertenencia y delincuentes dispuestos a todo con tal de continuar escalando lugares en este gran juego de ajedrez, de estrategias, conjuras y traiciones, desplegado en los barrios de Córdoba.
En medio de todo, lo que pocas veces aparece en la crónica narco: las complicidades, la trama oculta que permite que este fenomenal negocio continúe avanzando casi de manera impune por el territorio cordobés.
¿Cuáles son las respuestas de la Justicia y la Policía? ¿Y el resto de los encargados de hacer frente al problema? Porque si se cree que el narcotráfico se trata de un asunto policial, el desafío está perdido desde antes de comenzar.
De la novedad a la costumbre
Los policías no podían creer lo que tenían ante sus ojos. En el celular, aparecían entre los contactos: “cobani 1”, “cobani 2”, “cobani 3”... y la lista seguía hasta el 12. Querían tener la certeza de que todo era una patraña. (En la jerga delictiva, “cobani” significa policía).
Los uniformados, que pertenecían al Distrito 5 de la ciudad de Córdoba, habían cruzado la avenida Juan B. Justo (con lo que también habían cambiado de distrito), para perseguir a un sospechoso.
Cuando lo capturaron, se dieron con la sorpresa de que el sujeto era un dealer que llevaba “ravioles” de cocaína encima.
–Vamos, vamos, subí al patrullero –le ordenaron.
–Vamos, vamos, subí al patrullero –le ordenaron.
–¿Pero qué les pasa a ustedes? ¿Qué creen que hacen? –les respondió el dealer.
–¡Dale, déjate de joder, cállate y subí de una vez!
–¿Me están hablando en serio? –volvió a cuestionar el capturado–. ¿Para qué se creen que les pagamos 300 pesos por semana a las patrullas? Para que nos dejen laburar en paz, papá. ¿Qué? ¿No me creen? Tomen el celular, fíjense bien...
Durante los albores de la década del ’90, en el gobierno de Eduardo Angeloz, la cocaína sólo se conseguía en sectores acomodados, en boliches de la zona del Chateau Carreras –en la ciudad de Córdoba– y en fiestas donde concurrían los jóvenes de clase alta, o en algunos sectores del valle de Punilla, con el epicentro histórico de la ciudad de Villa Carlos Paz, donde las mafias hicieron nido hace décadas. Algo de esta cloaca recién se destapó con el crimen del adolescente Ian Durán, en 2002, asesinado en la villa serrana por saber algo que no debía conocer.
Empezaba a tornarse masivo el huevo anidado en los ’90. En esa década, la fiesta menemista corrompía todo y los esfuerzos para combatir al narcotráfico se redujeron a caricaturas de mal gusto.
Argentina se consolidó como una zona libre para que toneladas de cocaína (provenientes de Colombia, Perú y Bolivia) se embarcaran sin ninguna dificultad hacia Europa.
Córdoba no escapó a este contexto. Es asombrosa la facilidad con la que la cocaína y el resto de las drogas transitan por la provincia.
En los últimos años, en un período coincidente entre el final del menemismo y la crisis de 2001, la venta al menudeo de cocaína, marihuana y pastillas de ansiolíticos se expandió de manera significativa en la provincia de Córdoba, en especial en la Capital.
Aunque la droga ya estaba asentada en distintas ciudades cordobesas, las penurias económicas de la década pasada empujaron a que la problemática “narco” se tornara estructural en buena parte de la provincia.
¿Cómo es esto? Hoy, en la ciudad de Córdoba y en las cabeceras de los principales departamentos, nadie se sorprende por la presencia de la droga. Rudimentarios “quioscos” que trabajan en horarios insólitos y aunque todos los vecinos saben que allí se venden estupefacientes siguen abiertos sin ser molestados por la Policía ni la Justicia. Lo mismo sucede con “cocinas” precarias en las que se fabrican más de 10 kilos semanales de cocaína que viajan en autos de un barrio a otro, o de una ciudad a otra, pasando por las narices de la Policía Caminera, atenta a los focos quemados de los automóviles pero sin la capacidad para “olfatear” a un narcotraficante. Tareas de inteligencia atrasadas, que siempre van detrás de la dinámica de los traficantes y cárceles saturadas sólo con los últimos eslabones de este fenomenal negocio, de pobres infelices que vendían droga por la ventana de sus casas.
Hace años que ninguna investigación seria y eficiente permite desbaratar una organización completa de narcotraficantes. Es imposible pensar que en sólo cuatro personas se termina una estructura “narco”. Fabricar 10 kilos de clorhidrato de cocaína requiere una estructura más vasta: el que la vende en Bolivia, la “mula” que lleva el dinero y trae la pasta base a Córdoba, el que recibe la droga, el “cocinero” que la mezcla con los químicos que otra persona le provee y que a su vez la compra en laboratorios químicos inescrupulosos. En este repaso contabilizamos seis personas y aún falta nombrar el que distribuye la cocaína ya elaborada en un sinfín de “quioscos” y proveedores (dealers) que son los que terminan transando con los clientes.
“Si nos dedicamos a perseguir a las bandas completas, no tendríamos lugar en las cárceles para tantos detenidos, por eso, en la Justicia federal muchos utilizan el axioma que manda a detener sólo a aquel que tiene la droga encima”, se sinceró hace un tiempo en off the record un hombre que tiene décadas trabajando en el edificio de los Tribunales Federales de Córdoba.
Esta premisa encubre una falacia. ¿De qué sirve cerrar un quiosco de venta de gramos de cocaína, porros o pastillas si la cadena que los provee continuará intacta?
El periodista colombiano Álvaro Sierra, un especialista latinoamericano en el tema, ubicó en 2010 a la Argentina y Brasil como potenciales polos de los narcos para los próximos años. Sierra destacó distintos factores que hacen de esta tierra un blanco apetecible para traficar estupefacientes. Argentina se encuentra cerca de los países donde se cultiva y elabora la pasta base de cocaína y marihuana; tiene una industria química muy desarrollada y sin control; sus fronteras, los controles aduaneros y los puertos marítimos y aéreos son vulnerables; y las periódicas crisis económicas, con su correlato de desempleo y deserción temprana de la educación formal deja un ejército de mano de obra barata –y desesperada– a disposición de los narcotraficantes.
Tampoco se ha seguido de manera continua la ruta del dinero sucio de este negocio ilegal, lo que alimenta las sospechas, por ejemplo, con los vínculos políticos y la financiación de las campañas, sin que se especifique con claridad de dónde salen los fondos con los que las realizan. En todo el país, desde la década del ’80 hasta fines de 2013, sólo hubo cinco condenas por lavado de dinero proveniente del crimen organizado (narcotráfico y trata de personas).
¿Por qué alguien vende droga? ¿Por qué otra persona decide explotar sexualmente a una mujer? Por el dinero. Si no se toca el corazón de la actividad, el engranaje continuará activo.
¿Cuánto dinero líquido produce el narcotráfico en Córdoba? El periodista rosarino Carlos del Frade realizó un cálculo poderoso: “Rosario y Córdoba son urbes en las que hay una enorme cantidad de armas; hoy, para un chico en su barrio es más fácil conseguir un revólver que encontrar trabajo. Sólo se secuestra el 10 por ciento de la droga que pasa por un territorio. En Rosario en 2012 se incautaron 400 kilos de cocaína. La más buscada hoy es la ‘alita de mosca’, de gran pureza y que cuesta 150 pesos el gramo. Podemos presumir que en Rosario se volcaron dos mil millones de pesos ese año. En Córdoba, la cifra de dinero que se lava debe ser similar, porque se trata de volúmenes parecidos”.
Marzo 2013. “Si no querés prestar agua o luz, te cagan a tiros”. “Las compras hay que hacerlas de día, a la noche no podés salir sola”. “Si te vas a algún lado, le tenés que pedir a un vecino que se quede en tu casa”. “Desde hace unos meses ya no se puede vivir más. A la noche están en las esquinas, drogados y a los tiros”. “Te roban la moto y después te piden plata para devolverla”. “Los balazos empiezan a las 2 de la madrugada, aunque de día también se dan”. “Dormís con un ojo abierto, sentís un ruidito y te levantás para ver si te están robando”.
¿Cómo es sobrevivir en medio de tanta violencia urbana? ¿Qué pasó para que hoy en diferentes barrios de la ciudad de Córdoba los vecinos relaten historias que hasta hace unos años sólo se conocían a través de las noticias que llegaban de las grandes urbes latinoamericanas? ¿De dónde salen tantas armas, tanta droga? ¿Quiénes son los que más sufren la inseguridad?
El problema de la droga en Córdoba no se reduce a los recursos de la Policía. En el crecimiento de la oferta influyen otros factores. En los últimos años, Argentina dejó de ser un país de consumo y tránsito de drogas para convertirse también en productor de estupefacientes.
Un estudio del Transnational Institute, en 2008, en el que se indaga sobre la explosión del paco en Buenos Aires y Montevideo, ya lo advertía con claridad: “Mientras antes el clorhidrato de cocaína, procedente principalmente de Bolivia, entraba a Argentina por la frontera noroeste para llegar a los puertos del Atlántico, donde era embarcado para su exportación, actualmente lo que ingresa por la frontera es la cocaína básica que luego es procesada en laboratorios clandestinos ubicados en el país y convertida en cocaína”.
Un punto clave en este cambio es la restricción de la exportación de precursores químicos a países productores de la materia prima de la droga, como Bolivia, Perú o Colombia, lo que disparó las instalaciones de cocinas de cocaína en urbes nacionales. Esta restricción se produjo a raíz de acuerdos internacionales para luchar contra el narcotráfico, celebrados en 1988.
Hernán Blanco, que en 2008 integraba la Subsecretaría Técnica de Planeamiento y Control del Narcotráfico de la Secretaría de Programación para la Prevención de la Drogadicción y la Lucha contra el Narcotráfico (Sedronar), advirtió que como contrapartida del éxito en la prevención del contrabando de precursores hacia países limítrofes, aumentó la producción local de cocaína.
“Esta tendencia –explicó– está marcada por la instalación de un número creciente de laboratorios clandestinos en Argentina. Los productos químicos necesarios para la fabricación de esas drogas son aquí más económicos y más fáciles de obtención”.
El calor intenso del jueves 19 de noviembre de 2009 ponía en jaque el temple de los gendarmes. Camuflados, esperaban desde hacía días al camión Ford F 350 chapa XEL698 que llevaba un circuito zigzagueante.
La investigación había comenzado mucho antes. Se trataba de la pista del “clan Ferreyra”, una de las familias salteñas sindicadas de manejar el tráfico de cocaína y pasta base desde Santa Cruz de la Sierra (Bolivia) hacia la Argentina.
Línea de la pesquisa que tenía a un cordobés de Capilla del Monte como un engranaje clave: el transportista. Se trataba de Alejandro Víctor Sarmiento, con otras investigaciones por narcotráfico sobre sus espaldas (en 2003 fue condenado por la Justicia federal cordobesa).
El vuelo rasante de la avioneta clandestina, acostumbrada a despegar de noche, ya había pasado sobre una estancia ubicada en las afuera de Taco Pozo, Chaco, en un paraje desolado y de acceso enmarañado.
El lugar no había sido elegido al azar: su principal vía de comunicación es la ruta nacional 16, que se bifurca hacia el noroeste hasta la provincia de Salta, y al sudeste en dirección a Monte Quemado (Santiago del Estero) y Resistencia. Un punto clave para salir rápido de allí, con diferentes vías de escape.
Los bultos cayeron en segundos. Casi el mismo tiempo que tardaron, en tierra, en levantarlos y meterlos en un vehículo. De allí, fueron guardados en el prolijo doble fondo del camión Ford F350.
¿Por qué Sarmiento? Según señaló el fiscal de Cámara del Tribunal Oral Federal de Salta 1, Ricardo Toranzos, la banda buscó a un camionero que pasara inadvertido. A uno que no fuera a la frontera, para no levantar sospechas, ya que por lo general los controles se detienen en aquellos rodados que tienen vínculos usuales con el norte del país. El camión, además, estaba acondicionado para el transporte de ganado: comprar caballos en Santiago del Estero aparecía como una buena coartada.
Hoy, en muchos sectores de la ciudad de Córdoba, vivir no significa lo mismo que en otros barrios. La vida, el día a día, es sinónimo, entre otros puntos, de balazos, enfrentamientos, drogas, cocinas, “teros”. Una violencia institucionalizada, en el sentido de acostumbramiento, aunque no por ello, que deja de doler.
Una sociedad dentro de otra más grande que, en muchos casos, ignora lo que allí pasa.
¿Es el narcotráfico el motor violento? ¿La corrupción de sus cómplices estructurales? ¿O la falta de expectativas? Tal vez todo junto.
Aquel acto en Campo de Mayo, Buenos Aires, se celebraba en un clima de fiesta. Se trataba de la presentación de los nuevos radares Rasit que iban a ser incorporados para combatir los “narcovuelos”.
En realidad, según cuentan personas que participaron de aquella reunión, los aparatos para seguimiento terrestre ya habían sido utilizados en 1982, en la Guerra de Malvinas. Luego, los dejaron olvidados y recién muchos años después se acordaron de desempolvarlos. Con un software especial, los reinventaron para combatir, también, la actividad aérea ilegal. Pero, pronto, los rostros sonrientes de aquella mañana pasaron a preocuparse.
“Cuando presentaron estos radares en Campo de Mayo, no detectaban un helicóptero que volaba a 500 metros. Fue un papelón e intentaron salvarlo diciendo que se trataba de una falla de la persona que operaba el radar”, recuerda ahora un asistente a aquel acto.
Corría 2011 y faltaban pocos días para que se anunciara la puesta en marcha del operativo Escudo Norte, diseñado para contrarrestar los narcovuelos en el norte del país. A más de dos años de vigencia, sus resultados son pobres, ya que los aviones continúan descargando cocaína y marihuana en territorio argentino.
Son varios los que sospechan que, detrás de Escudo Norte, más que combatir a los narcos lo que se pretende es desarrollar una operación encubierta de inteligencia interior.
“Por ejemplo, podrían poner a un grupo del Ejército en el Centro de Córdoba. Ellos dicen que están siguiendo una supuesta operación narco y nadie les puede preguntar mucho más, porque no tienen la obligación de revelar el contenido de la pesquisa. Y, en realidad, capaz que allí estén haciendo seguimientos a políticos, a organizaciones sociales, a cualquier persona”.
Esta presunción cobró fuerza a mediados de 2013 cuando se anunció el ascenso a jefe del Ejército del general César Milani, lo que representó –según piensan de manera coincidente algunas de las fuentes consultadas– que desde la Nación pretendían potenciar los servicios de inteligencia de esta fuerza (que no tiene competencia legal para hacer este tipo de tareas en el interior del país) en desmedro de la Secretaría de Inteligencia (ex Secretaría de Inteligencia del Estado, Side), envuelta en una guerra intestina que nadie se aventuraba a aseverar cómo iba a terminar.
Viernes 6 de agosto de 2010, 1.20 de la madrugada. En un domicilio de la primera sección de barrio José Ignacio Díaz, en Córdoba, el caos es el denominador común. Son pocos minutos de puro vértigo. Cuatro muchachos encapuchados se meten en la casa y exhibiendo revólveres apuntan hacia los tres hombres de 40 a 55 años allí reunidos. Los gritos apurados retumban en el ambiente.
De pronto, mientras un par de los muchachos se abalanza sobre los objetos que había en una mesa, se escuchan uno, dos, tres y hasta más detonaciones. Los encapuchados, desesperados, sin un rumbo fijo, ganan la calle y pronto se dividen. En la casa, en tanto, dos de los hombres descubren balazos en sus brazos, mientras que al otro le sangra una herida en la cabeza, producto de un fuerte culatazo.
A las pocas cuadras, las sirenas de las patrullas se cierran sobre un muchacho que no puede correr más. Ya no lleva pasamontañas, pero tiene los bolsillos llenos de bolsitas de nailon y pastillas. Cocaína y ansiolíticos, un combo que lo tiene prisionero desde hace muchos años. En un descuido de los uniformados que le apuntan, él busca un blister y se llena la boca de unas cápsulas anaranjadas. “¡Pará, pibe! ¿Qué haces? Te vas a matar”, trata de contenerlo uno de los policías.
¿De dónde sacó la droga? ¿Eso fue lo que robó de la casa donde hubo tiros? “Hay indicios que nos permiten pensar en esa dirección, pero cuando llegamos a la casa no había nada raro”, se sinceró una alta fuente policial.
A esa hora, la madre del joven, que ya está camino a un calabozo helado, no puede dormir. Da vueltas sobre la cama y vuelve una y otra vez al reloj. “¿Dónde está?”, se retuerce. Esa noche habían discutido. En realidad, casi todos los días reñían. Es que él desde hace años es otra persona. La dependencia a las drogas no lo deja pensar por sí mismo.
El autor
Juan Federico trabaja en el diario La Voz del Interior desde 2005. Ha indagado sobre narcotráfico y violencia urbana. Colaboró con distintas revistas de la provincia y actualmente lo hace con La Luciérnaga. Ha recibido premios periodísticos provinciales y nacionales.
Crónicas urgentes
“Drogas, cocinas y fierros. El narcotráfico en Córdoba”, de Juan Federico, se publicará el domingo que viene y será la segunda entrega de la serie “Crónicas urgentes”, que comienza hoy con “Yo, Carmona”, de Gonio Ferrari.
El domingo 26 aparece “Turistas espirituales”, de Sergio Carreras, sobre la actividad de las sectas en la provincia. En tanto, el domingo 2 de febrero se presenta “Pueblos alterados”, de Claudio Gleser, sobre los más resonantes casos policiales ocurridos en el interior de la provincia.
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