El legado de Correa y la estrategia geopolítica de los Estados Unidos
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Miguel Angel Barrios - Norberto Emmerich
Miguel Angel Barrios - Norberto Emmerich
Estas líneas vienen
cargadas con el peso de las circunstancias. No hay nada más verdadero que las
palabras que fluyen en medio de la política urgente; con frases más o menos
bien hilvanadas estamos construyendo verdad histórica, o sea verdad política.
Las ciencias
sociales, tan almidonadas como gustan estar de la neutralidad académica, no son
incompatibles con la construcción intersubjetiva de la verdad, siempre parcial
y no definitiva. No estamos tentados por la deshonestidad de la neutralidad, el
mentiroso manto protector de toda ideología. No existe independencia o soberanía,
entendida como una posible y probable capacidad de autonomía en un sistema-mundo
asimétrico, desigual, jerárquico e interdependiente, más que dentro de los
marcos geopolíticos de la Patria Grande.
La integración
sirve siempre y cuando sume, al decir de Aldo Ferrer, densidad nacional. Y qué
mejor citar a Juan Domingo Perón, al generar una política del continentalismo
que conduzca a la unidad de América del sur como primer paso.
Los movimientos,
partidos o gobiernos que se llaman "progresistas" o “socialismos del siglo
XXI” remiten a movimientos nacionales y populares que son una actualización residual
de los clásicos grandes movimientos o partidos de las décadas del 40 o 50 del
siglo XX.
Estos movimientos y
partidos nacionales populares nacidos en el post Consenso de Washington se
aglutinaron alrededor de un caudillo, plantearon programas de inclusión social
luego de la década neoliberal de los 90, buscaron la industrialización (y quedaron a mitad de camino, cerca de una
reprimarización de la economía), levantaron las banderas de la movilización
social y de la democracia participativa y avanzaron en procesos de integración
ensambĺando el Mercosur, la Unasur y la Celac.
No parece que haya
un triunfo de las derechas simplemente porque se constata un retroceso de las
izquierdas. Esta repetición de un axioma vulgar y dogmático de ciertos
intelectuales y políticos europeos sigue sin entender la cuestión de fondo, la
cuestión nacional latinoamericana irresuelta o inconclusa. Aquellos que tanto
gustan hacer de la política un ejercicio matemático de sumas y restas
electorales creen que han llegado para quedarse, cuando aún falta resolver si
realmente llegaron.
Las izquierdas,
entre ellas Correa, levantaron ciertos grados de culto a la personalidad, faltó
una planificación sistemática de políticas integrales (al contrario de los movimientos
nacionales populares clásicos, verdaderos Estados planificadores como el
peronismo clásico o Vargas en Brasil), faltó la articulación de una política
educativa y cultural de fondo que genere una ciudadanía común (sigue sin haber reconocimiento de títulos) y faltó
resolver en plenitud una geopolítica de infraestructuras. Hubo una sobredosis
de discurso más que de acciones estratégicas (el Banco del Sur nunca se concretó) que
significó una sumatoria encadenada de debilidades. La muerte de Hugo Chávez, el
gran propulsor de esta etapa, profundizó la debilidad. La corrupción extendida
dinamitó las mayorías electorales, justo cuando Estados Unidos logra imponer la
transparencia como mecanismo de alineamiento sumiso. Como si la política
fuera una tarea de ángeles y no de decisores.
Tras la derrota del
ALCA en Mar del Plata, Estados Unidos repensó la estrategia. Construyó la
Alianza del Pacífico, resucitó los acuerdos bilaterales y logró que por primera
vez en la historia la derecha llegara al poder por vía electoral. El impensado Mauricio
Macri, más por errores del peronismo que por atributos propios, es presidente
en Argentina. En Brasil asume Temer montado sobre un golpe de Estado y América
Latina retrocede casi sin librar batalla. Ellos no tuvieron muchos aciertos,
nosotros cometimos muchos errores.
En Ecuador, el
largo legado de Correa es claramente significativo. Un poco más allá, en
América Latina, su país y su pueblo obtuvieron autoestima, inclusión social,
una reforma educativa, una política de seguridad ciudadana y una apuesta a la
integración.
Ecuador era un país
institucionalmente decrépito, el presidente cambiaba constantemente y hasta
perdió la soberanía monetaria. No había autoridad que pudiera recuperar la
identidad ecuatoriana del país ubicado en la mitad del mundo. Por todo el
cambio logrado el balance de la historia reservará para Rafael Correa un lugar preponderante.
Pero todo cambio
produce al mismo tiempo resistencia e inercia. En ese balance inestable entre
avance y permanencia, los cuerpos tienden a estancarse. Aunque el fin de la
historia fue una hipótesis llamativa en su momento, sólo figuró en la cabeza de
Fukuyama. Los latinoamericanos creímos en la calidad de esa mercadería barata,
pero lo cierto es que la historia nunca se detiene, sencillamente no puede.
Lo que sucede en
Ecuador tiene un origen lejano en las pretensiones hegemónicas de Estados
Unidos. Comprender el itinerario geopolítico de la República Imperial, tal
como la definió Raymond Aron, va más allá de los modos y caprichos
aparentes de Donald Trump. Aunque golpeado y malherido, el león americano sigue
rugiendo.
La política
exterior de Estados Unidos se instrumentó en sucesivas etapas conocidas como
"doctrinas" o "estrategias" de seguridad.
1. George
Washington pronuncia su discurso de despedida en 1792. Allí elabora la doctrina
del aislacionismo, que consistía en comerciar con el mundo tras una primera
etapa de proteccionismo, evitando entrar en disputas con el equilibrio de poder
europeo.
2. La Doctrina
Monroe fue una declaración unilateral que buscaba garantizar una América
hispánica ubicada dentro de su ámbito geopolítico interno, el patio trasero.
Nace como una postura opuesta al pensamiento bolivariano plasmado en el
Congreso de Panamá de 1826, anteriormente expresado en el discurso de Angostura
de 1819.
3. La Doctrina del
"Destino Manifiesto", utilizada por primera vez por el periodista norteamericano
John Sullivan en 1838, afirmaba que Estados Unidos era el pueblo destinado por
la Providencia para regir los destinos de la humanidad. Así Estados Unidos se
convierte en una ideología fundamentalista, una teología de la historia.
4. La Doctrina
Mahan, luego de la unificación territorial bioceánica, para la cual tuvo
importancia la obra geopolítica de Frederik Turner, "La frontera en la
historia americana". Estados Unidos ya deja atrás la conquista del oeste y
los cowboys y se dedica a los marines y los océanos. Es el almirante Alfred
Mahan quién planifica la proyección al mar Caribe y al Océano Pacífico.
5. La Doctrina
Spykman. Nicholas Spykman es el pensador geopolítico de la Segunda Guerra Mundial
con su obra "Estados Unidos frente al mundo", heredera de la
tradición del geopolítico inglés Harlford Mackinder. La cuestión
era controlar, a partir de los bordes o rimlands a Japón e Inglaterra, al pivote de la tierra, Eurasia, y
aniquilar a América Latina.
En esta etapa, Estados
Unidos ya era una potencia hemisférica (desde principios del siglo XX), una
potencia atlántica (con la segunda guerra mundial) y una potencia pacífica (en
la posguerra).
6. La Doctrina de
la Contención fue impulsada por el demócrata Harry Truman, aunque el verdadero ideólogo
fue el diplomático George Kennan. La finalidad era contener a la Unión
Soviética. La OTAN fue la expresión institucional de esta estrategia a nivel
global y la Doctrina de Seguridad Nacional fue el correlato latinoamericano de
combate al comunismo, con dictaduras militares y represión sistemática.
7. La estrategia
globalista de ampliación de mercados fue liderada en los años 90s por el
sonriente Bill Clinton. Consistía en generar zonas de libre comercio como el
Nafta y su ampliación al Alca, que fracasó en Mar del Plata. También buscaba instalar
un sistema de libre mercado en Rusia a través del debilitado Boris Yeltsin.
8. La Estrategia de
Guerra Preventiva o anticipatoria de George W. Bush tras los atentados a las Torres
Gemelas buscaba llevar la lucha contra el terrorismo anticipando cualquier
agresión en cualquier espacio geográfico, una estrategia de guerra permanente
que aún continúa.
Estados Unidos está
inmerso en una profunda crisis, hegemónica y comercial. Su hipótesis de
conflicto es el pivote Asia-Pacífico y la tríada China-Rusia-Irán, aunque sus amenazas
se lanzan sobre su no tan débil vecino mexicano. Sea como fuera, Estados Unidos
busca recuperar una hegemonía definitivamente perdida.
El problema de
Estados Unidos está adentro, aunque busque la solución afuera, comportamiento
típico de las potencias asediadas. Y aunque las derechas locales, desde Macri
hasta Lasso, sueñan con las migajas que caen de la mesa americana, Estados
Unidos no los dejará entrar al banquete. El panorama internacional no auspicia
revoluciones socialistas, pero menos aún promueve alineamientos globalizados.
Si Hillary Clinton perdió las elecciones, el neoliberalismo perdió el piso.
El aislacionismo,
el proteccionismo y la xenofobia buscan resucitar el sueño de levantarse sobre
sus propios pies y caminar sus propios pasos, algo que Estados Unidos en verdad
nunca ha hecho. La mitología fundadora de los Padres Peregrinos y su ascetismo
calvinista a bordo del Mayflower en 1620 tiene las características fabulosas de
todo relato iniciático. Pero la decadencia cultural americana no resiste ni la
supervivencia de sus mitos fundacionales.
Estados Unidos no
puede responder la gran pregunta de Samuel Huntington, ¿Quiénes somos? Ecuador,
gracias a la ardua tarea de reconstrucción significativa de la identidad, sabe
ahora mejor que antes ‘Quiénes Somos’.
América Latina sabe
que es estratégicamente relevante, ha dado algunos pasos institucionalizados
hacia la integración, se ha conservado como la zona de paz más grande del
mundo, conserva aún su renta geopolítica de biodiversidad, alimentos, agua y
energía.
Falta avanzar,
necesita no retroceder. Los que siempre fueron autoritarios, ahora predican
democracia; los que construyeron democracia popular ahora parecen autoritarios.
Unos tienen problemas, pero los otros no tienen soluciones.
Estas son las
reflexiones que nos merecen el legado de Rafael Correa, positivas porque sirven
para seguir reconstruyendo el camino estratégico de la política. Su lucha
ha valido la pena.