AMLO Presidente: Narcotráfico, Guerra, Seguridad y
Guardia Nacional (III)
Arsinoé Orihuela Ochoa
¿México está en guerra? Llama
la atención que muchos connacionales, cuando son interpelados con esta
pregunta, acostumbren responder que “no”. Esto significa admitir que el baño de
sangre en nuestro país, las desapariciones forzadas (cerca de 40 mil) y las
fosas clandestinas (alrededor de mil 300 documentadas) son apenas un conjunto
de indicadores inconexos que configuran un mero problema de inseguridad. Y acaso
allí radica la singularidad de México: se trata de una sociedad que aspira a
resolver sus conflictos internos sin reconocer la raíz de sus conflictos
internos. Lo que es peor aún, no pocos analistas arguyen que en México no hay
guerra, bajo el insulso argumento de que no existen dos bandos reconocibles o
identificables en disputa, y que ni siquiera está claro qué pudieran disputar. Bien.
El problema en nuestro país es tan grave que la impotencia para explicar la
realidad es el eje en torno al cual hilvanamos el diagnóstico de nuestra
realidad. Tras haber expuesto los rasgos distintivos del narcotráfico, y a fin
de anclar hondamente en el análisis que atañe al Plan Nacional de Paz y
Seguridad y la Guardia Nacional del gobierno de Andrés Manuel López Obrador, en
esta tercera entrega perfilo una aproximación sin ambages al tema de la guerra
en México y expongo algunas pautas para abordar esta inexorable realidad
nacional. Para efectos ilustrativos, dispuse desagregar en tres partes el
análisis: uno, la caracterización de la guerra –qué tipo de escenario bélico transita
el país–; dos, los efectos de la guerra –cómo impactó la declaratoria de guerra
en las estructuras del narcotráfico, que es el presunto enemigo–; y tres, los
actores o señores de la guerra –qué bandos guerrean entre sí–. (Glosa marginal:
no puedo dejar de destacar la invaluable aportación del Dr. Norberto Emmerich a
las consideraciones aquí vertidas).
La narcoguerra. En diciembre de 2006, apenas unos días después de la
toma de protesta oficial, el presidente Felipe Calderón Hinojosa decretó
una guerra contra el narcotráfico. Los aspectos electorales, jurídicos e
institucionales de este episodio han sido exhaustivamente examinados por
académicos, comentócratas y periodistas. Y ciertamente, tales variables de
análisis siguen siendo más o menos intrascendentes para la comprensión del acontecimiento.
Lo políticamente relevante de la declaratoria de guerra contra el narcotráfico
es la guerra en sí. Es importante aclarar que la administración de Calderón
inauguró una época en la política nacional: a saber, la oligocracia bélica; es
decir, oligarquías competitivas que disputan los recursos de poder por medio de
la guerra, bajo un disfraz de normalidad democrática. El narcotráfico no es tan
sólo una excusa para justificar un teatro de guerra: es la unidad política alrededor
de la cual se organizan las oligarquías competitivas para disputar tales
recursos de poder: instituciones, poblaciones, territorios, dineros etc. Por
oposición a lo que aduce unívocamente la bibliografía sobre el tema, el
narcotráfico no coopta, captura o corrompe al Estado, sino que es al revés: el
Estado coopta al narcotráfico para corromperse. Corrompe con ello el llamado
“pacto social”, neutraliza la contestación y altera las reglas de la política
apoyado en el estribillo del “enemigo-común-narcotráfico”.
La guerra contra el
narcotráfico no es una guerra contra el narcotráfico: es una disputa bélica
entre las élites nacionales, en vinculación con los cárteles del narcotráfico, por
el control de los recursos de poder y en contra del derecho a la vida y el
patrimonio de la población. Por tal motivo, es más exacto llamarla narcoguerra.
Desde el punto de vista de
las víctimas, la narcoguerra es una violencia de Estado: es decir, la incidencia
sistemática de crímenes tales como la desaparición forzada, las ejecuciones
sumarias extrajudiciales, la tortura a gran escala, el silenciamiento de opositores
políticos, el exterminio de periodistas etc.
El anuncio del fin de la “guerra
contra el narcotráfico” del Presidente AMLO, es un anuncio acerca del fin de la
guerra como mecanismo de disputa del poder. Esta declaración oficial es
significativa, no sólo por la intención que encierra de desactivar la violencia
en el país, sino también porque le arranca al narcotráfico uno de sus principios
nutricios: la guerra. “No obligues a tu enemigo a que luche por su vida”,
sugirió Sun Tzu.
La politización-militarización
del narcotráfico. Dentro de
las unidades que disputan militarmente los recursos de poder, el eslabón más
débil es el capo. Esto explica que la estrategia de seguridad de los gobiernos
conservadores contemplara resueltamente la persecución de los capi di tutti
capi. Los jefes de los cárteles han sido empujados a desempeñar el rol de
CEO’s (gerentes ejecutivos) removibles o desechables. Las insubordinaciones o
desafíos al Estado que algunos capos han protagonizado responden fundamentalmente
a esta “vulnerabilidad” a la que fueron condenados en el organigrama de las
estructuras de poder, y no a la presunta disposición “higiénica” del Estado de
barrer con ellos. De hecho, la guerra fue un aliciente o revulsivo para los
narcos: los involucró decididamente en la política nacional y propició la
militarización de sus estructuras y rutinas. Tanto un efecto como el otro
contribuyeron a multiplicar el poder y la presencia del narcotráfico en la vida
pública de México. La guerra convirtió a los cárteles en controladores de
territorios y poblaciones.
La cartelización
de la política. Difiero
con los analistas que sostienen que los cárteles no existen, o bien que éstos
representan apenas un eslabón más en la cadena de poder estatal y/o
delincuencial. Asistimos al fenómeno exactamente opuesto: la cartelización de
la política y del crimen.
Respecto al crimen, cabe
hacer notar que el narcotráfico es una modalidad de delincuencia de tipo comando:
es decir, consigue reunir en su órbita a las Pymes del crimen común y a todos
los otros ilegalismos diseminados. En cualquier centro urbano del país, los
comerciantes de piratería, los deshuesaderos irregulares, las bandas de robo de
vehículos, los asaltantes etc., pagan una cuota por concepto de “operatividad”
al jefe narco de la plaza. El narcotráfico regula la totalidad de las
actividades delictivas de una entidad.
En la política, el
narcotráfico es un actor estratégico que controla recursos políticos tales como
las instituciones de seguridad e impartición de justicia, algunas fracciones
delejército nacional, el presupuesto público, ciertos factores de producción
económica,el aprovisionamiento de armamento proveniente del extranjero (e.g. la
operación “Rápido y Furioso”), la información asociada a los medios de
comunicación, los cargos públicos asociados al gobierno, etc. En suma, el
conjunto de recursos que dispone cualquier Estado para reforzar la capacidad de
gobernabilidad. El cártel es un administrador de los intereses heterogéneos que
se alojan en esta ensalada.
Tras el desmoronamiento del
partido único-hegemónico y de sus ritos y fórmulas (e.g. el “dedazo” fallido de
Luis Donaldo Colosio), la política autoritaria mutó hacia nuevas-viejas formas
de organización. Acaso la criatura más conspicua de esa innoble metamorfosis es
el cártel-camarilla.
La guerra aceleró el
tránsito concluyente de la camarilla –la otrora unidad básica de las redes
políticas nacionales– al cártel. A ello se debe que la política de nuestro país
se rija por las dinámicas del narcotráfico y que los cárteles del narcotráfico
emulen el comportamiento del Estado nacional.
La guerra en México es una guerra
entre los dueños de México.
Sin duda
que un primer paso para la desactivación de la guerra,consistía en desterrar de
las estructuras gubernativas a los señores de la guerra (i.e. los
conservadores) y a sus barones aliados.
Si conquistamos tal primer
objetivo aún está por verse.
No hay comentarios:
Publicar un comentario