Los
Gardelitos, la banda narco que sobrevive a todo
Dr. Norberto Emmerich. IESAC –
Ciudad Juárez
El 7 de septiembre de 2003 un
pequeño titular del diario Clarín decía “La más antigua de todas”. Se refería a
“Los Gardelitos”, la banda de narcos del nordeste del Gran Buenos Aires que en
aquel entonces ya tenía una larga trayectoria.
En el año 2013, 10 años
después, se afirmaba que “Los Gardelitos ya no manejan directamente ningún puesto
de venta de drogas (tal como hicieron en la década de los 90s para construir el
poder)… Ahora, según investigaciones, tienen dos divisiones bien definidas. Por
un lado producen cocaína de alta calidad que sería traficada a Europa en
sociedad con bandas colombianas… El otro grupo elabora cocaína más barata, con
no más del 25 o 30% de pureza, que es entregada a los capos barriales”. Por más
de dos décadas esta pequeña organización del Gran Buenos Aires ha sobrevivido y
mejorado su capacidad operativa.
En una época histórica en que
ni los Estados nacionales muestran tan prolongadas señales de persistencia en
el tiempo, es útil comprender la capacidad de sobrevivencia, o sea de
adaptación, de ciertas organizaciones del narcotráfico.
Los Gardelitos surgieron en la
provincia de Tucumán y el nombre proviene de su fundador, “Chicho” Soria, quien
cantaba a la gorra caracterizado como Carlos Gardel, mientras los chicos de la
familia pungueaban al público.
De allí salieron expulsados en
los años 80 tras ser masacrados un fatídico 31 diciembre, a pocas horas de
terminar el año 1986, por el clan de los hermanos Ale, implicados en el
secuestro de Marita Verón, la hija de Susana Trimarco, eternos protegidos de la
dirigencia político-policial y señores de la droga y el fútbol en la provincia.
En la provincia norteña Los Gardelitos era una banda de carteristas y mecheras con
ramificaciones en varias provincias, enfrentados a los hermanos Ale por
cuestiones “de polleras”.
Su llegada a Buenos Aires no
fue pacífica. Todavía en el año 2011 seguían en guerra por el dominio de un
pequeño territorio enclavado a las afueras de la Ciudad de Buenos Aires,
específicamente en José León Suárez, en los viejos lotes rellenados de la
“Operación Masacre”.
En ese entonces el partido
bonaerense de San Martin tenía tres vértices narco: el de la Villa 18 con
Miguel “Mameluco” Villalba, el de la Villa 9 de julio con Gerardo Goncebat y el
de la Villa Korea, donde Los Gardelitos y Los Ranitas guerreaban día a día por
el control del territorio. Los Gardelitos todavía no eran los grandes barones
del narcotráfico de San Martín y San Isidro que fueron posteriormente, cuando
se consagraron como los “warlords” victoriosos.
Los narcos argentinos siempre
comprendieron que a la política se llega a través del fútbol. Por lo tanto la
barra brava de Boca Juniors siempre estuvo ligada a la expansión narco en el
conurbano de la Provincia de Buenos Aires. Claudio Soria, el jefe de los
Gardelitos, era uno de sus jefes zonales, a cargo de todo el tráfico de drogas en
el partido de San Martín y sus alrededores. Mauricio Macri ya presidía el club.
Si los Ale llegaron en Tucumán a Chebaia (UCR) y Alperovich (UCR y PJ) a través
de Atlético San Martín, Los Gardelitos no abandonan nunca la pasión xeneixe,
que ahora tiene dimensiones presidenciales.
En el mes de mayo de 2016 un
barrabrava buscado por un secuestro logró escaparse de la Policía durante un
partido de Boca Juniors en la Bombonera. Se trata de Maximiliano Oetinger, el
“Mey”, socio de Los Gardelitos, quien estaba sentado cómodamente al lado del
Rafa Di Zeo y Mauro Martín, los líderes de la “12”. En un momento, una llamada
telefónica alertó al narco-barra y se alejó del lugar sin que nadie lo
detuviera, a pesar de que toda la Policía lo tenía vigilado.
Hasta hace unos pocos años los
especialistas daban cuenta de un fenómeno de "favelización", que se
estaba produciendo en distintas zonas del Gran Buenos Aires, llevando a que en
cada zona de narcotráfico se conformara una organización delictiva con una estructura
definida y cerrada. Allí se trabajaba en dos turnos diarios de 12 horas, cumpliendo
funciones diferenciadas de "dealers" (transas),
"soldaditos" (jóvenes armados encargados de la seguridad) e "isas",
vigilando los alrededores y avisando sobre movimientos extraños.
Aunque muchos “transas” eran
detestados por los habitantes de las villas y debían ser ubicados en cárceles
especiales, lejos del resto de los reclusos que los atacarían al llegar, no era
el caso de los “capos”, que construyeron redes de legitimidad extensa, como hacía
el peruano senderista Marco Antonio Estrada González en la Villa 1.11.14 de la
Ciudad de Buenos Aires.
El choque de bandas por el
control del dinero del narcotráfico en la Villa Korea era apenas un recorte de
otros tantos casos que se daban en varias villas de la provincia y en otras
ciudades del país, como sucedió luego en Rosario y Córdoba. Aunque ráfagas de
esas batallas siguen poblando el anecdotario policial, forman parte de una
etapa que es parte del pasado.
El control del territorio pasó
de una larga disputa de dos décadas por un territorio de dimensiones barriales (el
heartland) a una expansión del mercado, con pretensiones de control monopólico,
sobre partidos enteros de la provincia (San Martín y San Isidro, en el caso de
Los Gardelitos). En la geopolítica del conurbano el control territorial se
ejerce sobre dimensiones pequeñas pero severamente estrictas, mientras el
control del mercado pretende ser al mismo tiempo amplio y cauteloso, más
preocupado por la logística que por el monopolio.
En consecuencia el negocio
millonario de las drogas no nace en las villas pero encuentra allí los mayores
indicadores de la crueldad típica del control territorial, donde los transas actúan
como verdugos sin piedad contra los “pibes chorros” y otros actores, siempre
con la complicidad de la policía, como tan brillantemente retrata Cristian Alarcón
en sus novelas. En ese sentido, en un sistema políticamente originado de
gerenciamiento, el narcotráfico garantiza seguridad.
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